viernes, 26 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad



 
Erase una vez una princesa, que olvidó ser la hija de un rey.
En su infancia pudo disfrutar  de todos los juguetes que muchos niños como ella no podían ni siquiera llegar a alcanzar.
Se hizo mayor y nunca supo de aquellos exámenes duros que sufría el ciudadano hasta terminar una carrera (que siempre aparecía algún que otro obstáculo). Ella como princesa pasó aquella etapa sin pena ni gloria pero, eso sí, encontró  cuando quiso un  trabajo muy bien remunerado y  todo, sin tener que hacer el más mínimo esfuerzo,  romperse la espalda  por estudiar al  adquirir una postura viciada. Ella no necesitó  jamás  hacer ninguna oposición pues las tenía todas ganadas.
Cuando fue adulta, se enamoró siendo del todo lo  lógico.
Pero no fue de ninguno que tuviera el status social requerido en estos casos.
Se enamoró de un “chorizo” pues  al estar acostumbrada a comer los más  ricos manjares, al ver esta chacina que rebosaba grasa, le hizo gracia y se lo comió.
Entonces el chorizo  al saber que le había gustado a la princesa se volvió loco de alegría y después de innumerables artimañas consiguió llevarla al altar.
El muchacho choricero, que su afán era el de prosperar sin tener que dar un palo al agua cuando descubrió la “bicoca” que se le presentaba, se olvidó del rango que por ser consorte ostentaba.
 Y como si de un  maratón  se tratara, empezó a engañar a diestro y siniestro haciendo gala de su parentesco pero llegó a ser tanta su ambición, que como dice una moraleja “tanto llenó el saco que se rompió”.
Mientras tanto  su enamorada esposa sólo veía lo listo que su esposo  parecía y cuando por las noches después de la cena el marido le contaba sus aventuras y  hazañas, ella emocionada le aplaudía pues le parecía que era un hombre lleno de osadía.
Pero un día sin que tuvieran sospechas de lo que Hacienda tramaba, llamaron unos hombres a su lujosa morada para comunicarles que a pesar de ser la hija del rey estaba siendo investigada.
Ella al enterarse de que estaba siendo observada, puso cara de inocente, pues creía que los millones que su esposo ganaba tan sólo era porque tenía suerte, que en la quiniela acertaba.
Aquella princesa cuando estuvo  ante el tribunal, dijo que no recordaba nada, pues los lujos que había en su morada habían sido heredados de un tío de su  esposo que  hizo fortuna  cuando marchó con la legión del Duque de Alba y que además  puso  una pica en Flandes.
Pero esa patraña no coló y ahora los dos enamorados se encuentran imputados.
Y tendrán que pagar lo hurtado y acatar las leyes, pues siempre que hablaba su padre, decía que todos sus súbditos  eran iguales.
Acaso merece la pena, toda esta trama bajera, que por querer vivir en la mayor opulencia, se pueda llegar a  perder el prestigio junto con el honor por una causa tal banal como es el dinero, que se va  de entre las manos como la espuma, cuando   no ha  sido ganado honestamente y  puede dejar para toda la vida  envilecido al hombre  por  no saber respetar  lo ajeno.





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