viernes, 2 de marzo de 2012

El hombre que guardaba un misterio

Después de un húmedo otoño, los primeros días de invierno aparecieron amables y cálidos, como preludio a los fríos que estaban por llegar. Aquel día los vientos amainaron, y pude cabalgar por la escarpada montaña a lomo de mi fiel jaca Truhana.
Después de una hora de delicioso paseo, miro como siempre desde la cima de la montaña el precioso panorama que me brinda mi tierra extremeña, entre aquellos parajes solitarios y en plena naturaleza, una casona destaca entre la maleza, imponente, mudo testigo de un pasado de esplendor.
Siempre tuve curiosidad por verla de cerca, y aquel día decidí acercarme. Dejo atrás las retamas y zarzales que conviven al abrigo de los olivos, y me adentro por un camino bordeado de almendros y arbustos, cuando aparece ante mí la soberbia casona, ante su pétrea presencia me sentí confuso, al acercarme, la terraza de grandes dimensiones, está rodeada de una balaustrada de piedra que guarda con celo las escalinatas que dan a la puerta principal. Me acerco y en la puerta hay un anciano que en una vieja hamaca se mece sin cesar, con lentitud, con el ritmo monótono de las olas del mar cuando lamen la arena de la playa.
El anciano al verme, con un gesto me invita a apearme del caballo, y me ofrece una amplia sonrisa que deja al descubierto su boca desdentada de encías abultadas. Tomo siento a su lado justo en el último peldaño que da paso a la puerta principal.
El anciano me hace miles de preguntas, mientras observo cómo le tiemblan las manos, y me pareció que su estado era senil. Sin darme cuenta empieza a contarme la historia de aquella casa que hacía mucho tiempo guardaba en su frágil memoria.
Aquel día, comenzó su historia, toda la casa estaba iluminada. Empezaron a llegar los elegantes invitados de toda la comarca. Los anfitriones esperaban en lo alto de estas escaleras de la puerta de entrada para darles la bienvenida.
Los autos una vez vacios de sus lujosos pasajeros, se disputaban en los terrenos cercanos a la finca los lugares más llanos y de mejor accesibilidad para el vehículo, el tiempo de espera se presagiaba largo y monótono. Desde el alejamiento, se podían oír los sones de la orquesta.
Era un gran día para ellos, presentaban en sociedad a su única hija y heredera, Eloísa, el propósito de la fiesta no era otro que encontrarle marido a su bella hija, un marido que estuviera acorde con su categoría. A los sones de la música aparece Eloísa, radiante, con un vestido espectacular ensalzando su belleza, adornando su larga cabellera dorada con pequeñas flores, haciendo destacar sus ojos de color esmeralda.
Los criados, sigue contando el anciano, se disputaban las mejores rendijas de las puertas para ver a los invitados. Entre los invitados destaca un hombre que se hace llamar Duque de la Confederación, que ante el dueño de la casa finge, aparentar un entusiasmo de repentino enamoramiento nada más ver a Eloisa. El padre, convino en presentársela con gesto de conformidad. Cuando son presentados, ella nota en la cara de su padre que el Duque es de su agrado. El Duque un hombre de mediana edad, enjuto de mirada dura como gotas de asfalto, le sonríe con la hipocresía de una hiena. En esos momentos Eloísa no puede evitar sentir que la mirada de aquel semblante fiero y sagaz penetrara hasta lo más secretos y profundos de su ser.
Cuando la enlazó por la cintura para bailar, Eloisa sintió un estremecimiento, y vio como con los párpados cerrados, sus ojos bailaban la danza del que sueña ya por lo que ha conseguido.
Más tarde baila sin cesar con otros jóvenes encantadores, amigo de la familia, Eloísa mira hacia la terraza, lo ve, tímido y solitario, apoyado en la balaustrada con una copa de vino en la mano. Cuando termina la pieza, decidida se acerca a él con una suave sonrisa, se presentan. Eloísa, contesta tímido Eduardo, bailan y bailan sin hablar un vals en la solitaria terraza, que para ella fue lo más inolvidable de la noche. Más tarde, y pasados unos minutos, Eloísa lo busca y recorre con la mirada el salón, la terraza, pero él ya no está. Al cerrar los ojos recuerda con nostalgia los dulces ojos del joven llamado Eduardo, pensando con tristeza, qué impredecible es el destino, y que proclive a la tragedia es. Mientras se cuela por su mente, la mirada dura y la falsa sonrisa del Duque.
Desde el día de la fiesta el Duque se hizo asiduo de la casa, y siempre invitado por sus padres. La amistad llegó a ser tan estrecha que todas las decisiones de la familia pasaban por el consejo del Duque, haciéndose en poco tiempo en una pieza imprescindible en la familia. Desde entonces algo empezó a cambiar, los criados no se encontraban a gusto en la casa, por las noches se oían conversaciones extrañas en las habitaciones de invitados. Los señores de la casa empezaron a perder interés por todos los problemas de la hacienda. La madre de Eloísa empezó a encontrarse triste y desganada, unos meses después inexplicablemente no pudo levantarse de la cama; solo había transcurrido una semana de la extraña enfermedad, muriendo una mañana con una expresión de sufrimiento, que los médicos no supieron diagnosticar.
El padre siempre acompañado por el Duque se encerró en sí mismo, no quería relacionarse con nadie, salvo con el Duque, quien le acompañaba noche y día hasta quedar anulada su voluntad. Los dos solían salir cada mañana en solitario a cabalgar por la hacienda, un accidente incomprensible para un experto jinete, le hace caer del caballo, y como consecuencia muere poco después de la caída.
Eloísa ya estaba sola en el mundo, El Duque, cogió las riendas de la casa sin preguntar, las cosas para ella fueron cada vez peor, el Duque le exigía toda clase de datos referentes al patrimonio de sus padres, alegando que ella no se encontraba en condiciones anímicas para administrarlo.
Cada día que pasaba se encontraba más débil, y aunque se esforzaba por hacer memoria de lo que allí estaba pasando, lo único que conseguía evocar, una imagen imprecisa de la que faltaban todos los detalles, más importantes.
El anciano narra la historia de la casa con hondo sentimiento, haciendo asombrarme con su relato, hasta quedarme allí escuchando hasta perder la noción del tiempo. Mientras Eloísa prosigue, se veía perdida en sus pensamientos que la sumergían en la negrura de un nocturno océano. Una mañana, el Duque le pide casamiento, mientras le ofrece su diaria taza de café, pero ella se encuentra débil por todos los acontecimientos vividos, y acepta con desgana la proposición, y una semana después se celebra la ceremonia civil en la casa sin invitados, ante un hombre desconocido, que le hace firmar un documento que ella desconoce su contenido.
Después de la extraña boda, Elisa no tardó mucho en comprender, el episodio en el que su ahora esposo le había metido, ya no era feliz en la casa que la vio crecer, ahora la veía como una casa de muñecas inanimada, grande, que respiraba y en cada aspiración parece querer engullirla. Aquel día no quiso salir del salón, solo quería estar sentada en la butaca donde recordaba haber visto a su madre sentada enfrascada en la lectura; un terrible ardor le empezó a quemar inexorablemente el cerebro y las entrañas, cuando en la penumbra ve como una figura de mujer, vestida con camisón blanco asoma la cabeza por la puerta, desapareciendo al instante.
Cada vez se encontraba más sola, el Duque solo la visita para darle café y más café, a sus oídos llega el tatareo de una monótona canción. Sale del salón con dificultad, la cabeza le parece estallar, sus sienes laten hasta hinchar las venas. Se acerca al baño donde se encuentra la puerta entreabierta, llama con voz temblorosa, y al no tener respuesta se va de nuevo al salón, a su paso por el pasillo ve una delgada línea de luz bajo la puerta de su alcoba. Un espejo al fondo, en el suelo multiplica la luz deshilachada que sale por la rendija, dando un aspecto de fantasmagoría.
La noche es oscura, no hay luna, está tapada por nubarrones de color panza de burra.
Miré al anciano, inmóvil, con la vista perdida, por su expresión, intuí que la estaba viendo a Eloísa sentada en el sillón, mientras su figura se refleja en el espejo de encima de la chimenea que al perder el azogue sus manchas negras se plasmaban en ella como augurio de malos presagios. Quizás en su soledad sentía los escrúpulos de conciencia que comenzaban a martirizarla sin piedad, por no haber sabido imponerse ante los deseos de sus padres.
Después, un largo silencio por parte del anciano que yo respeto, parecía buscar en los pliegues de su cerebro lo vivido en aquella casa.
Sigue el anciano; yo fui el único que no abandonó esta casa. La tristeza que sentía la joven era una especie de locuacidad meditabunda, que despertaba mi compasión. Días después seguía sentada en el sillón y al amanecer oía como entraban en la casa coches autopropulsados que se colocaban en ordenadas filas, a veces el suelo vibraba bajo sus pies, mientras parecía oír la risa del demonio.
Una mañana se arma de valor y se enfrenta a la realidad, recorre la casa y ve que las paredes están desnudas de cuadros, solo queda la señal en la pared ahora vacías, abre la puerta de la alcoba donde un día vio luz, y encuentra un camisón blanco tirado en el suelo, zapatillas de mujer y un vestido de pésimo gusto. Su esposo había estado viviendo con una mujer en su propia casa, va a la cocina y busca con frenesí algo que le pueda dar una pista de lo que estaba pasando, horrorizada ve una toalla en el suelo manchada de sangre, corre hacia el salón, y de la colección de catanas que tenía su padre como recuerdo de un viaje a Japón, falta una, se encuentra desorientada, entra en la alcoba de sus padres, abre el armario y un cadáver de mujer cae sobre su cuerpo. Sale despavorida, cuando tropieza con un brazo cercenado de un hombre, ya no sabe qué hacer, ni adonde ir, en su locura, va de nuevo al salón, y ve la taza de café que una hora antes tenía que haber tomado humeante.
¿Cómo puede estar aún caliente?
El carillón del reloj marca las doce del medio día, un día gris y desapacible, de repente la puerta del salón se abre por una ráfaga de viento, Eloisa ahoga un grito en su garganta, no se mueve tiene los ojos cerrados con fuerza. Cuando llega de nuevo la noche sigue acurrucada en el sillón, con mano temblorosa tapa su cuerpo con una manta, mientras oye unos pasos lentos que se detienen ante el salón. Ya ni tan siquiera puede respirar, los pulmones los siente encharcados de emociones.
Los faros de un coche detenido ante la puerta de la casa entran por la ventana del salón como dos cañones de luz. De nuevo pasos, ahora seguros, firmes. Una voz la llama por su nombre, pero ella no contesta, no mueve ni un solo músculo de su cuerpo, está aterrada, no siente palpitar su corazón.
La puerta del salón se abre de nuevo de par en par, es Eduardo, al verlo cree estar alucinando, o quizás estaba muerta y se encontraba en las puertas del cielo… Eduardo se acerca a ella, y cogiendo su mano le pide perdón por lo que le ha hecho vivir en los últimos días, y le dice con ternura, gracias a ti hemos atrapado a una banda de asesinos capitaneados por el Legañoso, apodado (el Duque) hemos tenido que enajenarte con drogas para poder hacer mejor nuestro trabajo. Pues él hizo de esta casa su cuartel general, temiendo por tu vida.
Y se presentó, soy policía de lo criminal, estos asesinos mataron a tus padres, su intención era el de quedarse con todo el patrimonio una vez te hubieran liquidado a ti también. Eloísa escucha desorientada la narración de Eduardo. Lo que nunca sabrá si ella fue la culpable de los dos asesinatos que había ocurrido en su casa, porque dejó de oír la voz de Eduardo. Se había desmayado.
Momentos después de dejar al anciano, clavo mi espuela en la fiel Truhana y cabalgo hasta caer extenuado. Toda esa historia que había oído por boca del anciano, ya la había oído con lágrimas en los ojos narrar a mi padre.
Un buen padre, pero que yo nunca lo vi sonreír.
Mientras, detrás de una ventana del primer piso, una anciana escucha con lágrimas en los ojos, su historia. Porque el hombre que también la escuchó era el vivo retrato de aquel que la enamoro y al mismo tiempo trunco sus ilusiones dejándola para siempre en el olvido en un mundo exento de ilusiones.

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