lunes, 19 de agosto de 2013

¿Tuve acaso otra alternativa? (final)



La miro desconcertada, no tenía ni idea a qué se debía esa invitación. Acabábamos de conocernos y no sabía quién era, ni ella sabía quién era yo. Al mirarme me sonríe, con una de esas sonrisas de las que se sabe de antemano que va a ser aceptada su propuesta.
Nos dirigimos al palacio, nos adentramos en el zaguán. Ahora es el carillón del reloj de la torre de San Mateo el que retumba en mis entrañas, lo siento como un ruido siniestro. La puerta enrejada que guarda el patio se encuentra entornada y yo la sigo sin vacilar, subimos las escaleras de granito donde las paredes a su paso se cubrían con un tapiz vegetal de grandes hojas relucientes.
La galería está llena de retratos que contaban la historia dinástica de la familia. En mi desconcierto, creí ver que todas las caras de los que aparecen en los retratos de los cuadros tenían una sonrisa extraña. Cruzamos la galería, abre una puerta y ante mí aparece un gabinete tétrico con paredes enteladas de un color granate desvaído que hacen juego con la alfombra. Al fondo un mueble oscuro que parece una librería caduca y una mesa con sillas hacen todo el mobiliario.
Me invita a sentarme frente a ella de sopetón y me dice:
-          Me llamo Tatiana.
En esos momentos creí que se me congelaba la sangre y siento temblar mis piernas. No hacía muchos días había leído la noticia en el periódico de la muerte de una aristócrata con el mismo nombre, me tranquilizó el pensar que solo era una coincidencia pues ese nombre es muy común entre la nobleza.
Después de un largo silencio dije con una voz que me salió gutural:
-Yo soy Carmen, una enamorada de la Ciudad Monumental.
Al oír mi nombre sus ojos se iluminaron y con un movimiento de su mano derecha hizo aparecer una bandeja conteniendo dos tazas de humeante café.
Yo miré pero no vi que nadie fuera el portador de la bandeja que pasaba sobre mi cabeza hasta colocar el servicio encima de la mesa. La habitación por momentos se tornaba más oscura imitando a la calle donde la noche ya había hecho su aparición. La oscuridad  reinaba en aquel gabinete añejo y solo el reflejo de la luna que entraba por la ventana me hizo ver la figura de Tatiana con un pelo alborotado como si fuera un ánima.
 Al notar mi intranquilidad Tatiana se levanta y con otro gesto de su mano hace aparecer ante nosotras a un hombre excesivamente delgado vestido de negro, con el rostro transparente que parecía no haber visto la luz del sol en mucho tiempo y que en la mano portaba un candelabro con velas encendidas.
La señora a la luz de las velas empezó a transformarse. El cabello le creció súbitamente volviéndose blanco, sus ojos empezaron a hundirse y sus manos parecían temblar. Mientras, el gabinete empezaba a llenarse de gente, todos parecían salidos de sus tumbas y de la señora que minutos antes había conocido, sólo quedaba una imagen imprecisa, oscura, la de un espectro centenario.
En el pétreo silencio alguien dijo:
- Tenemos que ponerle sangre cuanto antes, en unos segundos todo puede acabarse para la señora…
Aterrada comprendí que era mi sangre la que estaban solicitando con tanta urgencia. Intenté salir de aquella ratonera y voy hacia la puerta pero todos aquellos seres extraños me impiden la salida mientras todos parecían rezar una rara letanía como si de un rito se tratara.
Una voz potente, desagradable y autoritaria pregunta al otro lado de la puerta:
-          ¿Quién anda ahí?
Aquella voz podía ser mi salvación. Mi respiración se hace dificultosa ante la posibilidad de salir de aquella pesadilla, los pasos se alejan y todo se vuelve silencio, como el silencio tétrico y apagado de una agonía.
Dos seres con caras extrañas me echan en una camilla de hospital y al instante me encuentro maniatada mientras una potente luz de vela me ciega los ojos y todo se convierte en un tenebroso vacio.
Días después me encuentro de nuevo paseando por aquellas calles cargadas de historia, paseando con mi “rara amiga” Tatiana. Nunca sabré como pudo suceder pero si sé que ahora las dos podemos entrar sin necesidad de puertas en todos los palacios con plena libertad.
Lo que nunca sabré es en qué me  convertí ¿acaso soy también un espectro? ¿Qué fue lo que pasó cuando ese golpe que creí era un estruendo de campana me hizo perder el equilibrio?
Pero creo que para mí eso ya no tiene importancia. Ahora me encuentro en el sitio donde siempre quise estar, entre esas paredes que me hablan de una vida que no es pasada, que está presente y escondida entre sus muros misteriosos, que nos susurra:
- No cometáis los mismos errores que nosotros cometimos en el pasado…
¿A qué errores se refería?
Quizás aquellas premoniciones que tuve de niña me estaban avisando de que aquellos coches “gordos” eran mejores que estos modernos de chapa delgada y creo, cuando aún reflexiono ¿Y si fue uno de estos coches de chapa delgada, los que me han hecho llegar a estas circunstancias?
Pero… ¿tuve acaso otra alternativa?

 
 Foto: www.abc.es

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