jueves, 23 de julio de 2015

Cuando despierta la bestia (final)



De pronto, Anna siente un tremendo temblor en su cuerpo cuando las ramas de aquel olivo intentan abrazarla, el instinto de conservación la hace correr montaña abajo, el descenso  hace acelerar aún más su loca carrera, en el camino, al ser accidentado, no nota que sus pies van tropezando constantemente con objetos resbaladizos y punzantes.
Cuando se encontraba cerca de la vereda que conducía a la carretera, ante ella aparece el dueño de una almazara, a la cual su empresa compraba el aceite, el hombre estaba harapiento, desnutrido, Anna se regocija, pues creyó que era su salvación.
El hombre se acerca con un vaso de aceite, la invita a beber, Anna da un paso atrás, aquel hombre que siempre creyó era pacífico la taladraba con la mirada tan profunda que parece perdida. Tras ella otra voz le dice con tono imperativo: “Bebe” y el vaso de Anna se quedó a la altura de su boca sin beber ni una sola gota.
Anna entonces comprendió que para llegar a ser ejecutivo en una importante empresa no era ético adulterar los productos para obtener “medallas”.
Aquellos huesos que se encontraban cerca de ella empezaron a danzar a su alrededor, Anna no podía creer que fuera verdad lo que estaba viviendo.
Y seguidamente apareció de nuevo aquel olivo centenario, que al acercarse la estrangula con sus secas y débiles ramas mientras mascullaba: “Nadie puede adulterar los frutos del olivo porque es tan sagrado que hasta es destinado para ser derramado como bendición a los cadáveres.
Anna en su agonía quiso pedir perdón por su deplorable acción, pero ni el viejo olivo ni los huesos de las personas que bebieron el aceite adulterada parecían tener compasión de ella.
Poco después se presenta ante ellos una furgoneta desprendiendo un rancio olor intenso  a aceite que traslada su cuerpo hacia un cementerio nada usual pues es llevada a una vieja almazara abandonada. Su cuerpo fue puesto bajo la piedra cilíndrica de la molienda que se encontraba mugrienta por estar en desuso, parecía estar preparada  para que su cuerpo fuera triturado.
La misma noche que Anna desapareció cómo ser viviente, una legión de huesos entró en su apartamento, demoliendo todo cuanto allí se encontraba, sin omitir las obras de arte que se encontraban manchadas por la avaricia de una joven ambiciosa.
Mientras, sus vecinas murmuraban tras la mirilla de las puertas  cómo un ir y venir de gente extraña sacaba objetos. Una de las vecinas comentó al día siguiente mientras subían en el ascensor dos vecinas comentaban:
 “Anoche,  la engreída… sí, ya sabes, la que vive en nuestro rellano, pues creo que cambió de nuevo  la decoración de la casa”.