Anna, desde hacía unos días sólo quería vencer la desidia
que sentía y por ese el motivo quiso entregarse de lleno a una actividad y sin
temor comenzó a estudiar la historia de un tiempo que si se piensa con detenimiento no
era tan lejano como parecía. Aún nos queda, aparte de muchas otras cosas más, unas lápidas
como testimonio de que existieron y que a pesar de su quietud pétrea, saben
contarnos con sus efluvios invisibles, callados y misteriosos, la vida de cada
uno de los que se encuentran tras ellas y que al mirarlas solemos decir
alegremente que aquellos que allí yacen, son nuestros antepasados sin pensar ni
siquiera por un instante, que es lo que queremos decir.
Anna ya no era tan joven, pero ante la adversidad en
la que estaba sumida desde hacía un tiempo, sentía que aún le quedaba vida y
energías para recuperar el tiempo que estúpidamente había perdido. Una tarde,
de repente notó que dentro de ella había brotado una filosofía que le alentaba
a descifrar algunos de los enigmas del pasado.
Desde que hizo su última visita al Museo Municipal
cacereño, estuvo invadida por un ansia irrefrenable de saber y querer averiguar
alguna de las incógnitas que según ella
tenían su significado y que pedían a gritos que fueran revelados, por lo tanto
se entregó de lleno al estudio de las inscripciones que durante siglos habían estado expuestas en
museos y fachadas de las casas señoriales del casco antiguo de esta ciudad.
Aquella mañana de junio la ciudad de Cáceres se
encontraba envuelta como un dulce caramelo en un radiante sol, sin ninguna nube
que le restara esplendor, Anna caminaba distraída por las empinadas callejuelas
de esta ciudad de sus desvelos; sus pies, sin proponérselo la dirigen hacia el
museo provincial, entra y ante el patio porticado se para unos minutos. Cuando
se encuentra ante las escalinatas
graníticas que suben al piso noble, da un paso atrás y elige la opción de bajar por unas escaleras estrechas desiguales
y claustrofóbicas que la conducen al piso inferior donde se encuentra el Aljibe,
una vez abajo Anna recrea su mirada por las galerías que van sucediéndose una
tras otra y donde se encuentran expuestas
lápidas funerarias con sus respectivas descripciones. Se para ante una
de ellas y por unos momentos analiza el campo epigráfico, Anna dedujo en su
traducción que se encontraba uno de los laterales rehundido formando una
cartela, la lápida a Anna le pareció más bien pequeña, calculando que podía
tener las dimensiones de unos 40x39 cm aproximadamente: A su lado, una reseña
en bronce que dice: “procedencia desconocida”.
Anna continua con su recorrido por estas pequeñas
galerías y al llegar a la altura de una puerta baja con un dintel agobiante por
donde se podía entrar para admirar el Aljibe, Anna vuelve sobre sus pasos y
decide asomar la cabeza por un ventanuco que se encuentra expresamente para ese
menester. Anna nada más asomar la cabeza siente vértigo, se retira de la
ventana, aquellas aguas estáticas con el fondo negro que se encontraba clavado al suelo por el peso de las columnas que cómo estacas
hirientes sujetan la bóveda ennegrecida
por el tiempo, al mirarlas le pareció que con su piedra oscura querían atrapar
los sentimientos escondidos de algunos de sus ilusionados visitantes.
Anna vuelve a asomar la cabeza por aquel ventanuco y
entonces pudo ver que el agua del aljibe se había teñido de rojo, donde flotaban
cadáveres de guerreros romanos.
En medio de su confusión cree oír un murmullo en la
galería de al lado, en su cara se refleja una sonrisa, no había visto nada
anormal y tan sólo era que un grupo de turistas estaban causando demasiado
revuelo para encontrarse en un museo, debía ser por algo que habían visto que
les había llamado la atención pero ¿qué había podido ser? Poco después, Anna
vuelve a contemplar aquella lápida que en su reseña decía que era de un
desconocido. No recuerda cuanto tiempo estuvo ante a aquella lápida pero
entonces, como si estuviera viviendo una alucinación, se vio envuelta en un
carrusel que de dar tantas vueltas, le hace perder la conciencia y entonces
ante sus atónitos ojos ve cómo las lápidas empiezan a desprenderse de los
anclajes que les sujetaba a la pared.
De los huecos empezaron a salir guerreros romanos
armados hasta los dientes, era una centuria de Norba Caesarina. Anna no puede
hablar, no sabía cómo se había metido de repente en medio de una cruenta
batalla, de pronto se pudo oír un sonido que parecía sobrenatural en medio de
aquel campo, un ulular extraño, los romanos soldados luchadores presumían de no sentir miedo ante
nada, pero ante este ruido estremecedor que hacía eco en las montañas, se
pusieron alertados y expectantes. Antes de reanudar la lucha se les hizo de
noche y entonces aquellos guerreros romanos se preparan para pasar la noche con los
ojos bien abiertos para que no les cogiera desprevenidos el enemigo.
Ya muy entrada la noche, los romanos empezaron a
encontrarse mal, empezando a dar alaridos de dolor que se podían escuchar en
los poblados cercanos. Los Lusitanos, hombres acostumbrados a la dureza del
campo extremeño, habían rodeado el
campamento romano con pequeños reptiles casi imperceptibles, negros y
brillantes que pasan desapercibidos entre la hierba, llamado en estas tierras
Eslabón, uno de los más venenosos que reptan los campos extremeños. Aquel
improvisado ataque que los romanos llamaron de demonios invisibles, causó tal
desaguisado que hizo retroceder a lo que quedaba de la tropa, los que estaban
en el campamento, presos del veneno inoculado, poco después fueron sucumbiendo
ante el ataque mortífero de aquel
enemigo invisible.
Continuará ...
Fuente: extremadurasolohayuna.wordpress.com
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