miércoles, 27 de octubre de 2010

El cuaderno

Subo la vereda empinada que me lleva a la humilde cabaña. donde un día vivieron mis abuelos. Ya en la puerta me espera un perro sarnoso y soñoliento que levanta la cabeza con desgana. La empujo abriéndose dificultosamente y al instante se  nota un intenso olor a paja húmeda que hace casi insoportable el respirar. Me siento en el pequeño camastro y casi al instante me quedo dormida. No recuerdo el tiempo transcurrido y me despierto asustada al oír unos pasos sigilosos que se acercan. De un salto me pongo en pié y por la rendija de la puerta veo a un individuo.
El perro lo mira  y le obsequia con un leve ladrido. Más tarde mi visitante vuelve sobre sus pasos y la soledad reina de nuevo.
Busco algo que comer dentro de la cabaña pero solo hay un saquete de bellotas viejas, olvidadas en un rincón que en ese momento me parecen un delicioso manjar.
Ya por la mañana, al día siguiente, el sol luce con timidez. Me acerco al pozo para coger agua, y allí está, sentado en el brocal, con su boca desdentada, su tez cetrina, su nariz aguileña y su enorme cuerpo tapado con un largo abrigo que  no se sabe de qué color puede ser. En su postura arrogante me mira y espera…
Después de recuperar mi sosiego le pregunto:
- ¿Qué quiere de mí?, no le conozco de nada.
- Yo a ti sí te conozco- dice con voz ronca el individuo- solo necesito que me digas donde están las joyas. Hay un silencio que el mundo parece haberse parado.
Y tocándome el pecho le digo: Lo que guardo aquí, es lo que quieres.
Y al sacar un pequeño cuadernillo de debajo de mi blusa, le digo: Todo lo que buscas está aquí escrito.
 El hombre saca una daga  de debajo de su abrigo. Tan grande me parece que sin pensarlo le tiro a la cara el objeto de su visita.
Cuando está el cuaderno por el aire, sus hojas se abren y un viento benefactor aparece  de repente,  nos envuelve y el cuadernillo desaparece.
El hombre, furioso, se abalanza sobre mí. En su locura no ve una gran piedra  y tropieza  con estrépito cayendo dentro del pozo.
El viento amaina y tocándome el pecho asustada noto con asombro que el cuaderno está en su sitio.
Lo abro y ojeándolo con temor y después de leerlo lo tiro al pozo por ser el culpable de mis desgracias. Recito las palabras que un día me dijo mi padre: El fuego quema, el agua anega, y el viento seca.  Temblorosa me apoyo en el brocal mientras miro como se hunden  las hojas como pavesas.
Al despertar el embrujo había terminado.

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