domingo, 5 de agosto de 2012

La librera (1ª parte)

Aquel lunes de Septiembre, no era habitual una bajada brusca de temperatura en Extremadura, esta época del año era aún muy calurosa. A Carlota, aquella mañana gris y una cadena de acontecimientos le hacían pensar en lo peor.
Para ella era otro día más, monótono como su vida. Aquella noche tuvo unos sueños extraños que hicieron perturbar su descanso y desde que se levantó supo que iba a ser un día nefasto, sus nervios parecían querer traicionarla. Hacía tiempo que, en soledad, soñaba con encontrar un hueco en el difícil y competitivo mundo de la literatura.
Después de haber enviado un sinfín de copias de su manuscrito a distintas editoriales, nunca obtuvo respuestas que alimentaran su ilusión para seguir con su vocación, era rechazada con la consabida carta formal en la que se le explicaba que el tema de la obra no se ajustaba a su línea editorial.
 Un día de euforia de los que eran poco habituales en ella, reunió parte de sus ahorros y decidió que había llegado la hora de imprimir unos cuantos ejemplares. Una vez impresos los introduciría en el círculo de sus amigos libreros que se encargarían entre todos de su difusión.
Sin embargo, el humor le empeoró cuando unas semanas después, al abrir el buzón de correos vio que contenía una carta que detuvo por unos instantes su atribulado corazón. Con manos temblorosas rasgó el sobre y leyó una escueta nota:
“Sentimos comunicarle, que después de leer su libreto, nos es imposible complacerla, nuestra editorial no trabaja ese género.”
Carlota estaba destrozada, ni siquiera corriendo con la mayor parte de los gastos de edición querían darle una oportunidad.
Salió de su apartamento para despejarse en un paseo hacia el trabajo y en la calle una inoportuna baldosa despegada del pavimento atrapó con furia el tacón de uno de sus zapatos. Tenía que volver sobre sus pasos para cambiarse, al haber quedado uno de ellos mutilado.
En el suelo y enganchada bajo la puerta de su apartamento una hoja de papel invitaba a ser recogida. Carlota, con ganas de cambiarse de zapatos la guardó en su bolso sin sentir curiosidad por saber de que trataba.
De nuevo se encontraba caminando meditabunda por la larga avenida que la conducía a la librería donde desde hacía unos años trabajaba. Después de colgar su bolso y su chaqueta en la percha, miró con irremediable envidia las estanterías repletas de libros, soñando que quizás algún día no muy lejano estaría entre los mejores títulos uno de sus libros.
La librería gozaba de una temperatura cálida iluminada por un rayo de luz que atravesaba la persiana del escaparate que unido al olor inconfundible del papel tintado y la piel de cordero de las tapas de los libros más antiguos, hizo que Carlota se sumiera en una agradable duermevela.

Mientras, en una oficina de detectives privados los socios Ramón y Alberto discuten sobre el trabajo del día y alguien entra en el despacho.
-Traigo la información que me solicitasteis – dijo el muchacho y salió enseguida del despacho de sus jefes pensando que algo grave estaba pasando.
Después de leer el folio que le había entregado el muchacho, Ramón con voz discordante, masculló más que hablar:
-Aquí hay mucho más de lo que quisiéramos saber- y se lo dio a leer a Alberto.
Un angustioso silencio, se apoderó de Ramón minutos después.
Alberto, después de leer detenidamente el documento que le ofrece Ramón, abre la boca como un pez fuera del agua para decir:
-  Esto tiene trazas de tratarse de una trama muy gorda y bien organizada que nos puede poner a los dos en una difícil situación - mira a Ramón con honda preocupación y con voz cansada comenta que él por su cuenta había obtenido de una fuente fidedigna una información rica en contenido sobre los locales en los que estaban investigando.
- Lo siento Ramón no creía que esto iba a llegar tan lejos, no encontraba la forma ni cómo decírtelo- dijo con tono pesaroso.
-Sencillamente- dijo Ramón- debemos ser sinceros de una vez por todas. Estamos ante una trama como una tela de araña, muy bien urdida, que está sirviendo de tapadera para blanquear dinero.
- ¿Pero de qué dinero se trata? - gritó Ramón desesperado mientras recorría la habitación a grandes zancadas, nervioso por no saber cómo resolver el problema.
- Por el momento no tenemos nada sobre ningún fraude a gran escala, no sé sabe de quién se trata.
Los dos con los nervios a flor de piel se confiesan:
- Lo siento, no quería preocuparte hasta no estar bien informado. Ayer mismo y sin pretenderlo oí una conversación de una persona fiable, comentando con un amigo en el bar de los juzgados que algo gordo se estaba urdiendo y que era entre unos cuantos caciques que estaban metidos en las altas esferas muy cercanas al poder… pero – prosiguió - atenuaron la voz y sólo pude entender que alguien estaba haciendo chanchullos para su propio beneficio - dijo Alberto.
El teléfono sonó.
-¿Sí?- contestó Ramón.
Una voz distorsionada, habla desde el otro lado del aparato.
-         No sigáis investigando, deshaceos de toda la documentación de que disponéis, no podéis hacer nada al respecto y ya van tras vuestra pista. Estáis a tiempo de dejarlo, luego será demasiado tarde, son gente de mucho peso. Es solo una advertencia.
El clic del teléfono sonó en los oídos de Ramón como un trueno en una noche oscura de tormenta.
Alberto, todavía tenía que decir algo más a su compañero. Esa misma mañana, se comentaba en los mentideros del café, que alguien estaba dispuesto a que corriera un bulo entre los comerciantes para hacerlos creer que se habían infiltrado unos agentes ajenos al gobierno para suprimir las subvenciones.
- Esto no se puede creer, parecen chorradas que no tienen sentido.
- Pero eso es una infamia -comentó Ramón dando una patada a la papelera que con el impulso salió rodando vaciando todo su contenido -. Espero que algún día no muy lejano estos desalmados sean desenmascarados y paguen con una condena larga su codicia.
Mientras, en el rodar de la papelera, un pequeño papel destacaba de entre los demás.
Ramón mira el suelo pensativo y el pequeño trozo de papel de una hoja de revista color sepia hace captar su atención. Lo coge y ya en su mano lee simplemente: ¡Carlo Magno! Ramón lee a su amigo con interés inusitado el nombre de este gran conquistador y los dos se miran como si este gran guerrero les hubiese dado la respuesta que ellos necesitaban para poder llevar a cabo su trabajo.
 Al unísono, dijeron los dos:
-         Llegaremos hasta el final, cueste lo que cueste, es un deber cívico al que estamos obligados, desenmascarar a los delincuentes.

La campanilla de la puerta, avisa que alguien estaba entrando en la librería.
Carlota que dormitaba con los codos doblados encima del mostrador, se despierta sobresaltada ante la mirada de los dos hombres que la están observando en esos momentos ¡habían aparecido como por arte de magia!
-¿Sí? - pregunta titubeante Carlota, aún atontada.
- Queremos hablar con Carlota…
- ¿?
- ¿Es usted?
-¡Sí!
-Ha recibido una notificación en la cual se le cita en la comisaría de policía y no se ha presentado.
Carlota recuerda el papel que había recogido del suelo. Sus manos empezaron a temblar.
Y sin más los agentes le preguntan:
- ¿Es usted la autora del libro titulado “Alguien escuchó la historia”?
Con la voz titubeante y aún convencida de que estaba soñando, contestó que sí y no pensó en las consecuencias.
Los dos hombres, miembros de la Agencia de Inteligencia, la condujeron hacia la comisaría más próxima. Allí después de dos horas de intenso interrogatorio dirigido para obtener la información que se suponía había recibido de alguien infiltrado entre los confidentes del poder. Carlota no salía de su asombro, ella solita había movido hilos impensables en las altas esferas. Contestó serena, pero con voz firme que todo había sido fruto de su imaginación.
Más tarde y en un anochecer en el que las estrellas luchaban con las nubes para establecer su orden, Carlota sale de la comisaría bajo sospecha de haber obtenido fraudulentamente la información confidencial de algún miembro del gobierno.
Meses más tarde, el libro titulado “Alguien escuchó la historia” se exhibía en las principales estanterías de todas las librerías y bibliotecas. Sin saber cómo, Carlota había escrito el libro de su vida, un best seller.
Aquella mañana, el sol lucía espléndido, propiciando un ambiente placentero. Carlota se levantó de la cama pletórica, quizás nunca se había sentido tan optimista. Se asoma al balcón y la mirada se le ilumina, el cielo la obsequia con un intenso azul celeste, mientras su perro, un labrador cariñoso la mira insistentemente sin apartarse de ella.
Minutos después y con una sonrisa en los labios anuda con calma un extremo de la correa de su mascota a la barandilla del balcón, con el otro extremo se hace un siniestro collar y se lanza al vacío con una sonora carcajada.
Un transeúnte que caminaba por la calzada de enfrente, ve aterrorizado su cuerpo balancearse como un péndulo siniestro.
Carlota había conseguido lo que siempre soñó pero su carácter anodino no lo pudo soportar.
Y se fue, dejando una huella imborrable en un hombre anónimo, que quizás nunca leería su libro, pero jamás borraría de su mente como el cuerpo de una mujer se balanceaba sin vida de la barandilla de un balcón. Mientras, su perro ladraba sin parar, mirando el azul transparente del cielo.
En esos momentos algo inquietante sucede en un sótano de una lujosa villa que parecía un pequeño palacio ubicado en una zona muy exclusiva, donde el mobiliario era lujosísimo y donde se podían pisar alfombras anudadas a mano sobre suelos de carísimo mármol italiano. El dueño del palacete y dos individuos más discuten la forma de salir limpios de sus tropelías.

Continuará...

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