jueves, 10 de abril de 2014

El apartamento (1ª parte)



            Si un mes antes alguien le hubiera dicho: “cierra los ojos e imagina cómo sería tu casa ideal…”
            Anna ya había cumplido los treinta, después de dudar sobre si comprar o no y acuciada por la situación económica difícil, sabía que no era el mejor momento pero cuando leyó uno de los folletos que inundaban los buzones vio una oferta tentadora, se vendían apartamentos a muy buen precio cerca del centro de la ciudad, en unos terrenos dónde se ubicó hacía ya más de cien años un antiguo sanatorio, un lugar que casi nadie recordaba.
Los alrededores donde se habían construido eran muy bonitos, cubiertos de vegetación y cargados de sensación inhóspita, esa sensación que a veces rezuman lugares bellos y a la vez estáticos, sin vida aparente. Allí azotaba mucho el viento y renovaba el aire enrarecido por el humo de los coches a la vez que batía las ramas imponentes de eucaliptos gigantes haciendo un ruido que intimidaba a quien pasaba.
Anna tardó poco en amueblar su apartamento y una semana después al poco de comprarlo se fue a vivir a él. Al principio parecía estar sola en aquel edificio y pensó “Será cuestión de tiempo, los demás vecinos ya llegarán y al menos por ahora no me molesta nadie”.
Pasó una semana y todavía no se había encontrado con ningún vecino, solamente con el portero que guardaba la finca, un viejo huraño de pocas palabras que siempre le preguntaba dónde iba y al que siempre le dijo que era la vecina del tercero.
La primera noche que durmió en su apartamento, el silencio que se podía apreciar era ensordecedor, inquietante pero creyó que se le pasaría en unos días en cuanto empezaran a llegar los vecinos.
A la mañana siguiente, se levantó con mucho cansancio, se fue al baño y allí se asustó al verse en el espejo pues tenía un aspecto horrible con un ojo morado como si le hubieran dado un golpe y la cara arañada. Era imposible que no se hubiera despertado si se hubiera caído de la cama, estaría muy dormida, pero ¿y los arañazos? ¿se los había hecho ella?
Después de desayunar y ducharse, Anna se disponía a organizar un poco la casa pero no sabía por dónde empezar. No le gustaba cocinar demasiado así que optó por organizar el vestidor de su habitación. Aquel vestidor era una de las partes de su casa que más le gustaba aunque no era demasiado grande para albergar toda la ropa que tenía; con una puerta corredera que lo separaba del dormitorio, disponía de un espejo de cuerpo entero  y percheros y baldas a ambos lados, además estaba muy bien iluminado.
Pensó en limpiar primero el espejo y quitar el polvo a las baldas para poder poner su ropa y así lo hizo, cogió el limpiacristales y una bayeta naranja y empezó a limpiar, comenzó por arriba con la ayuda de una escalera; a ella siempre le dieron miedo las alturas y padecía de vértigo así que aquello era toda una prueba a superar. Luego retiró la escalera y siguió por abajo dando brillo a aquel fantástico espejo que de una pasada a otra parecía estar volviéndose viscoso, ahumado, volátil, tanto que engulló a Anna sin que ella apenas lo notara y cayó de rodillas al otro lado del espejo de su vestidor.
 Anna por un momento creyó que era todo consecuencia del vértigo y que se había mareado o todavía lo estaba, pero Anna estaba viva, lo sentía, le dolía el golpe que se había dado en las rodillas, eso era de estar viva pero ¿dónde?
Allí estaba oscuro pero no demasiado para no ver que había una vegetación abundante, parecían árboles de muchas ramas y el suelo era de piedra, adoquines de granito y estaban fríos, muy fríos. También había una escalera que subía hacia algún lugar, de peldaños de madera y Anna no apreciaba ver más desde donde estaba.
Tenía miedo, mucho miedo, podía sentir su propia respiración como si fuera la de otra persona, una persona que respiraba en su nuca y le impedía pensar con claridad. No sabía qué hacer,  si pedía auxilio no la oiría ninguno de sus vecinos porque no vivía nada más que ella en el rellano, pero debía intentarlo y cogió todo el aire posible para  hacerlo, así fue cómo comprobó que no salía ningún sonido de su boca por más  que la abriera, que se ahogaba cada vez que lo intentaba.
Lo segundo que intentó fue aporrear la pared helada de piedra por donde había salido; su flamante espejo, su apartamento recién estrenado debía estar al otro lado, tenía que estar al otro lado y cogió y golpeó una y otra vez aquella pared hasta que le sangraron las manos. Anna estaba desesperada por lo que le estaba sucediendo, no podía ser real pero estaba sucediendo, ella sí era real, de carne y hueso y estaba allí, en su sitio desconocido, oscuro, lúgubre, había llegado a un submundo en el cual sólo había una salida, subir por aquellas escaleras de madera.

Continuará...

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