lunes, 9 de diciembre de 2013

El detective (1ª parte)




Víctor  hacía más de un mes que recorría la Piazza de Navona y Piazza de Venecia en Roma. Desde fuera, cada día estudiaba la estructura de uno de los palacios que configuraban la plaza, era un palacio barroco,  poco visitado por los turistas a pesar de estar declarado como museo.
Este palacio se encontraba situado en la Vía del Corso y había pertenecido a algún príncipe del siglo XVII, cuyos descendientes y, aún a pesar de los años transcurridos, se encontraban en un interminable litigio con el gobierno por la potestad y explotación de las obras de arte que allí se atesoraban y que habían pertenecido a sus antepasados.
Víctor había entrado en aquel palacio por un agujero inmundo  después de haber recorrido parte del subsuelo  de la ciudad por malolientes alcantarillas y dudar sí atravesar recodos que traicioneros  esconden fosas  insondables. Víctor  llegó a la hora que había previsto, que era al anochecer, cuando el palacio se encontraba desierto. Después de haber escondido en el sótano la ropa que había usado en su recorrido se puso un mono negro y minutos después llegó  al punto exacto, donde había previsto encontrar lo que buscaba.
Aún no había recobrado el dominio de sus nervios, pero a pesar de todos sus temores ya se encontraba dentro de aquel palacio. Después de subir las escalinatas que conducían al piso principal intentó situarse, se encontraba desorientado, las luces de emergencia  no daban para mucho, pero ese detalle ya lo había previsto, no era el momento de flaquear, tenía que mantenerse lúcido y con grandes dosis de astucia hasta que sus ojos fueran adaptándose a la escasa luz. Ahora tenía que confiar sin ninguna duda y plenamente en el plano que había confeccionado después de ojear archivos clandestinamente, haciendo algún que otro soborno a los funcionarios que eran mal pagados.
El palacio, como todos los del siglo XVII, era complicado en lo que a arquitectura se refiere. Una vez dentro, seguía fielmente las instrucciones del plano, que leía alumbrado con una diminuta linterna pero enormemente eficaz. Se introdujo en un salón que le hizo pensar que era de grandes dimensiones y  que se  encontraba en el sitio adecuado  para lo que estaba buscando. Sus ojos al poco tiempo de encontrarse allí se adaptaron a la poca luz que desprendían unos pequeños ojos rojizos que salpicaban caprichosamente el techo.
De repente encontró en la oscuridad y a la luz de su linterna, lienzos surgidos de un mundo de tinieblas que aparecieron ante él como un hermoso sueño. La incredulidad le hizo dudar, no podía alejarse de su cometido por aquella belleza que tenía ante él,  aunque las paredes de ese inmenso salón se encontraban tapizadas de cuadros con maravillosas pinturas. Iluminó con su linterna el entorno; el primer cuadro que tenía ante sus ojos estaba firmado por Haus Memling, entusiasmado siguió alumbrando con su linterna. Allí también había cuadros de Tiziano, Rubens, Tintoreto, Carabaggio.
 Víctor tiene que coger aire, sus pulmones se encontraban escasos de oxígeno por la emoción, ahora empezaba a comprender el encargo que le habían hecho. No debía dejarse enredar, su misión era otra aunque cuando le hicieron el encargo tampoco le dijeron con exactitud qué era lo que en realidad tenía que investigar pero en ese momento parecía que todo empezaba a encajar. Ante él se encontraba los más grandes maestros de la pintura de todos los tiempos, aquel palacio guardaba un gran tesoro.
Víctor se dio cuenta de lo arriesgado que empezaba a ser todo aquello. Recorrió la vista tras su linterna y encontró una puerta, a su lado un armario de acero, que estaba previsto estuviera, Víctor dedujo que esa era la puerta por donde tenía que entrar. Era la entrada al despacho del administrador y cuidador de todo el palacio. Antes de entrar echó una mirada de desconfianza hacia una vitrina que colgaba del techo, esa vitrina no estaba recogida  en su plano cuando le dieron el encargo. Reaccionó, no podía perder ni un segundo en cavilaciones, ya pensaría más tarde lo que tenía que hacer al respecto, la noche le estaba pareciendo mucho más corta que de costumbre. No obstante mira de nuevo hacia el techo hacia aquel elemento que había aparecido colgado del techo, llegó a ponerle nervioso, y si era…entonces tuvo el impulso de encaramarse al armario de acero para poder ver de cerca de qué se trataba, qué función tenía  allí aquella inesperada vitrina. De repente empezó a sentir un miedo que no sabía cómo dominar.
Ya parecían asomarse los primeros albores del día y tenía que terminar su trabajo antes que los cristales de las vidrieras inundaran de color aquella sala. Por su olfato de detective supo que se encontraba solo y eso le satisfizo. Sorpresivamente le pareció que el trabajo le estaba resultando quizás demasiado fácil,  entró en aquella habitación que en su plano rezaba como el despacho del administrador, la puerta se encontraba entreabierta y dentro se movió con mucha precaución, todo se mantenía en la más absoluta oscuridad. Cuando decidió encender la linterna, se oyó una alarma e hizo que tuviera que buscar un escondite a ciegas, palpó y logró meterse bajo una mesa. Desde aquel ridículo escondite vio entrar a un guarda jurado seguido por el que supuso podía ser el administrador, que por su aspecto desaliñado y su mal humor parecía le habían fastidiado algo de lo que estaba disfrutando, seguramente no venía de un sitio muy recomendable.
Desde su escondrijo, pudo oír para su sorpresa cómo el administrador le decía al guarda con voz aguardentosa:
- ¿Estás seguro que no ha entrado nadie aquí?
 El hombre pareció encogerse, desapareciendo por unos instantes aquella apariencia de hombre duro ante aquella pregunta inesperada. El administrador, cada vez más contrariado, arremete contra el guarda jurado:
- ¿Sabías acaso que aquí tú prioridad es mantener este despacho fuera de cualquier ojo que no sea el mío?
 Y como si lo único que le importara fuera su despacho, en dos zancadas se plantó ante un cuadro que lo presidía. Víctor sorprendido pudo ver cuando el cuadro fue alumbrado por la linterna que portaba el guarda y que aquel cuadro era una muy mala copia del retrato del Papa Inocencio X. Una sonrisa casi le hizo toser al pensar que sí lo viera Velázquez seguro que le daba un soponcio.
El hombre pulsó un botón y el cuadro se abrió cómo si fuera la hoja de un libro. Víctor miraba la pared y para su sorpresa allí no había nada parecido a  ninguna caja fuerte, estaba demasiado cerca y entonces pudo ver con total claridad que lo que allí se guardaba eran lienzos que parecían estar adosados a la espalda del cuadro, de aquella pintura esperpéntica que se encontraba en aquel santuario de perfección y belleza.
El administrador mientras manipulaba el cuadro se aflojó la bufanda que parecía asfixiarlo.

Continuara...



                                                                            Palacio en Vía del Corso (Roma)
                                                                                  Imagen: www.flickr.com
 

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