jueves, 3 de enero de 2013

El hombre que guardaba un secreto (2ª parte)

Cada vez se encontraba más sola, el Duque sólo la visita para darle café y más café. A sus oídos llega el tatareo de una monótona canción. Sale del salón con dificultad porque su cabeza parece estallar, sus sienes laten hasta hinchar las venas. Se acerca al baño donde se encuentra la puerta entreabierta, llama con voz temblorosa y al no tener respuesta se va de nuevo al salón. A su paso por el pasillo ve una delgada línea de luz bajo la puerta de su alcoba. Un espejo situado al fondo del pasillo refleja y multiplica la luz deshilachada que sale por la rendija, dando un aspecto de fantasmagoría.
La noche es oscura, no hay luna, está tapada por nubarrones de color panza de burra.
Miro al anciano, inmóvil, con la vista perdida y por su expresión intuyo que está viendo a Eloísa  sentada en el sillón mientras su figura se refleja en el espejo de encima de la chimenea, que al perder el azogue sus manchas negras se plasman en ella como augurio de malos presagios. Quizás en su soledad sentía los escrúpulos de conciencia que comenzaban a martirizarla sin piedad, por no haber sabido imponerse ante los deseos de sus padres.
Después, un largo silencio por parte del anciano que yo respeto porque  parece buscar en los pliegues de su cerebro lo vivido en aquella casa.
Después de unos minutos, sigue hablando el anciano:
-         Yo fui el único que no abandonó esta casa -dijo orgulloso. La tristeza que sentía entonces la joven era una especie de locuacidad  meditabunda, que despertaba mi compasión. Días y días estuvo sentada en el sillón y al amanecer oía como entraban en la casa coches autopropulsados  que se colocaban en ordenadas filas.  A veces el suelo vibraba bajo sus pies mientras parecía oír la risa del demonio.
Una mañana Elisa se arma de valor y se enfrenta a la realidad. Recorre la casa y ve que las paredes están desnudas de cuadros, únicamente queda la señal en la pared ahora vacía.  Abre la puerta de su dormitorio donde un día vio luz y encuentra un camisón blanco tirado en el suelo unas zapatillas de mujer y un vestido de pésimo gusto.
¡Su esposo había estado viviendo con una mujer en su propia casa!
Va a la cocina y busca con frenesí algo que le pueda dar una pista de lo que estaba pasando. Horrorizada ve una toalla en el suelo manchada de sangre y corre hacia el salón. Observa que de la colección de catanas que tenía su padre como recuerdo  de un viaje a Japón, falta una y se encuentra desorientada. Entra en la alcoba de sus padres y al abrir el armario un cadáver de mujer cae sobre su cuerpo. Sale despavorida, cuando tropieza con un brazo cercenado de un hombre. Ya no sabe qué hacer, ni adonde ir, en su locura, va de nuevo al salón y ve la taza de café que una hora antes tenía que haber tomado humeante.
¿Cómo puede estar aún caliente?
El carillón del reloj  marca las doce del medio día, de un día gris y desapacible.
De repente la puerta del salón se abre por una ráfaga de viento y Eloísa ahoga un grito en su garganta. No se mueve, tiene los ojos cerrados con fuerza. Cuando llega de nuevo la noche sigue acurrucada en el sillón, con mano temblorosa  tapa su cuerpo con una manta mientras oye unos pasos lentos que se detienen ante el salón. Ya ni tan siquiera puede respirar, los pulmones los siente encharcados de emociones.
Los faros de un coche detenido ante la puerta de la casa entran por la ventana del salón como dos cañones de luz. De nuevo pasos, ahora seguros, firmes. Una voz la llama por su nombre, pero ella no contesta, no mueve ni un solo músculo de su cuerpo, está aterrada, no siente palpitar su corazón.
La puerta del salón se abre de nuevo de par en par, es Eduardo y al verlo cree estar alucinando. Quizás estaba muerta y se encontraba en las puertas del cielo.
 Eduardo se acerca a ella y coge su mano, le pide perdón por todo lo vivido y le dice con ternura que gracias a ella han atrapado a una banda de asesinos capitaneados por el Legañoso (el Duque). La policía había tenido que enajenarla con drogas para poder hacer mejor su trabajo. El Duque había hecho de la casa de Elisa su cuartel general y se temía por la vida de ella.
Continuará...

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