miércoles, 4 de junio de 2014

La trampa (1ª parte)



        La decisión estaba tomada, tenía que borrar de su mente para siempre aquella imagen idílica que había llevado grabada en su retina desde que lo conoció. Ahora y a pesar de haber pasado un tiempo se daba cuenta de que había sido una estúpida al no reconocer ni ver a aquel  hombre que estaba aparentando ser lo que en realidad no era pues tenía la falsa apariencia de hombre dulce y cariñoso. En lo real, Michel era uno de esos hombres con el corazón de acero templado que sabía muy bien manejar, según la circunstancia, sus armas de seductor con la maestría de un  espadachín.
Anna, de vez en cuando y en contra de su voluntad recordaba alguno de los episodios de su vida, una vida que no se podía decir que hubiera sido intensa, pero sí con los ingredientes necesarios para que viviera una tremenda y dolorosa experiencia junto a él. Anna había conocido a Michel en el viaje fin de carrera que hizo a París, era un chico elegante, correcto y además simpático. Anna se encontraba en la terraza de la torre Eiffel admirando desde la altura la gran urbe iluminada cómo si se tratara de una feria gigantesca, entonces Michel se acercó a ella, se miraron y desde ese momento y sin pensarlo, Anna creyó que era el hombre ideal que siempre había buscado, enamorándose perdidamente de él al instante.
Anna no quería volver al pasado porque no deseaba otra cosa en su vida  que ahuyentar los recuerdos que tanto daño le hacían. Indolente, se levantó del poyete en el que se encontraba sentada y empezó a caminar de un lado para otro como si no encontrara el camino a seguir.
Anna había llegado a esa casa de campo después de que en una noche de insomnio recordara vagamente uno de los pasajes de su vida y a su mente le viniera el recuerdo de cuando iba a visitar a los abuelos que se encontraban viviendo en el campo.  
     “…Aquella mañana salimos toda la familia desde nuestra casa de Cáceres; después de rodar unos 150km, entramos en la región extremeña más enigmática y misteriosa. Mi padre se desvió de la  carretera para adentrarnos por un sendero estrecho hasta llegar a la ladera de una colina desde donde se podía divisar la casa donde vivían los abuelos, aquel verdor que mostraba exhibiendo diferentes colores de verdes, a mis hermanos y a mí nos cautivó, allí pasamos uno de los veranos más mágicos de nuestra vida…”.
Años después no pudo imaginar que volvería de nuevo a aquella casa, ahora destruida, abandonada, como exactamente sentía su alma. Ante aquella ruina, no percibió ningún desasosiego pues no sabía con exactitud si se encontraba huyendo de ella misma, no acababa de entender  el porqué pero pensó que esa era su casa ideal para refugiarse.
Ya habían pasado cinco años desde su llegada a aquella casa, una casa que carecía de lo más imprescindible, agua, luz, y por supuesto teléfono, había decidido vivir cómo una eremita, sólo de los recursos a su alcance, y para alimentarse confiaba en la gran despensa de la naturaleza.
Recordó, mirando la desconchada fachada de la casa, cuando en un gesto de libertad, tiró el móvil a la primera papelera que se encontró en la plaza del pueblo. Ese gesto le hizo sentir un gran alivio al saber que desde ese momento había roto con la atadura mundana.
Entonces, al mirar al pasado se sorprendió que a los pocos días de encontrarse allí viviendo su destierro voluntario, Dios todo poderoso había obrado un milagro en ella, pues no dejaba de asombrarse, ni tampoco tenía otro argumento para razonar; las molestias que padeció en su matrimonio, desde que se encontraba en el campo habían desaparecido e ilusionada empezó a disfrutar de nuevo de una salud de hierro cómo siempre tuvo, como decía su madre.
Este hecho, a veces le hacía pensar, pero inmediatamente lo desechaba haciendo un gesto con la mano cómo si pretendiera espantar alguna mosca que merodeaba cerca de su cara. Anna se había prefabricado una vida feliz al aceptar la soledad y se sentía aliviada aún a pesar de que sabía que nunca volvería a ser la misma persona que siempre le gustó ser. Aquel atardecer se encontraba incomoda con la cabeza llena de imágenes que insistían en querer aflorar en su memoria.
De repente y cuando paseaba notó algo raro en el ambiente, un roce entre la maleza, la hizo reaccionar, se acercó para saber de qué se trataba, algo se movía entre la maleza y parecía que pisaba con fuerza el suelo haciendo crujir los palos secos que se encontraban en el suelo.
En esos momentos, el campo se encontraba en su hora más misteriosa debatiéndose entre la luz y las sombras, Anna volvió sobre sus pasos para dirigirse a la casa a toda prisa al no poder precisar si se trataba de un animal grande que se encontraba cazando.
Entró en la casa de repente y sin motivo aparente le invadió un gran pesimismo que hizo que su mente, en esos momentos asustada, la obligara a urdir una trama en la cual pudiera aclarar los hechos que acontecieron aquella fatídica noche de Navidad, aquella que hizo que cambiara su vida.
Entonces recuerda que en su bolso, donde llevaba su identificación había guardado un bloc junto a un bolígrafo y pensó que sería una buena manera  de contar con total sosiego y veracidad lo ocurrido aquella noche en su piso cacereño.


Continuará...

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