martes, 4 de octubre de 2011

La Inglesa (III parte y final)

Después de ver el espectáculo (una revista musical muy entretenida de las de moda) me invita a cenar a el restaurante que hay en el mismo teatro, todo era como si estuviera en una nube flotando y no quería bajar nunca de ella. Un hombre elegante nos espera sentado en la mesa, se levanta cortes para saludarme y los tres comenzamos a cenar sumidos en una conversación amena he intranscendente.
En los postres un muchacho se acerca a mi esposo y le entrega un sobre, miro con disimulo y me sorprende que este tenga los bordes dorados igual que el que yo recogí del buzón de casa hacia dos días.
Pregunto con disimulado desinterés y con una mirada penetrante me contesta, son cosas de trabajo, no debes preocuparte.
Salimos los tres del restaurante sin volver a articular palabra alguna, y un silencio se estableció entre nosotros que se me antojo como si pasara algo negro y profundo en el cual estábamos atrapados sin solución. Nos despedimos del amigo de mi esposo y no hablamos en el trayecto a casa.
Mi mente en la soledad iba anotando recuerdos y ahora repaso los hechos a los que he llegado en este estado de incertidumbre constante.
Las causa de los conflictos de mi esposo no eran nuevos venían desde lejos y yo siempre estuve ciega.
Por la mañana cuando desperté el ya no estaba en la cama, no anduve buscando por la casa, sabia que ya nunca volvería a ella.
No fui ese día a trabajar después de encontrar una nota encima de su escritorio, la cual decía que le había surgido un viaje urgente, que pronto regresaría. Los meses pasaron sin saber nada de el.
Intento serenarme entreteniendo mi tiempo libre en hacer limpieza el los armarios. Cuando uno de los trajes de mi esposo cae de su percha al suelo arrastrando con ella una americana, al recogerla del suelo noto algo duro y anormal en el forro aguzando mi curiosidad, nerviosa me atreví a descoser el forro para ver de que se trataba tanto misterio, cuando atónita cojo en mis nervosas manos un folio endurecido por un cartón que en el dorso leo con estupor una hilera de códigos en clave y números ininteligibles para cualquier profana en la materia menos para mí.
Mis manos temblaron, eran números de cajas fuertes de bancos de Inglaterra, después de sosegarme guardé de nuevo el documento en su sitio y coso con primor el forro y lo dejo en su lugar.
Cada día que pasaba mi desasosiego iba en aumento. Cuando salía a la calle creía ver que me estaban siguiendo, creo que me volví esquizofrénica.
Alos niños los matricule en un colegio internos para que no sufrieran con mi estado de nerviosismo, mi angustia me hizo caer en una profunda depresión, me atemorizaba el ruido de una gota de agua caer en la porcelana del lavabo, el ruido de el claxon de un coche me hacia brincar.
Fui a la consulta de un psicólogo, sentí que tenia que pedir ayuda para serenarme y borrar mis miedos que cada día eran más. Después del tratamiento aunque nunca llegue a decirle la raíz de mis pesares, me serené y con mi seguridad recientemente adquirida, un día me acerque al kiosco de la prensa y me compre todos los periódicos de mi país, me acomode en el salón y reviso todas las noticias las cosas que pasaron y todas lo que me había perdido estando fuera de mi querida Inglaterra.
Leo con detenimiento y en un articulo pone una reseña para mi terrorífica, había sido atracado el banco Nacional londinense por valor de diez millones de libras esterlinas en lingotes de oro, sus accionistas han retirado sus depósitos, en la bolsa ya no se cotizan sus acciones, el banco ha entrado en una profunda crisis que lo lleva a la bancarrota.
Se busca a uno de los presuntos culpables aunque se cree estar sobre la pista fuentes fidedignas dicen que se encuentra en España acompañado por su esposa y sus tres hijos. Los periódicos se me cayeron al suelo mis piernas temblaban mis carnes se estremecieron como si estuviera preparándose para proteger el cerebro del sufrimiento que de nuevo se me avecinaba.
Cuando me sereno, cojo del armario el traje de mi hasta entonces esposo, descoso de nuevo el forro del traje y con su contenido me fui a un banco donde alquilé una caja privada donde deposité los documentos, hasta llegar el momento de revelarlo ante un juez.
Recojo de nuevo la casa y me voy al colegio para recoger a los niños, ahora había que empezar una nueva vida pero sola.
Ya no me importaba donde se encontrara mi esposo ahora solo quería estar a salvo de todo aquello con mis hijos.
Salimos de Madrid una mañana de primavera tan hermoso que parecía reírse de mi desgracia. Y de nuevo con nuestro pequeño coche cargado con todo lo necesario y el traje sospechoso de mi esposo, aunque ya vació de contenido...
Salimos por la carretera de Extremadura, la autovía era segura, pero en mi intranquilidad me parecía que todos los coches nos seguían, cuando llegamos a Trujillo sin ninguna novedad. Nos desviamos, no quise entrar en la ciudad de Trujillo, quizás en otra ocasión tendría el placer de conocer su historia.
Nos desviamos de nuevo como siempre había hecho mi esposo por una carretera comarcal que llega hasta Guadalupe, después de escasos kilómetros de la salida de Trujillo, llegamos a campo despejado y elegí al azar un camino rural, y esta es la historia.
Aquí estamos los niños y yo esperando con temor que venga alguien y me acuse de un delito que por supuesto no he cometido.
Yo Renato después del relato que acababa de escuchar por la boca de la señora me quede atónito, cuando reacciono le pregunto solo por curiosidad por la americana de su esposo que tenia esos documentos, y ella serena respondió que antes de salir de Madrid los había puesto a buen recaudo, para cuando sus hijos fueran mayores hicieran con ellos lo mas conveniente ya que ellos eran victimas indirectas de algo que nunca cometieron.
Y me entra la curiosidad de preguntar ¿de qué coméis?
De la caza con la necesidad todo se aprende, respondió.
Pero estando tan alejados de la civilización ¿tus hijos serán unos incultos?
Ya saben tres idiomas y todos los días les doy clases de matemáticas y literatura.
Insistí ¿tenéis libros?
-Como puedes enseñar sin ellos.
Y se acerca a un baúl de piel que tiene debajo de unos cartones y protegido con unas laminas de hojalatas.
-Esta es mi escuela.
Y señalando a los niños estos son mis aventajados alumnos, y entre risas -nunca faltan a clase.
Serian las nueve de la noche cuando la dejo en soledad y con su tristeza, Mientras el sol crepuscular en el horizonte me da la espalda, cuando bajo el camino las tenues sombras doradas se alargan pareciendo las encinas grandes monstruos amenazantes, pero sigo bajando la montaña repleta de panorámicas y mi corazón encogido.
Cuando llegue a casa esa noche no pude conciliar el sueño la imagen de esa hermosa mujer parecía seguirme.
Al día siguiente me fui a la biblioteca y me leí todos los periódicos pasados de su hemeroteca inglesa en uno de ellos decía Milord de Winter y su esposa Miladi de Giles han desaparecido de su domicilio junto con sus tres hijos pequeños, se buscan por toda Inglaterra, el río Támesis ha sido dragado pues se especula que iban en una embarcación de recreo, la familia da una fuerte recompensa a quien de una pista fiable de su paradero.
Era ella –tenía que ser ella -.
, los tres niños la narración todo coincidía.
Tenia que decírselo, tenía que subir de nuevo a la montaña y decirle que su familia la estaba esperando.
después de pensarlo dos noches enteras de intensa incertidumbre, una mañana me encamine de nuevo hacia la montaña, ya en la cima me extraño no ver la cabra atada al tronco del árbol, vagaba suelta, mire con ansiedad pero allí no había nadie.
Habían vuelto a huir, y no les pude decir que eran muy queridos en su familia.
Seria su destino huir eternamente para parar donde…
Años después repasando la hemeroteca de los diarios ingleses, sentí un estremecimiento Micheli de Giles y sus hijos han perecido en un accidente de coche en la campiña inglesa.
Entre tanto y a la misma hora en una casa de campo inglesa una lagrima asomo en los ojos de la inglesa, después de tantas vicisitudes y peligros que había corrido ahora se encontraba leyendo en la prensa, la escueta nota que decía que ella ya no existía.

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