miércoles, 7 de septiembre de 2011

La Inglesa (I parte)

Después de buscar paisajes paradisíacos y no encontrar nada que me satisficiera, salí de la carretera y aparqué mi coche junto a una vereda cercana a la sierra de las Villuercas cacereña que se me antojó prometedora, subo el estrecho y serpenteante camino flanqueado por una pared de piedra, repleta de cantos sueltos que al pisarlos producían un polvo que llegaba hasta las fosas nasales, haciendo que estornudase con frecuencia.
Con mi transistor a cuestas escuchaba abstraído la radio, conmovido por las noticias impactantes por su magnitud de catástrofe, que estaban sucediendo en una ciudad andaluza. Tropiezo con una piedra suelta, más grande que las demás que iba esquivando, fue el choque tan virulento, que la puntera de mi bota se despegó.
Busco algo para arreglar el desaguisado y poder seguir andando y cojo una tira vegetal que estaba a mi alcance y cuando estoy en la tarea de la reparación de la bota, un silbido agudo penetra en mis oídos que me estremece, en esos momento siento como si se me parara el corazón, allí delante de mi a unos escasos metros dos enormes culebras, negruzcas, estaban enroscadas verticalmente. Se estaban apareando.
Los animales al ver interrumpido su coito silban de modo aterrador, la sangre se heló en mis venas, cuando sus punzantes ojos me miraron inquisidores.
Mi teléfono sonó inoportuno y las dos fieras no quitaban sus ojos de mi persona, quería salir corriendo pero mis piernas no me respondían, el terror me tenía paralizado, eran las dos demasiado grandes y el camino muy estrecho, la pared de piedra me asfixiaba.
Un conejo salvador cruza la estrecha calleja saltando de pared a pared, las dos bichas salen tras el y con la rapidez del rayo una de ellas se lo traga, hinchándosele el vientre como si estuviera preñada.
Mas tarde desasosegado y nervioso llego a la cima… y oteando el horizonte, pienso que ha valido la pena la penosa subida. Lo que desde allí se divisaba era exactamente lo que yo necesitaba para mi trabajo de fotógrafo panorámico.
Me tumbo a descansar en la mullida alfombra de flores silvestres y separo las ramas que me impiden más amplia visión y observo atento lo que la floresta tenía oculta con tanto celo me pongo en pié de un salto y se podía ver un gran árbol que protegía con sus anchas hojas una choza hecha de ramas hojarascas y cartones.
Entusiasmado con la belleza que me brindaba la naturaleza saco mi atril y coloco el teleobjetivo sin reparar en una hermosa mujer vestida con harapos, que me miraba con curiosidad, tras ella tres niños desnutridos como ella se esconden entre las piernas de su delgada madre.
Me presento y ella me contesta con acento inglés, replicando a mi saludo, con voz inquisitoria pero a la vez amable me pregunta ¿Qué es lo que hago en su casa?
Mi sorpresa me deja sin habla, sus modales refinados y su belleza me desconciertan ¿Qué es lo que podía hacer una mujer educada en plena montaña y con tres niños pequeños?
Cuando me calme, le comento que estaba haciendo un trabajo para mi revista, no se sorprendió, solo me pidió que no la fotografiase ni a ella ni a los niños. No quería que nadie supiera que estaban allí.
Les pregunte por curiosidad que donde estaba su casa y alargando el brazo me indicó la chabola que antes descubrí hecha de ramas hojarascas y cartones, una cabra guardaba la entrada atada al árbol que los protegía del sol ardiente extremeño, unos cuantos bidones oxidados llenos de agua era todo su patrimonio.
Simpatizo con ella y hablamos en ingles que domino a la perfección después de estudiar durante dos cursos en un colegio de Irlanda.
Obsequio a los niños con golosinas que llevaba en mi macuto y la hermosa mujer se relajó
A raíz de su relajamiento, todo fue saliéndome según mis deseos, el motivo por el cual, una mujer había elegido vivir casi a la intemperie en una montaña inhóspita donde el aire azota sin piedad, y en absoluta soledad, con hijos pequeños a merced de las inclemencias del tiempo y el peligro de animales en estado salvaje
Cuando de repente, la señora se sienta en una pequeña roca y mirándome, su voz sonó de repente de modo gutural, como si algo la obligase a relatar su triste historia.
Yo soy inglesa comenzó a hablar, (mientras los tres niños juegan a perseguir un gazapo de conejo pequeño) y me tengo por una persona sensata ¡replicó! pero no creo que sea por vivir recluida en esta montaña, he tenido que someterme desde que estoy aquí a una severa disciplina que me hace aprender a tener buen juicio y paciencia.
De todos modos si quiere que le cuente la historia de mi vida, lo mejor será que de un salto atrás de dos años
Cuando estaba en mi tierra vivía en una mansión Victoriana heredada de mis abuelos maternos, todo era felicidad en mi matrimonio, éramos la pareja perfecta mi marido y yo nos quisimos con locura, teníamos tres hijos maravillosos, pero una mañana y cuando la niebla empezaba a levantar, mi esposo y yo desayunábamos como era habitual, cuando una llamada de teléfono hace que mi marido palidezca al oír el comunicado.
Sale con el teléfono en la mano del comedor y se dirige corriendo hacia la alcoba volviendo a entrar en el comedor con un portafolios en la mano ¡yo no entiendo nada! me ordena con voz imperativa que recoja todo lo de valor que se pudiera meter en un bolso de viaje, y sin mas explicaciones me dice que levante a los niños que se encontraban dormidos en la cama. Tenemos que salir de viaje inmediatamente, yo acaté sus órdenes igual que un soldado a su capitán.
Cuando estuvimos listos los niños y yo con mi maletín de mano en donde llevaba las joyas heredadas de mis padres.
Empezamos nuestra nueva vida en un coche de alquiler dejando en el garaje nuestro flamante Jaguar.
Así recorrimos muchos kilómetros, cambiando de coche constantemente.
Mi locura febril por no saber que estaba pasando me hizo enmudecer.
Viajamos hasta llegar a la estación de Heathrow, donde sacamos un billete de tercera para no llamar la atención. Cuando nos acomodamos en el vagón el olor a pescado y a humanidad era insoportable, unos hombres a nuestro lado comían con devoro un bocadillo que rezumía grasa amarillenta, el viaje fue rocambolesco.
Poco después en un aeropuerto de provincias que no puedo recordar su nombre embarcamos rumbo a Paris aterrizamos en el aeropuerto de Pompidou.
En Francia mi marido pareció tranquilizarse en el transcurso del tiempo que duró el viaje, desde Londres hasta Paris fue para mi una semana eterna pues no cruzamos ni una docena de palabras.
Los niños se abrazaban asustados -son tan pequeños-.
Ya en Paris buscamos en una agencia inmobiliaria un pequeño apartamento en un barrio discreto.
Al fin teníamos una casa sin ruedas decían los niños alborozados.
Y conseguimos el sosiego que tanto deseaba. Mientras mi esposo salía de casa por las mañanas y aparecía al anochecer, yo me encargaba de educar a los niños.
El dinero de la venta de las joyas empezaron a escasear y decidí escolarizar a los niños para poder buscar trabajo decidida cogí un autobús que me llevo a la calle Clorungo en Sain Queen en el distrito dieciocho y allí encontré un enorme rastrillo llamado Las Pulgas. No me fue difícil encontrar trabajo en una casa de anticuarios - en ese momento me alegre de mi licenciatura en arte - me admitieron de prueba por unos días hasta ver como se me daba el trapicheo de comprar y vender.
Todos los domingos por las mañanas me metía en el ensordecedor bullicio de ese maravilloso mercado.
Disfrutaba mucho de mi nuevo trabajo vendiendo mercancías tan peculiares que yo estaba asombrada aprendiendo a vender hasta las cosas mas extrañas he inimaginables.
Empecé a ser feliz de nuevo.
Una tarde mi marido entro en la casa en estado de shock, explicándome no sé que cosa extraña que como siempre no explico con claridad, y salimos de nuevo corriendo sin saber adonde ir y emprendimos de nuevo la huida a no sabíamos donde. En la escapada paramos a comprar un coche en un concesionario de coches usados, compramos uno viejo y destartalado, barato, por mediación de los amigos que había conocido en el mercado de Las Pulgas.
Por la mañana emprendimos una nueva ruta atravesando los Pirineos camino de España, con mucha dificultad por las intensas nevadas que cayeron por aquellos días.
Por unas carreteras estrechas y accidentadas, pero de bello paisaje impresionable.
Llegamos a Andorra, todo era precioso pero el clima frío nos hizo desistir de quedarnos y además era pequeña la población y no podíamos pasar desapercibidos.
Y así seguimos nuestro deambular. Siempre por carreteras secundarias.
Yo no sabía ni me atrevía a preguntar ¿Qué pasaba?
Solo me reconfortaba el pensar como había sido mi vida anterior, de despilfarros cenas multitudinarias, viajes, criados, joyas, mi casa….
Todo pertenecía al pasado, pero me consolaba el haberlo disfrutado con alegría, hasta que llego ese fatídico día en el que sin saber el porqué empezó nuestra huida hacia lo desconocido.

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