viernes, 10 de febrero de 2012

Tula

Laura esperaba sentada con impaciencia ante el calor del hogar. Tenía una preciosa casa de madera con suelos y chimenea de piedra que era su orgullo.
Movía con el atizador una y otra vez el fuego con impertinencia haciéndolo chisporretear llenando de pequeñas partículas de ceniza la estancia. A su lado indolente y moviendo de vez en cuando el rabo estaba su perra Tula que hacía notar a su dueña que ella también estaba allí.
De repente Laura sintió como el miedo le atenazaba la garganta. Abrió la ventana y todo estaba como boca de lobo. El viento había cesado y una calma amenazadora se respiraba en el ambiente. Los pájaros dejaron de trinar y en el cielo se podían divisar enormes nubarrones gris oscuro que no presagiaban nada bueno.
Pero a ella eso no era lo que le inquietaba, eran los espíritus malignos los que la martirizaban, como a cualquier persona en su sano juicio.
Luis no estaba con ella y no entendía porqué. Era su cumpleaños y presagiaba lluvia… y empezó a llover a cántaros sobre el pueblo. Con la mirada perdida entre las sombras intentó apartar de su mente el motivo de su angustia.

Enormes goterones rebotaban contra el tejado de pizarra. El agua salía con un caudal interminable de los canalones de zinc. Las cortinas de lluvia azotaban sobre la fachada de la casa, mientras caudalosos regueros de agua recorrían la estrecha callejuela.
Chapoteando bajo el aguacero provista de botas y resguardado por la capucha del chubasquero caminaba con dificultad sobre el barro, con su atril a cuestas, el fotógrafo del pueblo. Sus fotos tenían que dar al día siguiente testimonio en el diario matinal de lo virulento de la tormenta.
De repente, un hombre gigantesco, surgió de la forestal penumbra del parque queriéndole arrebatar su instrumental de trabajo, el sintió un miedo aterrador, y sin saber el porqué se lanzó a una huida sin control. Que tropezando con su propio atril cayo al suelo dándose un golpe desafortunado en la cabeza que lo dejó inconsciente. Alguien asustado ve desde su ventana como se lo llevaba la corriente hacia el río.
Laura esperaba siempre esperaba en su cálida casa vacía solo con la compañía de su perra Tula.
Llamaron a su puerta y abrió con ansiedad, un hombre bajito de nariz prominente y pésima dentadura le daba la triste noticia. Luis había desaparecido en la tormenta, unos policías encontraron su coche vacío y su cuerpo estaba siendo buscado en el lecho del río.
Laura entró en el cuarto de baño, se miró detenidamente al espejo, se limpió la cara con parsimonia y se pintó de nuevo la cara con un maquillaje color tierra, se perfiló los ojos, y los labios se los pintó de rojo pasión como para asistir a una fiesta importante, se calzó los zapatos de tacón mas alto que tenía y enfundándose en su vestido favorito, cogió el bolso de piel de anguila y salió de su casa.
La calle estaba desolada y el barro inundaba las aceras.
Laura atraviesa la plazoleta de la iglesia sorteando los obstáculos que se encontraba en su camino, ramas tronchadas de árboles heridos y mustios después del azote de la tormenta. Entró en la iglesia y se dirigió al campanario, subiendo con precisión la estrecha y empinada escalera de caracol. Para encontrarse con Luis
Estaba anocheciendo y la tímida luna escondida entre las nubes regalaba pinceladas de plata a los solitarios charcos que al pisarlos desprendían polvos de estrellas.
A la mañana siguiente sobre la plazoleta empedrada yacía un cadáver junto a su fiel perra llamada Tula.

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