domingo, 25 de enero de 2015

Nuestra mente es un tesoro (1ª parte)



Anna, desde hacía unos días sólo quería vencer la desidia que sentía y por ese el motivo quiso entregarse de lleno a una actividad y sin temor comenzó a  estudiar la historia de  un tiempo que si se piensa con detenimiento no era tan lejano como parecía. Aún nos queda,  aparte de muchas otras cosas más, unas lápidas como testimonio de que existieron y que a pesar de su quietud pétrea, saben contarnos con sus efluvios invisibles, callados y misteriosos, la vida de cada uno de los que se encuentran tras ellas y que al mirarlas solemos decir alegremente que aquellos que allí yacen, son nuestros antepasados sin pensar ni siquiera por un instante, que es lo que queremos decir.
Anna ya no era tan joven, pero ante la adversidad en la que estaba sumida desde hacía un tiempo, sentía que aún le quedaba vida y energías para recuperar el tiempo que estúpidamente había perdido. Una tarde, de repente notó que dentro de ella había brotado una filosofía que le alentaba a descifrar algunos de los enigmas del pasado.
Desde que hizo su última visita al Museo Municipal cacereño, estuvo invadida por un ansia irrefrenable de saber y querer averiguar alguna de las incógnitas que según  ella tenían su significado y que pedían a gritos que fueran revelados, por lo tanto se entregó de lleno al estudio de las inscripciones  que durante siglos habían estado expuestas en museos y fachadas de las casas señoriales del casco antiguo de esta ciudad.
Aquella mañana de junio la ciudad de Cáceres se encontraba envuelta como un dulce caramelo en un radiante sol, sin ninguna nube que le restara esplendor, Anna caminaba distraída por las empinadas callejuelas de esta ciudad de sus desvelos; sus pies, sin proponérselo la dirigen hacia el museo provincial, entra y ante el patio porticado se para unos minutos. Cuando se encuentra  ante las escalinatas graníticas que suben al piso noble, da un paso atrás y elige la opción de  bajar por unas escaleras estrechas desiguales y claustrofóbicas que la conducen al piso inferior donde se encuentra el Aljibe, una vez abajo Anna recrea su mirada por las galerías que van sucediéndose una tras otra y donde se encuentran expuestas  lápidas funerarias con sus respectivas descripciones. Se para ante una de ellas y por unos momentos analiza el campo epigráfico, Anna dedujo en su traducción que se encontraba uno de los laterales rehundido formando una cartela, la lápida a Anna le pareció más bien pequeña, calculando que podía tener las dimensiones de unos 40x39 cm aproximadamente: A su lado, una reseña en bronce que dice: “procedencia desconocida”.
Anna continua con su recorrido por estas pequeñas galerías y al llegar a la altura de una puerta baja con un dintel agobiante por donde se podía entrar para admirar el Aljibe, Anna vuelve sobre sus pasos y decide asomar la cabeza por un ventanuco que se encuentra expresamente para ese menester. Anna nada más asomar la cabeza siente vértigo, se retira de la ventana, aquellas aguas estáticas con el fondo negro  que se encontraba  clavado al suelo  por el peso de las columnas que cómo estacas hirientes  sujetan la bóveda ennegrecida por el tiempo, al mirarlas le pareció que con su piedra oscura querían atrapar los sentimientos escondidos de algunos de sus ilusionados visitantes.
Anna vuelve a asomar la cabeza por aquel ventanuco y entonces pudo ver que el agua del aljibe se había teñido de rojo, donde flotaban cadáveres de guerreros romanos.
En medio de su confusión cree oír un murmullo en la galería de al lado, en su cara se refleja una sonrisa, no había visto nada anormal y tan sólo era que un grupo de turistas estaban causando demasiado revuelo para encontrarse en un museo, debía ser por algo que habían visto que les había llamado la atención pero ¿qué había podido ser? Poco después, Anna vuelve a contemplar aquella lápida que en su reseña decía que era de un desconocido. No recuerda cuanto tiempo estuvo ante a aquella lápida pero entonces, como si estuviera viviendo una alucinación, se vio envuelta en un carrusel que de dar tantas vueltas, le hace perder la conciencia y entonces ante sus atónitos ojos ve cómo  las  lápidas empiezan a desprenderse de los anclajes que les sujetaba a la pared.
De los huecos empezaron a salir guerreros romanos armados hasta los dientes, era una centuria de Norba Caesarina. Anna no puede hablar, no sabía cómo se había metido de repente en medio de una cruenta batalla, de pronto se pudo oír un sonido que parecía sobrenatural en medio de aquel campo, un ulular extraño, los romanos soldados  luchadores presumían de no sentir miedo ante nada, pero ante este ruido estremecedor que hacía eco en las montañas, se pusieron alertados y expectantes. Antes de reanudar la lucha se les hizo de noche y entonces aquellos guerreros  romanos se preparan para pasar la noche con los ojos bien abiertos para que no les cogiera desprevenidos el enemigo.
Ya muy entrada la noche, los romanos empezaron a encontrarse mal, empezando a dar alaridos de dolor que se podían escuchar en los poblados cercanos. Los Lusitanos, hombres acostumbrados a la dureza del campo extremeño,  habían rodeado el campamento romano con pequeños reptiles casi imperceptibles, negros y brillantes que pasan desapercibidos entre la hierba, llamado en estas tierras Eslabón, uno de los más venenosos que reptan los campos extremeños. Aquel improvisado ataque que los romanos llamaron de demonios invisibles, causó tal desaguisado que hizo retroceder a lo que quedaba de la tropa, los que estaban en el campamento, presos del veneno inoculado, poco después fueron sucumbiendo ante el ataque mortífero  de aquel enemigo invisible.

Continuará ...



                                                 Fuente: extremadurasolohayuna.wordpress.com


No hay comentarios :

Publicar un comentario