Ahora era una voz autoritaria la que decía:
-
Ya
sabes el secreto de la familia que parecías tener ganas de desentrañar. Ya no
tienes vuelta atrás ¿te acuerdas de tus primos que perecieron en un accidente
extraño de coche? fueron muy osados y como tú también descubrieron nuestro
laboratorio…sí, de armas biológicas pero creí que tú eras diferente, algo
sosita quizás, pero tuviste que entrar
en el encinar y cometer el mismo error que ellos.
Yo después de
escuchar estas palabras, me mantuve quieta como la mujer de Lot y hasta creí
que me había convertido en una estatua
de sal. De pronto sonaron cascos de caballos que se acercaban. Era la guardia
civil que alertada por los obreros llegaban para investigar los misteriosos
sucesos que los hombres habían contado que ocurrieron en esa finca.
Me monto en mi coche
apresuradamente porque quiero alejarme de esa pesadilla quedando previamente
con la autoridad para dar mi versión de los hechos. Cuando mi coche se alejaba
de la casa, una terrible explosión se produjo en el sótano y la destruyó, que
en unos instantes se convirtió en cenizas. Aquella mercancía que se elaboraba allí y que era
esperada con ansiedad por unos terroristas nunca llegaría a su destino y
salvaría de la masacre a un pueblo, que su mayor anhelo es tan solo trabajar en paz.
Aquel día me di
cuenta del el riesgo que conlleva el tropezarse, desvelar historias y fenómenos
que escapan a nuestra comprensión. Porque ahora estaba todo claro para mí, todo
había sido un experimento que después de tantos años de clandestinidad no supieron
controlar y que provocó aquella matanza
de cerdos. También supe que aquella tía-abuela no pertenecía a la familia
porque era Afgana, fruto de unos amores de mi bisabuelo que le gustaba mucho
viajar a ese país. Algunas veces le oyó mi padre decir que era donde tenía sus
raíces… ¿y porqué ningún hijo heredó ningún rasgo de él?
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