viernes, 1 de marzo de 2013

Los confiados (final)



Nadie se lamenta, un silencio sobrecogedor los aprisiona como una mano de hierro. Sólo queda uno. El único superviviente mantiene su espalda pegada a la pared, en cuclillas, con la cabeza entre las rodillas creyendo estar así más protegido de aquel  extraño episodio, mientras siente en su cuerpo la gélida sensación del abandono.
El hombre del banco entra en el pasillo y mira con detenimiento a esos hombres que eran los que solían jugar con “los ilusos”, porque sólo ellos sabían ser especuladores del dinero ajeno. Ellos y únicamente ellos  pertenecían a esa pequeña parte de defraudadores que con su labia y verborrea inducen a invertir a los incautos en los “negocios más brillantes de sus vidas”.
Sin duda habían llegado a ser genios en el arte del engaño pero nunca llegarían a ser tan sublimes como el hombre del banco en lo que acababa de hacer. Porque, cuidado con lo que haces, tus enemigos sin duda pueden estar muy cerca de ti.
Y cuando el hombre del banco, se dirigió al último superviviente con voz ronca le dijo: - Nunca pensasteis que “los incautos” podíamos ser “genios“, por supuesto de otra índole.
El pasillo se llenó de hombres airados y estafados que en silencio sacaron los cadáveres para enterrarlos. El que quedaba con vida no necesitó nada de violencia para dejar este mundo, muriendo en parte por el veneno ingerido en el Brandi, en parte por una invasión terrorífica que paralizó su corazón.
Todo estuvo pensado para que se ajustara al cálculo, siendo superada la prueba y resultando esta tan lúcida como hiriente. Porque la sabiduría (y eso ellos jamás lo sabrán) siempre se mantiene fuera del alcance de quienes no son dignos de ella.
Aquella noche, el hombre del banco, desde la ventana de su alcoba vio como el viento se hacía más virulento y cómo las hojas de los árboles, al rozarse entre ellas sintonizaban una trágica melodía. De repente un luminoso rayo  seguido de un trueno le hizo comprender que el dinero es como un rayo luminoso que ciega al hombre sin pensar en las consecuencias.
Y se fue a la cama con la sensación de que todo lo que le habían hecho y  lo que él había hecho no habían servido de nada.
Por la tarde del día siguiente, en la calle todo seguía su ritmo y en el cielo los cirros, esas nubes que adornan los atardeceres, parecían más bellas que nunca.








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