jueves, 5 de mayo de 2011

Tánger (II parte)

Tánger me cautivo por su enclave estratégico siendo siempre importante para los navegantes que surcan los océanos Atlántico y Mediterráneo. Esta ciudad siempre fue un compendio de mezclas de culturas, los Visigodos con su austera y señorial seriedad llegan a conquistarla, más tarde se convierte en colonia Bizantina, pero un día llego un guerrero iluminado, llamado Muza, que con su fuerza y dotes de persuasión puso Tánger bajo la dominación árabe.
La arena crujió bajo sus pies como una sonora crepitación alertando mis aletargados sentidos, de repente encendió un cigarrillo, lo supe porque discerní el frotamiento de una cerilla y el bisbiseo de su combustible.
Cuando alce la mirada deslumbrados mis ojos por el intenso sol, lo vi, era un rifeño de ojos claros que brillaban con una luminosidad extraña, su rostro se mostraba curtido por un sinfín de surcos, tan profundos, que parecían esculpidas a navaja, que el tiempo supo disimular con ayuda de las arrugas, al abrir la boca de sus labios brotó una risa ventrílocua, discordante, como si quisiera tapar una profunda amargura.
Bastó que una suave brisa marina me refrescara para que me amarrara los ímpetus que me acometían en esos momentos. El hombre al observar que mi cuerpo se puso a la defensiva, se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos, no sin antes echarme una de esas miradas que nunca quisieras que te echaran, porque te hielan la sangre.
Con pasos nerviosos e inseguros me dirijo al hotel. Minutos después, me encuentro con las maletas en la calle pidiendo un taxi. Mi intención no es otra que huir de ese hombre que ignoro quién es y que quiere de mi, recuerdo que cuando desembarqué en Tánger lo vi nada más llegar guardando de él un extraño recuerdo.
Me fui al noroeste de Tánger donde descubrí un centro turístico, antiguo puerto pesquero, y encuentro alojamiento en una antigua casa encalada de pescadores. Salgo a pasear por la playa, mientras la noche envuelve lentamente la ciudad. Miro como las aves marinas se aglomeran sobre la estela de espuma que producen los motores del navío que lentamente se va acercando al puerto. Pero tengo que dejar de admirar la belleza que me brinda el mar. Un viento llamado Levante empieza a azotar mi cuerpo haciéndome sentir como la fina arena se clava en mis brazos y piernas como puntas de alfileres, este viento cuentan los tangerinos que hace enloquecer a los habitantes cercanos al estrecho. Es tan dañino que se dice de él que tiene la capacidad de un bebedizo o conjuro amoroso. Pero allí con su viento está Tánger, donde el amor y la muerte no sirven ante un puñado de amuletos.


............. continuará

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