Anna, tras cinco
años de intensa investigación, creyó haber logrado su objetivo. Hacía quince
días que había dado por terminado el trabajo con resultados sorprendentes, y toda
esta consecuencia la produjo una pequeña piedra que en uno de sus viajes a
Egipto había recogido a los pies de una de las pirámides visitadas en el Valle
de los Muertos. Desde que hizo aquel viaje había estado metida en el fondo de
su bolso sin darle la menor importancia, cuando un día después de haber pasado
un tiempo, Anna hurgando en él la rescató del fondo y sin tener motivo aparente
y cuando la tenía en su mano pensó que quizás aquella piedra milenaria podía
desvelarle algún secreto de los muchos que este pueblo era depositario.
Más tarde y
después de su manipulación, nunca creyó que con unos miligramos de la arena que
había sido desprendida de la piedra, ésta pudiera contener una energía tan poderosa que fuera capaz de
curar. Este hallazgo, tan sólo lo compartió con sus dos más íntimos colaboradores
del laboratorio, lo hizo así porque siempre le parecieron serios y respetados
en la historia de la egiptología.
Mientras Anna
trabajaba con la pequeña piedra, cada día y en su manipulación, notaba que se
manifestaba en ella unas extrañas reacciones
que desprendían pequeños y casi imperceptibles rayos luminosos que la
sorprendieron tanto que desde el mismo momento en que esa energía se manifestó
ante ella, Anna empezó a oír una voz rara que parecía estar distorsionada que
le decía: “Es peligroso para ti lo que
intentas descubrir, ten mucho cuidado, pues la ambición se encuentra acampando
a sus anchas por doquier, y cuando se difundan los poderes de los que soy poseedora, querrán llegar hasta mí a través de
ti y estoy segura de que no podrán límites
para lograrlo, siendo capaces hasta de llegar a matarte”.
Pero aquella
voz, no consiguió que Anna dejara la iniciativa del proyecto y haciendo caso
omiso siguió adelante con el mismo entusiasmo del que no quiere oír. Aquel
trabajo fue tan fuerte, que llegó a
agotarle sus energías. Anna aquel día salió del laboratorio ya muy entrada la
noche, se dirigía a su apartamento, cuando abrió la puerta se sorprendió de que
su fiel minino Míster no salió a recibirla cómo tenía por costumbre. Inmediatamente
se dirigió a su caseta y allí se encontraba acostado, parecía abatido y Anna lo
acariciaba pasando la mano por su lomo pero Míster no podía ni siquiera abrir
los ojos.
Anna,
desconcertada, recuerda haber guardado en su bolso un frasco con las pruebas
que eran el resultado de la esencia de
su investigación. Sin dudarlo, acerca el frasco a la boca del minino y cuando
la sustancia tocó la lengua del gato un rugido ensordecedor salió de su
garganta, como si una fiera salvaje saliese del cuerpo del animal, dando al mismo tiempo
un brinco. Ella, asustada, dio un paso atrás ante este inesperado descubrimiento y poco después pudo ver al animal cómo paseaba
por el pasillo con el lomo encorvado desprendiendo vitalidad.
Ante esta
reacción Anna vuelve al laboratorio, llama a sus compañeros para comunicarles
la noticia y poco después se encontraban los tres analizando lo ocurrido. Dos
meses después y al término del intenso trabajo, ya podían decir que habían
descubierto una nueva energía que podía
ser aplicada como fármaco en los
procesos de enfermedades incurables, haciendo devolver a los enfermos la
vitalidad necesaria para continuar con su vida habitual.
Tras haber hecho
algunos experimentos con resultados óptimos a algunos de los pacientes, decide
junto a sus compañeros que aquellos documentos acreditativos se debían guardar como documentos importantes de la
investigación en una caja fuerte. Entonces fue cuando Anna con el trabajo
concluido, hace las maletas para emprender un viaje de relax.
Una mañana sale
del aeropuerto de Barajas destino Nueva York, de allí tomó un vuelo que la
llevaría a Canadá para dirigirse a una
estación de esquí. Una vez allí, se sube al teleférico hasta llegar a lo más
alto y una vez en la cima se apea del remonte, minutos después se vio sola en
la cumbre donde recibió la primera sacudida de adrenalina que tanto estaba
necesitando después del intenso trabajo elaborado. Ahora Anna se veía libre,
disfrutando de un cielo azul que sin proponérselo le emocionaba al pensar que
podía sentir y hasta tocarlo con la punta de los dedos, a sus pies una
nieve tan blanca que por unos momentos la cegó.
Se ajusta las
gafas, el casco y encaja en su espalda la mochila para asegurarse que el airbag
se encontraba en perfecto estado en el caso que sufriera una avalancha, se mira
los pies , los esquís se encontraban bien ajustados, una vez todo en orden se
dispuso a bajar por una suave pendiente, necesitaba disfrutar de toda la
esencia que le regalaba la naturaleza, ese día no había ni una bizna de viento,
ni una pequeña nube que pudiera enturbiar su paz interior y pensó que era el
día perfecto para fundirse de lleno en el manto blanco.
Y siguió
descendiendo, suave, plácidamente, mientras los esquís hacían surcos en zig zag
pero el ruido inesperado del rotor de un helicóptero parecía aproximarse al
lugar donde ella se encontraba, entonces Anna en un instinto de protección se
echó en el suelo, al llevar un traje blanco pensó que pasaría desapercibida, la
verdad es que le pareció muy raro que un helicóptero civil estuviera sobre volando por las pistas donde se encontraban
los esquiadores.
Se agazapó hasta saber que era lo que estaba pasando,
pues no deseaba que nada, ni nadie enturbiara su momento de gloria cómo el de deslizarse libremente
por aquellas montañas.
Anna espera
curiosa cuando ve cómo el aparato se
posa en una pequeña explanada sin apagar el rotor. Entonces ve que un hombre
salta al suelo, abre una puerta trasera de par en par y para su sorpresa ve
caer uno tras otro dos cuerpos que parecían inertes. Anna aterrorizada se da
cuenta de que eran dos cadáveres, poco después el helicóptero levanta el vuelo.
Anna por unos minutos duda si acercarse, pues no acababa de creer lo que había
visto.
Continuará...
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