lunes, 8 de abril de 2013

El costurero encantado


Aquella tarde, cuando el grupo de costureras entró en el taller después de haber comido todas juntas para celebrar el cumpleaños de la maestra se encontraron con una sorpresa desagradable. El espectáculo que allí había era muy extraño pues las telas que estaban confeccionando se encontraban revueltas y esparcidas por el suelo pero alguien con voz grave que nadie reconoció dijo:

-         Esto no tiene importancia.

          Y todas como autómatas empezaron a ordenar aquel desbarajuste.

Todo parecía estar solucionado y cada una se sentó en su bajita silla de enea para reanudar su tarea pero cuando una de las costureras necesitó la plancha, ésta no aparecía, se había esfumado y todas se miraron, pero no era ético desconfiar de alguien que trabajaba en el club.

Media hora después el viento empezó a soplar con inusitada virulencia, empujando las ventanas, mientras las costureras protestaban quejándose de su infortunio.

De repente se desató una terrible tormenta acompañada por viento,  agua y una descarga eléctrica. El agua al caer en torrente precipitado por los canalones parecía absorber las energías de las costureras allí reunidas. La tarde se hizo a cada momento más oscura y el viento se alió con el agua haciendo un tándem de terror. Los dos juntos abatieron el poste de la luz que iluminaba el barrio y quedaron todo en la más absoluta oscuridad,  sólo los rayos de luz cegadora se difundían por la negrura del taller dejando a todas aterradas.

Los transeúntes que por allí pasaban, alzaban la mirada hacia la tétrica ventana donde las doce mujeres parecían tener una lucha contra un enemigo difícil de abatir; eran los elementos sobrenaturales.

A oscuras, y cuando todo estaba sumido en tétrico silencio, Juana, dio un grito quejumbroso. Se había pinchado con una aguja de coser.

De nuevo el silencio…

De repente otro quejido salía del fondo del taller; Reme también había sido pinchada por la aguja de la máquina de coser al intentar rescatar la falda que ésta tenía aprisionada en su prensil.

La noche implacable empezaba a caer sobre ellas y ya ni siquiera se podían ver las caras, estaban sumidas en la más absoluta oscuridad. A cada minuto que pasaba parecía crearse una nueva situación. Alguien sale del baño, suena la cisterna, no deja de salir agua, se ha roto inundando el taller.

Los ovillos de hilos de colores junto con el gigante de hilvanar salieron de sus carretes e hicieron con su inmensa largura una maraña de hilos en el suelo que les atrapaba los pies, ya era imposible moverse. Una tijera empezó a cortar las piezas de tela que se encontraban encima de la mesa de corte y todas aterradas escucharon en silencio el rasgueo que producía el roce de la tijera al cortar la tela.

De nuevo otro rayo iluminó la estancia y recreó un panorama del taller patético.

Juana no parecía moverse y Reme, con voz trémula dijo:

-          No se encuentra bien.

-          Con mucho miedo decidieron salir pero la puerta estaba atrancada.

Aquella situación se estaba poniendo insostenible en aquel taller, ya no quedaba títere con cabeza, las prendas que estaban confeccionadas, empezaron a volar como almas perdidas.

Desde fuera, alguien gritó:

-          ¿Se puede saber qué hacéis con la luz apagada?

Al encender la luz se miraron unas a otras. ¿Qué ha pasado?, se preguntaban confusas, todo allí se encontraba en orden. Juana, como siempre medrosa se había acurrucado en un rincón sentada en su silla de enea y Reme se miraba las manos.

 ¡No se había pinchado con la aguja de la máquina!

Cuando Reme llegó a casa y contó lo sucedido el único que la creyó fue su hijo Gonzalo que al termino del relato contado por su madre dijo:

-          Mamá, eso es que habéis tomado algún licor manipulado y como no estáis acostumbradas…

En definitiva, hay misterios que subyacen en el cerebro, haciendo creer ilusiones, temores y sueños.

Pero la plancha ¿dónde estaba? y la tijera...¿qué hacía encima de la mesa si siempre estaba metida en un cajón?

 

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