Pero, aquella noche y después de
haber comido unas moras—que por cierto que le pareció que tenían un sabor
extraño—le invadió un tremendo desasosiego, no se encontraba bien y se recuesta
la cabeza en la almohada que ella misma se fabricó, al no poder conciliar el
sueño, su mente parece querer hacerle una mala pasada, pero ella lo rechaza
porque estaba todo olvidado, de pronto siente nauseas, se alarma desde que se
encontraba allí no dio síntomas de ningún trastorno estomacal, se incorpora,
necesitaba salir para respirar el aire puro de la colina y un vómito le hizo tambalearse, mientras se
recuperaba por su mente pasó cómo un rayo su vida pasada, una mueca de
desagrado salió de sus labios, cuando sin querer pensó que quizás aún tenía
posos en el estómago que lavar; un temblor se apoderó de ella, no podía ser,
ella era farmacéutica, sabía muy bien cómo limpiar un estómago…
Vuelve a la cama, le faltan las fuerzas, ya no puede
ni pensar; aquel amanecer intenta
levantarse cómo cada día, las piernas siente que le fallan, pero coge la cesta
y sale de la casa para recoger los frutos del día, cuando camina entre las
veredas, mira al sol, con sólo este gesto se siente reconfortada pues parecía
que se asomaba por la cima de la montaña para acompañarla.
Anna no sabía el motivo, pero a su regreso se siente
muy cansada y deja caer de nuevo su cuerpo en el camastro abandonando en el
suelo la cesta con los frutos recién
cogidos que cayeron esparcidos por el
suelo. Se encontraba mareada, ella sabía cómo hacer muchos remedios para
aliviar cualquier dolor físico, pero le faltaban las fuerzas para ir a buscar
las plantas que necesitaba. Anna se negaba
a estar enferma y achaca su mal o falta de apetito a algún fruto que
había ingerido que estuviera contaminado por la orina de algún animal enfermo.
De nuevo intenta incorporarse, una triste laxitud le hace mirar con desgana la
tosca pared en la que aún se podía apreciar antiguos vestigios de haber estado
encalada, y que ahora su aspecto era como un mapa delimitando el mar y la
tierra por pequeños manchones de cal que se encontraban en la descarnada pared.
Anna sin desearlo, empezó a bucear en las
profundidades de su cerebro y en un impulso, coge el bolígrafo y el bloc. Y
estaba oscureciendo cuando le sorprende un golpe que parecía venir del piso
superior, su corazón se acelera, escucha aterrada unos pasos parecen caminar
por el techo de su habitáculo, aquellos pasos, reconoce que no eran de un animal, estaba segura, pero también dudó de
que fuera de una persona, se encuentra mareada, se levanta, coge un palo que
tenía preparado como arma de defensa en el caso de que fuera atacada por alguna
alimaña, se dirige con gran dificultad hacia las escaleras, no se atreve a
subirlas, las piernas no le responden, además, aquellas escaleras estaban muy
rotas y se podía caer. Aún así, sube aunque con mucha dificultad, una vez
arriba, asoma la cabeza con precaución, pero allí no puede ver nada, desolada comprueba
que el único suelo que tenía el piso de arriba era el que cubría la habitación
que ella ocupaba en el piso de abajo, ahora sus piernas tiemblan, en uno de los
rincones algo parece moverse, no puede apreciar de que se trata, tiene que esperar
a que llegue el nuevo día.
Una vez abajo enciende la chimenea que hace de
cocina y de estufa, cuando se dispone a asar un conejo, que le había puesto en la
puerta su gran amigo Tom esa misma tarde, un perro sin amo, pero que a ella le
daba compañía de vez en cuando…entonces,
el corazón ante este pensamiento, casi se le paraliza, ¿no sería Ton el animal
que quejumbroso se encontraba en el piso de arriba? Sube las escaleras con el
corazón desbocado, con una tea que llevaba en la mano escudriña el desolado
habitáculo, allí estaba su amigo Ton, con gemidos que parecían tener los
estertores de la muerte, su cuerpo se paraliza al reconocerlo pero, no se puede
acercar a él porque aquel habitáculo carecía de suelo.
Unos minutos después baja por aquellas escaleras,
desolada llora la pérdida de un amigo, de nuevo oye pasos, hasta esos momentos nunca había sentido tanto miedo,
echa más leña a la chimenea, su cuerpo siente un estremecimiento cuando cree
ver por primera vez una sombra en movimiento
reflejada en la pared, asustada se acurruca en el camastro.
Ya tiene
hambre pero no se atreve a comer, algo le dice en su interior que algo no va
bien desde hace unos días, pero que le estaba pasando ¿acaso después de tantos
años la soledad le estaba haciendo perder la cordura?, cuando logra
tranquilizarse ve con agrado que tan sólo era, cómo cada noche, el fuego de la
chimenea que reflejado en la pared hace sombras fantasmagóricas mientras los
troncos ya quemados crepitan acompañándolos con su música.
De pronto siente que se levanta un viento huracanado
que hace temblar la puerta, los árboles al ser movidos con virulencia por el
viento, provocaban un ruido tan infernal que le hacía estremecer, un relámpago
la coge desprevenida e ilumina la estancia, entonces Anna cree ver la silueta
de un hombre apostado en la destartalada puerta, no se atreve a moverse, sólo
se le ocurre rezar. No supo cuanto tiempo pasó hasta que se quedó profundamente
dormida.
Aquella mañana no se levantó al alba, cuando abrió
los ojos ya era medio día, desde que vivía allí jamás se había quedado dormida,
salió de la casa, se encontraba mejor, decide coger algún fruto y mientras
camina por el campo, siente que alguien la sigue, regresa a la casa… el ruido
de un cencerro cerca de ella le sobresalta, mira con ansiedad, buscando al
pastor pero no hay nadie, el carnero no conducía a ningún rebaño, y además
había desaparecido de su vista como si fuera un fantasma. Entra en su casa,
atranca con un palo lo poco que queda de la puerta y entonces se da cuenta que
con un solo golpe de una persona fuerte se podía abrir.
Aquel día decidió no volver a salir al atardecer
como había hecho tantas veces para respirar el aroma inconfundible y reconfortante de la
tierra cuando reposa al anochecer. El cielo empezó a cubrirse de nubes grises anunciando que se
avecinaba otra tormenta, mira la cesta y ve que estaba llena de arándanos…no
podía ser, estaba segura de que no había nada en la cesta, aquellos frutos a
Anna le pareció que eran tan escogidos…y todos del mismo tamaño que hizo que
sospechara de que allí pasaba algo, decididamente no comería aquellos frutos
que le parecieron de dudosa procedencia, necesitaba estar ocupada en algo que
alejase los demonios que le acosaban, esos demonios que aprovechan los momentos
más vulnerables para atacar la fibra más sensible.
Anna coge el bloc y a la luz de la chimenea, y como
si en ello le fuera la vida, se pone a escribir todo lo que llevaba dentro y
necesitaba arrancar de su vida para siempre.
Anna comenzó así su narración…
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