miércoles, 22 de agosto de 2012

La librera (2ª parte)


Un ruido ensordecedor  atronó sin piedad en la oscuridad de la noche que hizo sonreír a los hombres que esperaban el transporte con ansiedad. La hélice del helicóptero del cual procedía el ruido, de repente dejó de girar. Se miraron con expectación.
El rotor del aparato incomprensiblemente se parte por la mitad y se desploma el aparato minutos después en medio de una improvisada pista de aterrizaje.
Los tres hombres que esperaban impacientes la llegada del helicóptero para salir del país sospechaban lo que estaba pasando al oír el estruendo en la pista de tenis y sintieron temblar sus piernas por primera vez y desde que un día llegaran al poder.
Uno de ellos busca con ansiedad en el fondo de su bolsillo, mientras grita:
- ¡Donde demonios están mis malditas pastillas!
La luz del sótano donde se encontraban estos tres individuos, empezó a oscilar.  Alguien se estaba moviendo  por la casa envuelto en la oscuridad. Un bote de pintura que descansaba en una estantería metálica empieza a bailar como si de una peonza se tratase. Los tres se miraron sin decir palabra y después de unos segundos de silencio, uno de ellos sugiere, impregnado aún de su poder, llamar a la policía. Cuando abre su móvil ve con humor de perros que éste no tiene carga.
Sus rostros se mostraban inescrutables, no dejando reflejar sus emociones cuando una fría brisa empezó a levantarse inundando la habitación de un olor húmedo, espeso, casi insoportable.
El más orondo de ellos empezó a sudar copiosamente como un cerdo, mientras una espuma extraña manaba desde el fondo de sus copas de carísimo coñac francés.
Nadie sabía donde se encontraban, ellos así lo decidieron por su propia seguridad.
 Por un ventanuco que se encuentra a ras del suelo, se oye cómo se arrastran unos pasos lentos, casi son imperceptibles para un oído que no estuviera aterrado que iban acompañados de una respiración dificultosa. Los cabellos se les erizaron. Un miedo sobrenatural los envolvió, era tan espantoso que les paralizó las piernas.
Los tres individuos ya no se sienten con la seguridad del que tiene el poder, ahora son como niños en un parvulario asustados ante lo desconocido, por “eso” en esos momentos. Ellos estaban a punto de perder la cordura.
Un gato en el tejado de la casa, maúlla en la oscuridad y el silencio es absoluto. Su instinto felino presiente un mal presagio y araña con sus uñas las negras y resbaladizas paredes de la chimenea.
Después de mucho divagar, los tres individuos en la oscuridad del sótano deciden esperar para ver cómo se iban sucediendo los acontecimientos, albergando a pesar de la tenebrosa situación en la que se encontraban, un atisbo de esperanza.
Uno de ellos abraza un portafolio que es su pasaporte para un paraíso fiscal y el silencio era tan penetrante que se podía masticar.
El silencio se rompió con el sonido de tres disparos.
Minutos después ya no eran hombres poderosos y corruptos.
Ahora solo eran tres cadáveres que yacían tendidos en el suelo con los ojos abiertos con expresión de sorpresa, mientras sus bocas vomitaban monedas de cinco céntimos de euro.
Sus cuerpos en el duro suelo de cemento y con la humedad del sótano se arquearon como se dobla la madera de mala calidad y ante ellos flotaba una figura etérea vestida de blanco que minutos después desapareció por las escaleras que subían al primer piso agitando una bolsa repleta de monedas que en el silencio de la noche parecían tocar a duelo.
Ninguno de los tres supo que nunca estuvieron solos en el palacete, pues un ejército de espíritus esperaba el momento de su venganza.
Jamás salió a la luz la noticia de la muerte de estos individuos, el gobierno los ignoró como si nunca hubieran existido.
Carlota no pudo creer que el producto de su imaginación fuera la clave para resolver la trama misteriosa de una maquinaria política corrupta que llegó a adquirir tanto interés para el mundo literario y real que ella no lo pudo resistir.
Se llevó consigo la incógnita de cómo pudo hacerse con los documentos más secretos y enrevesados de aquella trama de corruptos para beneficio propio,  a los que no les importaba el daño y la pobreza que estaban causando a seres nobles.
             

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