miércoles, 29 de agosto de 2012

El escritor

Un día, de repente, el escritor se puso triste, muy triste, ya no tenía inspiración.
Y dejó de escribir esos relatos en los que contaba cómo era la vida cotidiana en su ciudad, que algún día quizás, algún día, pudiera estar en los anales de la historia.
Toda la pasión y belleza que le embargaba al escribir dejaron de existir para él. Ahora se encontraba solo, perdido, vagando por un parque imaginario donde a su paso los abedules retorcían sus ramas como una tela de araña sobre el fango marrón de la tierra. Donde las hojas muertas crujían a su paso amenazándole con tragarse sus titubeantes pies. Las ranas del pequeño estanque de aguas verdes y turbias croaban con inusitada intensidad a su paso, mientras sus verdes cuerpos desnudos se dilataban hasta adquirir formas monstruosas y extrañas.
Todo allí parecía irreal ante sus atónitos ojos. Llegó el día en que ni el color de las flores de aquel parterre donde tanto le gustaba recrear su cansada vista y tantas veces hicieron despertar sus fantasías, ahora parecían no tener vida para él. Aquellos renglones en blanco, donde cada día escribía sus pensamientos y anhelos, ahora se le antojaban cuervos hambrientos deseosos de encontrar carroña para saciar su gula en el imán de la oscuridad.
El bolígrafo que en tanta estima tuvo, había desaparecido de encima de su mesa. Pero el escritor, ya no sabe reaccionar ante esos detalles, ahora solo hay folios en blanco que sienten deseos de ser impregnados por el sabor de la tinta.
Un día llegó el invierno, y la nieve blanca empezó a cubrir su tejado, también llegó una primavera, pero a él ya no le inspiraba, ni el olor ni el color de las flores, ni tan siquiera el comienzo del verano que tanto llegó a disfrutar levantaron su ánimo, ni aquellas tertulias donde cada miércoles en la tarde-noche solía reunirse con sus “coleguillas” como tanto le gustaba llamar a sus amigos de siempre.
Pero nada de su vida pasada le reconfortaba, cada  día se encontraba más lejos de volver a escribir sus relatos.
Quizás algún día el azar, unido al destino quiera que esos folios en blanco encuentren otro escritor que con su bolígrafo les de vida y de nuevo comience a crear fantasías. Pero para él ya nada tenía importancia.
Pero el tiempo, se nos presenta como piezas de un complejo entramado, donde nada es casualidad, dejándonos ver los ciclos de la vida…
Primero, naces, creces, y enseguida casi sin darte cuenta, llega ese ciclo que a nadie les gusta mencionar, pero al que inexorablemente todos nos acercamos, a veces con demasiada prisa, como si algo irremediable te llamara con premura.
Ahora el escritor, hace lo único que puede hacer, esperar ante su folio en blanco, pero su mirada ha dejado de ser directa, está perdida, soñando quizás en algo que un día le hizo feliz.
A veces cree, pero no sabe porqué piensa con desánimo, que le queda poco tiempo de vida para poder terminar ese libro en el que tantas ilusiones había puesto, pero también le preocupa en su interior el haber perdido la capacidad de poder expresar sus sentimientos ante el papel, a veces en sus esporádicas lagunas de raciocinio se siente confuso, y entonces cree ver una nube en el horizonte, que se le antoja blanca, algodonosa, que se mueve  lenta hasta llegar a él. Pero en realidad no sabe que significa la espera.
Todo se encuentra confuso en su cerebro, pero no le apetece alarmarse, se encuentra cansado.
Por las noches sueña, con un ser etéreo que parece pulular por el cabecero de su cama, está vestido de un blanco níveo, que a veces le susurra al oído que no está solo, que él lo está cuidando.
Aquella noche de Otoño, soñó mientras dormía, que hablaba con Dios, y que le decía con dulce voz: “no temas por tus errores cometidos, porque el ser humano, lo hice como hice a cualquier animal creado, con una sola excepción, la inteligencia, que son aquellos a los que les doy poder para crear y proyectar mundos desconocidos para que llenen de fantasía la vida de los más pobres de espíritu…por esa razón hago que el escritor con su imaginación, pueda reconfortar el alma, haciéndole acreedor del ilusionismo para que todos puedan explorar por los vastos dominios del espíritu, e incluso entrar en el laberíntico universo de la fantasía, y todo tan solo con su mente”.
Aquella noche el escritor, creyó sentarse por última vez en su escritorio.  Ante él, como siempre, un folio en blanco, pero esta vez, escribió con mano firme:
Todas las verdades de este mundo; son tan simples y a la vez tan complejas como la honestidad.
Un pálido rayo de luz atravesó las cortinas de la ventana. Pero para el escritor ya había amanecido, porque aquel folio en blanco nunca supo el motivo, le devolvió de nuevo la ilusión.
La aurora con su resplandor, volvió a iluminar su vida.

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