viernes, 15 de febrero de 2013

La invitación (final)



Cristina alzó la mirada hacia aquel hombre pero sus párpados se encogieron. Dentro  del salón reinaba un silencio absoluto sólo roto por el ruido que hacía una de las ventanas abiertas que se encontraba a merced del viento. En las ventanas no había cortinas, tampoco alfombras en el suelo, únicamente dos sillas y un sillón donde olvidado descansaba un abrigo de mujer y un sombrero de fieltro ajado por el uso.
Una voz femenina y autoritaria les dio la bienvenida con sequedad desde un megáfono. Un silencio expectante reinaba impregnado de sorpresa y terror.  La misma voz se volvió oír para decir que se pusieran cómodos pero allí no había suficientes asientos para todos. Aquello empezaba a parecer una pesadilla.
La puerta del salón se cerró de pronto y nos dejó a todos dentro. Mientras una voz lastimera de un niño llamando a su madre se oía y todos se estremecieron. Uno de ellos, se apartó de la pared donde estaba apoyado y comentó:
-         Esa voz la he oído antes en algún sitio, ahora no puedo recordar, siento un escalofrió que me recorre el cuerpo.
Estas palabras retumbaron en los cerebros de todos como truenos de una terrible tormenta.
Dentro del salón se empezaba a notar  una gran humedad y cuando afuera empezaba a oscurecer  el viento arreciaba rugiendo como una fiera y levantando las olas hasta azotar sin piedad el acantilado.
-         Aunque quisieran ya no pueden salir de la casa, ni tan siquiera de este salón, el tiempo es peligroso.
Uno de los invitados de la enigmática carta, preguntó en voz alta  mientras se atusaba el pelo una y otra vez con tic nervioso:
-          ¿Qué hacemos aquí? ¡Salgamos  cuanto antes!
El más joven se acercó a la puerta y después de aporrearla y no conseguir abrirla rompió la carta en mil pedazos, tenía la piel fría como si la muerte le estuviera esperando.
Los nervios empezaban a hacer estragos en todos y Cristina al apoyarse en la pared  sintió que ésta se movía. El señor del bigote nervioso intentó salir por la ventana, abajo le esperaba un precipicio insondable que hacía imposible su plan de evasión pero la ansiedad que sentía por salir rayó en la locura, le hizo perder la razón y se precipitó al vacío.
El joven seguía intentando abrir la puerta desatornillando los pernios con un abrecartas que guardaba en el bolsillo con la esperanza de poder salir y de repente una de las hojas de la puerta se abrió y salió precipitadamente por ella. Al instante la puerta se cerró tras él y se oyó un grito ahogado en el salón. Sólo quedaban tres personas en esa ratonera sin saber quién les ha metido en ella.
De repente se sintió un temblor, el vacío de la habitación se cuajó hasta convertirse en formas de colores que parecían transparentes y el ambiente empezaba a estar viciado, el salón se hacía cada vez más pequeño. El hombre que quiso coger el autobús de vuelta empezó a perder la razón y se convirtió en violento, en una furia desatada y peligrosa.
Una grieta apareció en el suelo por donde empezó a manar agua con olor a azufre. La brecha se hacía cada vez más grande y el nivel del agua subía hasta llegarles a la cintura.  Los tres gritaban hasta quedar afónicos pero nadie escuchaba sus desesperadas voces. De repente, la casa parecía nadar en un mar turbulento y les hizo pensar estaban en alta mar. Un relámpago seguido de un trueno les hizo temblar, todo se convirtió silencio y soledad.
La sirena de un barco patrulla retumbó en el océano haciendo la situación más siniestra. La noche carecía de luna y estrellas y en la tétrica y extraña casa una terrible mujer vengadora se debatía entre la locura y la razón y pedía a gritos el exterminio de todos los culpables de su dolor.
 Pero para aquellos que recibieron tan funesta carta ya era demasiado tarde pues ella ya había sembrado la devastadora semilla de la venganza sobre los que creyó culpables de la desaparición de su hijo.



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