domingo, 15 de diciembre de 2013

El detective (final)



La incomodidad por la postura que había tenido que adoptar bajo la mesa le hizo sentir un tirón en uno de los músculos de una pierna e hizo que al chocar el pie con la madera ésta crujiera. Ninguno de los dos hombres oyó aquel ruido, se encontraban abstraídos en comprobar si seguían allí aquellos lienzos. Desde hacía cinco meses estaban dando el cambiazo y que tenían previsto venderlos en el mercado negro. Con tan sólo una ojeada administrador supo que todo se encontraba en perfecto orden, tras aquel horrible cuadro se escondía el verdadero arte.
Salieron los dos hombres de aquel despacho, el administrador hablaba algo entre dientes y el guarda jurado le seguía sumiso. Víctor no pudo oír lo que le dijo pero sí estaba seguro de que después de estar allí tenía que averiguar lo que aquellos dos hombres llevaban entre manos. Cinco minutos después salió del escondite, de nuevo se oían pasos que parecían acercarse al despacho.  No tuvo tiempo de volver a meterse bajo la mesa y en la penumbra descubre en una esquina una columna de mármol que sostenía un busto de Napoleón. Se pegó a la pared para poder ponerse tras ella y allí estuvo escondido casi sin respiración esperando que aquellos pasos no entraran en aquel despacho.
En la espera angustiada notaba que algo se deslizaba por su cabeza para segundos después, pararse en su cuello. Se distrajo unos segundos, no se dio  cuenta que los pasos que antes había escuchado ya estaban dentro del despacho y por lo tanto tenía que seguir inmóvil escondido tras la columna, no podía quedarse a descubierto. Víctor se había prometido a sí mismo y desde ese mismo instante desenmascarar lo que estaba pasando en aquel palacio.
 Poco después entró de nuevo el administrador, esta vez sólo, llevando en sus manos un cilindro ó rulo de papel que parecía un manuscrito,  abrió uno de los cajones de la mesa del despacho que se encontraba cerrado con llave y depositó allí aquel rollo de papel ignorando que dentro de aquel cilindro había  otro más que cayó al suelo.  Víctor estuvo a punto de dar un brinco al notar en su cuello aquel el bicho que tenía más de dos patas y que creyó que se trataba de una  araña.
De pronto sonó el teléfono y el administrador lo descolgó para volver a colgar sin decir una sola palabra. Cuando de nuevo hizo intención de salir apareció un hombre  vestido de negro y sombrero que lo empujó hacia dentro y echó una mirada alrededor del despacho. De repente Víctor no  pudo saber quién de los dos había encendido una linterna, la cual daba poca  luz que delataba sus siluetas. Los dos se miraron cara a cara y entre los dos parecía haber un odio que traspasaba los límites de la oscuridad. En unos segundos Víctor dejó de percibir la silueta del administrador y seguidamente pudo oír un golpe seco que le hizo sospechar lo que allí estaba pasando.
El hombre del sombrero salió del despacho arrastrando el cuerpo inerte del administrador. En aquel silencio apareció un tercer hombre, entonces, pudo oír el chirrido de una cadena deslizarse por una polea.  Víctor salió del escondrijo y vio por la rendija de la puerta como aquella vitrina que le había parecido sospechosa y que pendía del techo bajaba para ser abierta y que aquel hombre, con la pericia de un forzudo, doblaba un cadáver como si se tratara de un pelele para meterlo sin dificultad dentro de aquella vitrina. De nuevo se dejó oír el ruido de la cadena que izaba la vitrina para volver a colocarla en su sitio.
Víctor volvió a su escondite y observó como uno de aquellos hombres desaparecía en la oscuridad y  el que quedaba sacaba de debajo de su gabán un cilindro, abrió el cajón con una ganzúa e hizo el cambio llevándose el que se encontraba metido en el cajón. Víctor nunca se creyó un cobarde pero supo que estaba metido en algo que en su contrato le habían ocultado. Mientras, veía impotente como aquel hombre salía del despacho con total impunidad con el cilindro bajo el brazo.
Aquel hombre no se dejo ver la cara pero a Víctor su figura le pareció familiar. Esperó el momento oportuno para salir de allí, ya se empezaba a notar movimiento en aquel palacio. Víctor decidió serenarse, no podía perder la calma, tenía que pensar en la manera de salir de allí sin ser sospechoso en aquella terrible espera creía volverse loco.
 ¿Qué es lo que estaba pasando allí?
 Aquel despacho, en un momento le pareció el andén de una estación de metro, donde entra y sale mucha gente. De nuevo entró el guarda jurado, abrió el cuadro de nuevo y cogió lo que parecía un lienzo enrollado,  lo extendió cuidadosamente encima de la mesa y lo metió en un tubo que parecía de plástico. Salió tranquilamente del despacho.
Víctor tenía que irse de allí cuanto antes, ya se oían los susurros de las mujeres de la limpieza que empezaban su tarea diaria.  Salió del despacho antes que una de ellas entró a limpiarlo, bajó las escaleras y saludó a una de las limpiadoras. Tranquilamente se dirigió a la puerta de salida.
Cuando Víctor llegó a su modesta oficina miró con orgullo la placa de bronce que rezaba “Detective Privado”. Sonó el teléfono y al otro lado una voz cálida le dijo:
-¿Has conseguido hacer mi encargo?
El movimiento del reloj de pared parecía haber sido manipulado pues le pareció que estaba falseada la hora. Se  metió  la mano en el bolsillo del pantalón y sacó aquel papel que por descuido se había caído al suelo. Una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro, mientras decía para sí: “Nunca pensaste que con un detective es difícil jugar al juego de las mentiras”
Aunque aquel “hombre” llevara con gran elegancia un sombrero de campana, había dejado  asomar levemente su melena morena y brillante menospreciando la sagacidad del  detective. Ella ignoraba que Víctor tenía  en sus manos aquella cinta del sombrero que fortuitamente había caído al suelo justo al lado del  cilindro. Eso que poco después él recogió del suelo y que en la oscuridad le pareció la cinta de un papiro egipcio.
Aún así para él era mucho más importante tener en sus manos la prueba de quien era el autor de aquellos robos. Aquella mujer que lo había contratado quizás quiso que él fuera testigo de aquella pantomima.
Por la voz parecía tranquila porque desconocía que aquel “pobre” detective la tenía en sus manos.

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