jueves, 29 de diciembre de 2011

Naufragio

Desde mi isla veo venir una galera, el corazón me salta en el pecho de alegría desde que un mal día tuve que salir de España con mi familia hacia las colonias de tierra firme. Cuando estábamos en alta mar unos piratas ingleses nos abordaron echando los garfios por la borda para robarnos toda la mercancía que llevábamos desde Sevilla.
Estoy aquí solo, pues toda mi familia murió en la refriega, y yo caí al mar sin saber nadar. Gracias a un baúl que me sirvió de bajel pude llegar a esta isla de aguas transparentes de color turquesa.
Llevo aquí más de dos meses pues cuento cada amanecer en el tronco de un árbol seco y he aprendido el arte de la pesca, lo cual agradezco al Altísimo, porque por ello no he muerto de hambre.
La nao que se acerca a mi isla trae una tripulación joven y cantarina por lo que yo intuyo desde mi atalaya. Desde que la divisé tumbado en la arena blanca contemplando el horizonte - porque no había otra cosa que contemplar- corrí todo lo aprisa que pude hacia lo alto de la colina desde donde se podía otear el norte y el sur.
Me encaramé en un viejo cañón que allí abandonado estaba y espere con impaciencia lo que había de acontecer. Cuando la nao envaró en la arena, sus hombres sacaron herramientas y con premura empezaron a limpiar la quilla del barco repleta de moluscos y caracoles marinos haciendo que esta fuera más lenta por su excesivo peso.
Así estuvieron tres días distraídos en su quehacer, por las tardes y al anochecer se ponían a cantar baladas que me hacían añorar mi vida en Toledo de donde un día salió mi familia huyendo de la inquisición.
Al tercer día y cuando confiado estaba de que no eran piratas, una mano de hierro se posa en mi hombro y con voz ronca me ordena presentarme ante su capitán que me interrogó concienzudamente sobre el porqué de mi estancia en tan solitaria isla.
Les conté mi historia y me creyeron.
Más tarde me enrolaron en la tripulación no sin antes reírse de mis calzones y de mi chambergo de color azul y su gran presilla dorada, sin omitir mis preciosas botas por encima de las rodillas. Cuando me asignaron mi trabajo para pagar mi pasaje, éste no era muy agradable pero lo hacia con alegría por ser un chico despierto (limpiar la cubierta de algas y demás porquerías). Esperaba que llegáramos a algún puerto donde hacer fortuna y poder volver a España
También me ocupaba de que no hubiera ratas en la bodega ya que se comían la mercancía. Todo fue llevadero hasta que llegamos a la isla Sta. Catalina, allí todo fue diferente, pero eso es otra historia.

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