Víctor hacía
más de un mes que recorría la Piazza de Navona y Piazza de Venecia en Roma. Desde
fuera, cada día estudiaba la estructura de uno de los palacios que configuraban
la plaza, era un palacio barroco, poco
visitado por los turistas a pesar de estar declarado como museo.
Este palacio se encontraba situado en la Vía del
Corso y había pertenecido a algún príncipe del siglo XVII, cuyos descendientes
y, aún a pesar de los años transcurridos, se encontraban en un interminable
litigio con el gobierno por la potestad y explotación de las obras de arte que
allí se atesoraban y que habían pertenecido a sus antepasados.
Víctor había entrado en aquel palacio por un agujero
inmundo después de haber recorrido parte
del subsuelo de la ciudad por
malolientes alcantarillas y dudar sí atravesar recodos que traicioneros esconden fosas insondables. Víctor llegó a la hora que había previsto, que era al
anochecer, cuando el palacio se encontraba desierto. Después de haber escondido
en el sótano la ropa que había usado en su recorrido se puso un mono negro y minutos
después llegó al punto exacto, donde
había previsto encontrar lo que buscaba.
Aún no había recobrado el dominio de sus nervios,
pero a pesar de todos sus temores ya se encontraba dentro de aquel palacio.
Después de subir las escalinatas que conducían al piso principal intentó
situarse, se encontraba desorientado, las luces de emergencia no daban para mucho, pero ese detalle ya lo
había previsto, no era el momento de flaquear, tenía que mantenerse lúcido y
con grandes dosis de astucia hasta que sus ojos fueran adaptándose a la escasa
luz. Ahora tenía que confiar sin ninguna duda y plenamente en el plano que
había confeccionado después de ojear archivos clandestinamente, haciendo algún
que otro soborno a los funcionarios que eran mal pagados.
El palacio, como todos los del siglo XVII, era
complicado en lo que a arquitectura se refiere. Una vez dentro, seguía
fielmente las instrucciones del plano, que leía alumbrado con una diminuta
linterna pero enormemente eficaz. Se introdujo en un salón que le hizo pensar
que era de grandes dimensiones y que se encontraba en el sitio adecuado para lo que estaba buscando. Sus ojos al poco
tiempo de encontrarse allí se adaptaron a la poca luz que desprendían unos
pequeños ojos rojizos que salpicaban caprichosamente el techo.
De repente encontró en la oscuridad y a la luz de su
linterna, lienzos surgidos de un mundo de tinieblas que aparecieron ante él
como un hermoso sueño. La incredulidad le hizo dudar, no podía alejarse de su
cometido por aquella belleza que tenía ante él,
aunque las paredes de ese inmenso salón se encontraban tapizadas de
cuadros con maravillosas pinturas. Iluminó con su linterna el entorno; el primer
cuadro que tenía ante sus ojos estaba firmado por Haus Memling, entusiasmado siguió
alumbrando con su linterna. Allí también había cuadros de Tiziano, Rubens,
Tintoreto, Carabaggio.
Víctor tiene
que coger aire, sus pulmones se encontraban escasos de oxígeno por la emoción,
ahora empezaba a comprender el encargo que le habían hecho. No debía dejarse enredar,
su misión era otra aunque cuando le hicieron el encargo tampoco le dijeron con
exactitud qué era lo que en realidad tenía que investigar pero en ese momento
parecía que todo empezaba a encajar. Ante él se encontraba los más grandes
maestros de la pintura de todos los tiempos, aquel palacio guardaba un gran
tesoro.
Víctor se dio cuenta de lo arriesgado que empezaba a
ser todo aquello. Recorrió la vista tras su linterna y encontró una puerta, a
su lado un armario de acero, que estaba previsto estuviera, Víctor dedujo que
esa era la puerta por donde tenía que entrar. Era la entrada al despacho del
administrador y cuidador de todo el palacio. Antes de entrar echó una mirada de
desconfianza hacia una vitrina que colgaba del techo, esa vitrina no estaba
recogida en su plano cuando le dieron el
encargo. Reaccionó, no podía perder ni un segundo en cavilaciones, ya pensaría
más tarde lo que tenía que hacer al respecto, la noche le estaba pareciendo mucho
más corta que de costumbre. No obstante mira de nuevo hacia el techo hacia aquel
elemento que había aparecido colgado del techo, llegó a ponerle nervioso, y si
era…entonces tuvo el impulso de encaramarse al armario de acero para poder ver
de cerca de qué se trataba, qué función tenía
allí aquella inesperada vitrina. De repente empezó a sentir un miedo que
no sabía cómo dominar.
Ya parecían asomarse los primeros albores del día y
tenía que terminar su trabajo antes que los cristales de las vidrieras
inundaran de color aquella sala. Por su olfato de detective supo que se
encontraba solo y eso le satisfizo. Sorpresivamente le pareció que el trabajo
le estaba resultando quizás demasiado fácil,
entró en aquella habitación que en su plano rezaba como el despacho del
administrador, la puerta se encontraba entreabierta y dentro se movió con mucha
precaución, todo se mantenía en la más absoluta oscuridad. Cuando decidió
encender la linterna, se oyó una alarma e hizo que tuviera que buscar un escondite
a ciegas, palpó y logró meterse bajo una mesa. Desde aquel ridículo escondite
vio entrar a un guarda jurado seguido por el que supuso podía ser el
administrador, que por su aspecto desaliñado y su mal humor parecía le habían
fastidiado algo de lo que estaba disfrutando, seguramente no venía de un sitio
muy recomendable.
Desde su escondrijo, pudo oír para su sorpresa cómo
el administrador le decía al guarda con voz aguardentosa:
- ¿Estás seguro que no ha entrado nadie aquí?
El hombre
pareció encogerse, desapareciendo por unos instantes aquella apariencia de
hombre duro ante aquella pregunta inesperada. El administrador, cada vez más
contrariado, arremete contra el guarda jurado:
- ¿Sabías acaso que aquí tú prioridad es mantener
este despacho fuera de cualquier ojo que no sea el mío?
Y como si lo
único que le importara fuera su despacho, en dos zancadas se plantó ante un
cuadro que lo presidía. Víctor sorprendido pudo ver cuando el cuadro fue
alumbrado por la linterna que portaba el guarda y que aquel cuadro era una muy
mala copia del retrato del Papa Inocencio X. Una sonrisa casi le hizo toser al
pensar que sí lo viera Velázquez seguro que le daba un soponcio.
El hombre pulsó un botón y el cuadro se abrió cómo
si fuera la hoja de un libro. Víctor miraba la pared y para su sorpresa allí no
había nada parecido a ninguna caja
fuerte, estaba demasiado cerca y entonces pudo ver con total claridad que lo
que allí se guardaba eran lienzos que parecían estar adosados a la espalda del
cuadro, de aquella pintura esperpéntica que se encontraba en aquel santuario de
perfección y belleza.
El administrador mientras manipulaba el cuadro se
aflojó la bufanda que parecía asfixiarlo.
Continuara...
Palacio en Vía del Corso (Roma)
Imagen: www.flickr.com
No hay comentarios :
Publicar un comentario