jueves, 29 de diciembre de 2011

VIVENCIAS NAVIDEÑAS

Recuerdo cuando era pequeña y mi madre solía hacer dulces por Navidad. Elaboraba deliciosas roscas que con su aroma inundaban la casa despertando nuestra gula.
Mi madre también hacía polvorones ¡Oh los polvorones!
Aquella tarde y después de terminar la deliciosa tarea de hornear los dulces y poner, como era de costumbre cada año, la bandeja en lo alto del aparador del comedor-por cierto, que siempre estaba cerrado-en un descuido de mi madre, mi hermano mayor entró sigilosamente como un cazador furtivo en pos de su presa. Yo como siempre tras de él.
Vi como mi hermano se encaramaba encima de una silla, y como si de un ciego se tratara, palpaba con la punta de sus dedos el techo del mueble hasta conseguir el motivo de su gula. De repente, una ahogada respiración me sobresaltó. Mi hermano, mi querido hermano, empezó a cabecear con la boca abierta invadida por el hermoso polvorón, mientras su mirada tenía una fijeza casi fósil.
Mi madre acudió presta al oír mis gritos y, al ver lo que estaba sucediendo, lo solucionó con un simple vaso de agua.
Mi querido hermano no volvió a comer polvorones.

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