Cristina alzó la mirada hacia aquel hombre pero sus
párpados se encogieron. Dentro del salón
reinaba un silencio absoluto sólo roto por el ruido que hacía una de las
ventanas abiertas que se encontraba a merced del viento. En las ventanas no
había cortinas, tampoco alfombras en el suelo, únicamente dos sillas y un
sillón donde olvidado descansaba un abrigo de mujer y un sombrero de fieltro
ajado por el uso.
Una voz femenina y autoritaria les dio la bienvenida
con sequedad desde un megáfono. Un silencio expectante reinaba impregnado de
sorpresa y terror. La misma voz se
volvió oír para decir que se pusieran cómodos pero allí no había suficientes
asientos para todos. Aquello empezaba a parecer una pesadilla.
La puerta del salón se cerró de pronto y nos dejó a todos
dentro. Mientras una voz lastimera de un niño llamando a su madre se oía y
todos se estremecieron. Uno de ellos, se apartó de la pared donde estaba
apoyado y comentó:
-
Esa voz la he
oído antes en algún sitio, ahora no puedo recordar, siento un escalofrió que me
recorre el cuerpo.
Estas palabras retumbaron en los cerebros de todos
como truenos de una terrible tormenta.
Dentro del salón se empezaba a notar una gran humedad y cuando afuera empezaba a
oscurecer el viento arreciaba rugiendo
como una fiera y levantando las olas hasta azotar sin piedad el acantilado.
-
Aunque quisieran
ya no pueden salir de la casa, ni tan siquiera de este salón, el tiempo es
peligroso.
Uno de los invitados de la enigmática carta,
preguntó en voz alta mientras se atusaba
el pelo una y otra vez con tic nervioso:
-
¿Qué hacemos aquí? ¡Salgamos cuanto antes!
El más joven se acercó a la puerta y después de
aporrearla y no conseguir abrirla rompió la carta en mil pedazos, tenía la piel
fría como si la muerte le estuviera esperando.
Los nervios empezaban a hacer estragos en todos y Cristina
al apoyarse en la pared sintió que ésta
se movía. El señor del bigote nervioso intentó salir por la ventana, abajo le
esperaba un precipicio insondable que hacía imposible su plan de evasión pero la
ansiedad que sentía por salir rayó en la locura, le hizo perder la razón y se
precipitó al vacío.
El
joven seguía intentando abrir la puerta desatornillando los pernios con un
abrecartas que guardaba en el bolsillo con la esperanza de poder salir y de
repente una de las hojas de la puerta se abrió y salió precipitadamente por
ella. Al instante la puerta se cerró tras él y se oyó un grito ahogado en el
salón. Sólo quedaban tres personas en esa ratonera sin saber quién les ha
metido en ella.
De repente se sintió un temblor, el vacío de la
habitación se cuajó hasta convertirse en formas de colores que parecían transparentes
y el ambiente empezaba a estar viciado, el salón se hacía cada vez más pequeño.
El hombre que quiso coger el autobús de vuelta empezó a perder la razón y se
convirtió en violento, en una furia desatada y peligrosa.
Una grieta apareció en el suelo por donde empezó a
manar agua con olor a azufre. La brecha se hacía cada vez más grande y el nivel
del agua subía hasta llegarles a la cintura.
Los tres gritaban hasta quedar afónicos pero nadie escuchaba sus
desesperadas voces. De repente, la casa parecía nadar en un mar turbulento y
les hizo pensar estaban en alta mar. Un relámpago seguido de un trueno les hizo
temblar, todo se convirtió silencio y soledad.
La sirena de un barco patrulla retumbó en el océano
haciendo la situación más siniestra. La noche carecía de luna y estrellas y en
la tétrica y extraña casa una terrible mujer vengadora se debatía entre la
locura y la razón y pedía a gritos el exterminio de todos los culpables de su
dolor.
Pero para
aquellos que recibieron tan funesta carta ya era demasiado tarde pues ella ya
había sembrado la devastadora semilla de la venganza sobre los que creyó
culpables de la desaparición de su hijo.
No hay comentarios :
Publicar un comentario