jueves, 24 de mayo de 2012

La convención (1ª parte)

Me llamo Emilio Sandoval, (Emi) para los amigos, es decir para todos los que me tratan diariamente. Siempre he tenido un genio contra corriente. Mi vida la he vivido sin tapujos, y sin remilgos, siendo un símbolo de la cultura europea de los años ochenta, viviendo a todo gas.
Me apasiono hasta el exceso, y siempre fui rotundamente, genial en todo lo que acometí, viví libre como un pájaro sin rumbo. Estuve viviendo y disfrutando en Japón, tres maravillosos años de mi azarosa vida. Contemplé muchas auroras boreales en las frías tierras escandinavas acompañado de lindas vikingas.
Fui músico en Paris, llegando a ser miembro de la  orquesta que actuaba en el famoso bar Buddlia en la Rue Saint-Honore, en el cual conocí a muchas celebridades del séptimo arte y las letras.
Más tarde me fui a Londres donde trabajé en un importante banco en Carnaby-Street, una de las calles más céntricas e interesantes que he conocido, donde los artistas más famosos del pop hacen sus compras de ropas para lucirlas en los conciertos multitudinarios que dan por todo el mundo.

Ahora y después de estos años fuera de España vuelvo a Madrid con deseos de echar raíces y empezar una nueva vida que me haga vibrar con nuevas experiencias, diferentes a las vividas.
A las siete de la mañana, suena con estrépito el timbre del reloj despertador, un rayo ilumina fugaz mi dormitorio, aún así me levanto de la cama con buen humor, y con la sensación que va a ser un día especial para mi.
Camino descalzo por el pasillo hacia el cuarto de baño para no despertar a mi compañero de aventuras y de piso, que duerme en la habitación de al lado.
Después de asearme con esmero, me pongo el único traje que tengo, uno de color gris-marengo, que ensalza mi figura de hombre atlético.
Salgo a la calle, y esta parecía borrada bajo el peso de la tormenta que sufrimos en la madrugada, que yo nunca viví tan virulenta, no exenta de abundante pedrisco, era una de esas jornadas en las que nadie saldría de casa si no fuera por necesidad, que en verdad para mí lo era.
Ya en la calle, pido un taxi a la manera tradicional con el brazo en alto y al instante se para uno ante mí ofreciéndome sus servicios.
Le doy la dirección después de entrar en el vehículo, Gran hotel Internacional.
Mientras atravesamos Madrid miro desde la ventanilla del taxi la desolación en la que estaba sumida la ciudad, las aceras aparecían interceptadas por los árboles abatidos por el viento.
Yo no tengo mucha prisa, la entrevista de trabajo a la que estoy citado, está concertada para las nueve treinta de la mañana y mi reloj de pulsera marca las ocho y quince.
Y pienso que aún me da tiempo para tomarme un café en alguna cafetería cercana al hotel. Mientras, el taxi rueda hacia mi destino.
Sin que mi cabeza dejara de pensar en la entrevista, saco del bolsillo de la americana un sobre con el membrete del hotel, lo abro y en su interior, leo mi nombre Emilio Sandoval, treinta y ocho años, soltero, diplomado en económicas por la Universidad Complutense de Madrid.
En otro renglón: Será recibido el día diecisiete de Abril a las nueve treinta de la mañana para ser entrevistado por la directora del hotel, como solicitante para ocupar la vacante de jefe de recepción e intérprete.
Una sonrisa se escapó de mi boca. Cierro de nuevo el sobre volviéndolo a poner de nuevo en el bolsillo, y recuerdo cuanto lucho mi padre para que consiguiera mi licenciatura, cuando yo estaba remiso a no continuar.
Ahora la iba a utilizar de nuevo para conseguir el trabajo que siempre soñé adornándolo con los cinco idiomas que domino a la perfección, aunque en esta ocasión solo exigen tres idiomas.
 Me apeo del taxi cerca del hotel, y paseo por unos minutos, sonámbulo por la calle, entrando a desayunar en una moderna cafetería.
Después de tomarme un aromático café, me dirijo hacia mi destino, sintiendo las células de mi cuerpo, producido por la incertidumbre me deparaban un desagradable cosquilleo huidizo en la espalda, cuando entro en el vestíbulo del Gran hotel Internacional,
 Me distraigo de mi ansiedad mirando con la atención su suntuosidad a pesar de estar acostumbrado a contemplar bellas decoraciones. Las paredes forradas de ricas maderas de ébano de donde pendían copias geniales como El espejo de vestir de Morisot.
A su lado Las tres Edades de la mujer de Kilt
Otra genial copia de Los Girasoles de Vincent Van Gogh.
Del techo pende una preciosa lámparas de cristal de murano, cómodos sillones tapizados en el mejor terciopelo se prodigaban por la estancia, en el suelo una mullida alfombra de color azul tinta haciendo juego con las cortinas tamizando la luz del sol, al fondo se encuentra la recepción.
Un grupo de refinados y elegantes clientes sentados en unos cómodos sillones y ante un aromático café, discuten acaloradamente sobre las próximas elecciones municipales en la capital.
 Me dirijo a la recepción, donde un joven me atiende con amabilidad. Después de exponer mi demanda me hace esperar unos minutos que  me parecieron horas interminables.
Más tarde aparece ante mí una señora de unos cincuenta años, alta, esbelta, vestida con un impecable traje chaqueta Chanel conjuntado con una blusa de seda color melocotón .Va encaramada en unos altos tacones de color negro. Nos presentamos y estrechándome la mano me pide disculpas por su retraso.
Entramos los dos en un pequeño despacho decorado con esmero los muebles de color nogal. Hacen destacar las cortinas color gris perla y la alfombra del mismo color completando la decoración un pequeño sofá de color carmesí que da al despacho una agradable sensación de bienestar.
Se sienta ante su mesa y con un gesto de su mano me invita a imitarla.
Después de unos minutos de amena charla (para tantear mi formación), se levanta y tendiéndome de nuevo su cuidada mano dio por terminada la entrevista, diciéndome que tendría noticias suyas.
Después de la entrevista paseé bajo la tenue lluvia que caía sobre la capital para despejar la mente y caminé sin rumbo por la Gran Vía madrileña, miré sin mirar escaparates haciendo tiempo para que fuera la hora del almuerzo, el azar me llevó ante un restaurante coqueto y moderno de comida rápida.
Entré por ser la hora en la que suelo comer, aunque no notaba hambre, por la excitación que sentía. Me encaramé en un taburete de la barra, y pedí un sándwich de vegetal con una limonada bien fría. Una mujer joven y bien vestida se acerca a mí mostrándome un cigarrillo que oprime con sus carnosos labios, me pide fuego con una sonrisa que en esos momentos, con mi mente trastornada por la ansiedad de no saber si iba a ser aceptado para el nuevo trabajo, no supe apreciar. Le acerqué el mechero encendido a su cigarrillo y arrojó insinuante la primera bocanada de humo sobre mi cara. Y volvió a sonreír, esta vez con una risa contagiosa, una de esas risas que curan las enfermedades del alma. Salí del restaurante sin mirar atrás, (nunca había tenido semejante comportamiento con ninguna mujer) me sentía extraño.
 Deambulé por las calles, no quería estar temprano en casa, me dirigí a una sala de cine donde proyectaban la exitosa película del no menos exitoso libro Milenium o (Los hombres que no amaban a las mujeres).
Después de la entrevista, pasaron dos semanas de incertidumbre y ansiedad sin saber nada desde el día que acudí a ser entrevistado.
Cuando sentado ante mi ordenador, estoy leyendo las noticias nacionales, una llamada a mi móvil me desvela el misterio.
Había sido elegido para el puesto que había solicitado, siendo el candidato idóneo para desempeñarlo.
En ese instante sentí una extraña sensación, como si las venas de mis brazos se helasen. Esto nunca antes me había sucedido.
Después de un curso de formación que me facilitó la empresa, una mañana del cuatro de septiembre me citan para empezar a trabajar.
En el hotel tenía que preguntar por la señorita Margarita.
Una vez en el hotel pregunto por ella y ante mí se presenta una joven poco agraciada pero simpática, que me aclara ante mi perplejidad y con voz firme que ejercía de secretaria de dirección. Me pide que la siga, y nos dirigimos al garaje, me invita a subir a su coche, un Mercedes clase A de color negro.
En el trayecto hablamos de cosas intranscendentes, mientras el coche rodaba por carreteras secundarias y mi vista se perdía en el horizonte. En mi interior la curiosidad estaba a punto de explotar por saber cuando llegábamos a nuestro destino.
De repente apareció ante mis ojos el hotel en forma de castillo entre la neblina, parecía tener una sustancia inmaterial, suspendido en lo alto de una colina.
A él llegamos por un camino sinuoso no exento de peligro, por el que poco a poco se va descubriendo la espléndida fortaleza. Cuando llegamos a la cima, un musgo verdoso bordeaba el atrio en donde se posaba el edificio.
La escasa luz de la mañana dibujaba un reverbero fluctuante en la sombra que proyectaba el castillo, hizo mi cuerpo temblar.
Me paré ante el edificio para mirarlo detenidamente, me pareció o al menos sospechaba que  sus orígenes se podían remontar al siglo XV  por lo tanto tenía que tener mucha historia vivida entre sus anchos muros.
Y pensé que cuando la cadena del hotel compró esta propiedad debió estar en ruinas, nada más había que observar sus muros enmohecidos por la erosión del tiempo, el arquitecto, pensé, hizo una restauración acertada, a pesar de sus modificaciones.
Sigo contemplando los altos muros y me sorprende gratamente sus almenas rectangulares donde en cada una de sus cuatro esquinas hay una garita de vigilancia de forma cónica.
De repente me encontré por un momento incómodo, me sentía observado desde lo alto de una de las almenas, notando en mi nuca una mirada y extraña sensación inquisitoria.
Entramos en el vestíbulo, cuya planta era rectangular con un precioso patio central, donde las paredes están tapadas con hermosos tapices.
Las escaleras de granito conducen a la segunda planta donde están instaladas las habitaciones, que sostienen desde el patio columnas pareadas,  las esquinas de los arcos quebrados adornan con medallones nobiliarios que proclamaban la categoría de sus antiguos dueño. Estaba empapando de arquitectura Gótica mi visionaria cabeza.
Un escalofrió recorrió mi cuerpo en mi subconsciente creí haber visto una casa castillo, igual en algún sitio.
Margarita me saca de mi ensoñación, y mirándome dijo: El director nos espera.
En la planta baja y en un despacho de estilo gótico somos recibidos. Después de las presentaciones de rigor el director me da un sobre con las instrucciones, rogándome que hiciera lo posible para que todo saliera a la perfección, era muy importante para el hotel.
Margarita después de las presentaciones, se despidió de mí con la palabra " suerte" y me dirigió una sonrisa de complicidad desapareciendo en su coche Mercedes clase A.
Al subir el primer escalón que conduce al piso superior, donde tengo asignada mi habitación, me sorprende un cuadro que pende de la pared, su pintura representa a un hombre extraño subido a la rama de un árbol reseco como la muerte, mientras sus ojos permanecen abiertos como los de un búho en mitad de la noche
Ya en mi habitación, sobriamente decorada con un toque de distinción, me siento encima de la cama y siento como la reminiscencia de ese hombre del cuadro me hace temblar. Admiro para distraerme el artesonado del techo adornado con la siempre bella flor de lis.

 continuará...

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