Sigue andando y ante ella otro misterio de la
naturaleza llamado “La Ola”, donde las rocas se convierten por arte de magia en
un mar embravecido casi exultante que te hace imaginar olas gigantescas pétreas
y endurecidas que sólo Dios puede crear. Empieza a oscurecer y de repente oye
un ruido extraño, como si una roca se abriera hacia el cielo con un ruido
estremecedor. Sin saber cómo se adentra por esa grieta y es empujada por una
fuerza misteriosa que la conduce al territorio de los indios navajos, donde
desde hacía dos mil años ningún blanco había osado pisar.
Los haces de luz que irradian de la luna llena
penetran a duras penas por las estrechas aberturas del barranco que ha sido
erosionado a lo largo de los siglos y parece ser una figura fantasmagórica en
la oscuridad de la noche.
Con pasos inseguros y aterrada por no saber cómo
salir de aquella pesadilla Alejandra tropieza
con un pasadizo de piedra muy resbaladizo por la humedad que parece ser
el único camino a seguir, no puede dar marcha atrás y siente de nuevo una presencia
incorpórea que pulula a su alrededor y ella la percibe como algo latente.
Y piensa que quizás alguien como ella, había leído
el mismo libro que su padre le narró cuando
era una niña y le contaba la historia de “Las tres ciudades de Oro”,
sólo el pensamiento de encontrarse con un buscador de oro la desconcierta.
Ahora tiene ante ella un desfiladero estrecho y retorcido, con un profundo
precipicio a su derecha que parece insalvable. La cantimplora de agua se
desliza de su brazo cayendo precipitadamente al vacío y el sonido al caer es
seco, como si se abriera la losa de una tumba profunda. A lo lejos ve una grieta que le
da esperanzas de poder salir pero alguien tras ella con voz que produce eco, le dice:
-
Esa grieta no
tiene salida, únicamente deja pasar la luz del mediodía.
Su corazón parece pararse y el terror la deja
inmóvil. Se encuentra sola y perdida ante el hombre que cree la persigue desde España.
En unos segundos se desarrolla una gran tormenta que
ilumina con sus rayos el peligroso desfiladero mientras el agua empieza a caer
en cascada por ella haciendo un espectáculo estremecedor y los truenos se
magnifican acompañados por el ruido del agua al caer desde lo alto. El miedo
que siente es indescriptible, se encuentra ante la implacable y dura naturaleza
que protesta con furia al haber sido invadida por un extraño.
El hombre alza la voz, una voz seca:
- ¡Sígame!
En silencio le sigue y se adentran por un estrecho y
largo camino encajonado entre dos enormes y robustas rocas sin decir ninguno
nada. En un ensanche del camino y
después de andar mucho trecho, aparece una enorme sala adornada con pieles
donde al fondo de ésta se encuentra sentado en el suelo un indio emplumado
que parece esperarla, y que está
acompañado por doce hombres de su tribu. El hombre que la había acompañado, se
dirige en su dialecto al que parecía el jefe y Alejandra no sale de su asombro
al reconocer el hombre emplumado. Aquel anciano es el mismo hombre de un
retrato que le regalo su padre pero…
¿Quién era esa gente? o quizás ¿estaría soñando?
El anciano abriendo los brazos, le dice:
- ¿Has encontrado ya las tres ciudades de oro?
Alejandra se
calla mientras sus ojos delatan la angustia de no saber qué estaba pasando. El
anciano habla de nuevo y le dice:
- Ven querida acércate, esto que estás viendo es
una de las ciudades de oro que tantas veces has oído leer a tu padre, porque yo
le di ese libro para que te lo leyera cada noche, para que se grabara en tu
mente y volvieras a esta tierra que es
la tuya. Tú perteneces a la tribu de los navajos y sé que tu puedes, con tu
valentía, llevar a este pueblo a la prosperidad.
Alejandra sacó de su mochila el libro y con voz
temblorosa le dijo al anciano:
-
¿Es éste tu libro?
En esos momentos el pañuelo azul que llevaba al
cuello se empapó de sudor mientras
perdía el conocimiento y su esqueleto de huesos finos daba en la dura roca.
Su subconsciente escaló por la escalera del corazón
hasta llegar a la cumbre de su espíritu, donde se fundió con las rocas sagradas
de los navajos llamadas el MARTILLO DE CANYON.
Foto: fotopedia.com