lunes, 15 de abril de 2013

El pintor observado




Solo en su estudio y durante muchas horas, el pintor se pone ante un caballete que porta un lienzo en blanco. Coge un lápiz y como si fuera un autómata, su mano se desliza por el lienzo hasta conseguir una perfecta imagen de un hombre solitario. Nunca supo el porqué, pero parecía tener una obsesión, que él no compartía con su arte, la de pintar hombres con miradas que destilaban soledades y recelos.
Pero el no recordaba cuando miraba sus cuadros haber pintado a ningún hombre,  no veía la razón por la cual siempre y en cada uno de sus cuadros aparecía ese hombre, a veces en un rincón, en un bodegón tras una tinaja asomando la cabeza, otras en la lejanía de un paisaje. Esto hizo de él que fuera un alma asustada.
Cuando da por terminada la jornada, a veces con la claridad del amanecer, no tiene sueño y decide dar una vuelta por el estudio, despacio, como el que no tiene a donde ir ni quien lo espere. Se entretiene mirando una y otra vez, con la lupa de un creador, escudriñando cada cuadro, cada boceto. Pero aún no se ha percatado de que su mirada se vuelve recelosa cuando se posa ante sus cuadros, quizás siente ese miedo que nos confunde al ser descubiertos cuando se está perpetrando una acción reprochable.
De pronto algo le asusta, mira hacia atrás con precisión pero no hay nadie, sólo está él con sus pensamientos. De nuevo, oye el ruido con más claridad, son los cascos de un caballo que intenta subir las escaleras de su estudio.
Cierra los ojos e intenta tranquilizarse ante los recuerdos que le afloran y que tenía guardados y encerrados con candado en su cabeza para que no salieran a la superficie. Pero ahora esos recuerdos luchaban por salir de su encierro a la superficie sin ser llamados. Procura mantener la calma eludiendo todo el peligro que atesoraba en su cabeza y que finge desconocer, pero solo él sabe que está ahí, de nuevo ante él infundiéndole pánico.
No puede quedarse quieto, pasea de nuevo por aquel destartalado desván que le sirve de estudio y lo mira todo exhaustivamente. Aquí un baúl desvencijado, un lavamanos de madera con palangana de porcelana desportillada, allí estaba todo lo que no había querido nadie pero que a él le servían de modelo.
Al terminar la inspección ocular se sienta, estaba convencido que allí no había la presencia de ningún intruso. Coge el pincel, una inquietud extraña no le deja descansar. En algunos momentos y desde hacía tiempo notaba una presencia extraña que no era visible pero que estaba seguro vivía dentro de él, lo notaba dentro del corazón, sobre todo cuando se encontraba ante un lienzo y sentía su mano guiada a dibujar una figura de un hombre solitario, tan solitario como él.
Alonso es un pintor joven y como todo bohemio desaliñado, con la peculiaridad de tener la espalda vencida hacia adelante, dando la impresión de hombre cansado como si sobre sus hombros llevara una pesada carga.
Su estudio está repleto de obras que él nunca las quiso dar a conocer. A veces no entendía el porqué había perdido las ilusiones, siempre hablando consigo mismo, huidizo, porque sentía que tenía el miedo que  infunde una atroz desconfianza, moverse en un terreno inseguro.
A veces sueña que es un galerista afamado experto en arte y entonces recorre con paso marcial su estudio y al no verse como artista disfruta  de “su” obra, para pasar minutos después otra vez a la soledad,  cuando los miedos vuelven y es tan terrible que a veces se queda sin fuerzas, como el boxeador al que quedan de un golpe cao. Desde el taburete donde está sentado lo mira todo como si aquello hubiera aparecido inexplicablemente ante él. Pero su mente está nublada por su propia desconfianza y no ve que sigue estando en su estudio. Mira el caballete, donde hacía unos días había hecho un boceto de un hombre solitario que estrechaba paternalmente entre sus brazos un cocodrilo, que lo mira con sus ojos anaranjados, redondos, inexpresivos, al que lo está abrazando.

Continuará...
                                                          Imagen: misiglo.wordpress.com


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