viernes, 25 de marzo de 2016

El Escorial (1ª parte)



Anna es una de esas jóvenes de mundo adentro, esquiva, daba la sensación al mirarla que era de las que parecía feliz con su aislamiento. En la habitación de su casa donde vive desde no hace mucho tiempo, se encuentra a gusto. Todo cambió en su vida cuando leyó una crónica que hablaba Del Bosco, un pintor que desde el primer momento que supo de su existencia le fascinó.
Las paredes de la casa en la que vivía eran oscuras debido a esa humedad perenne que se encontraba en las deterioradas paredes y hacía que el encalado apareciera grisáceo y con su opacidad hábilmente sabía esconder la historia  de  un pasado, tal vez llena de un misterio tenebroso.
Anna desde que decidió instalarse allí, dejó de tener contacto con las amistades que solía frecuentar, parecía no importarle nada lo que estuviera relacionado con personas. La casa que había elegido para su aislamiento se encontraba situada en las afueras de la capital madrileña, no era precisamente un lujoso Cigarral dónde los más pudientes suelen retirarse los fines de semana para descansar de su ajetreada vida en sociedad, pero si podía presumir de un privilegiado enclave que para ella tenía una peculiaridad muy especial,  y es que, desde su ventana se podía contemplar el majestuoso Monasterio del Escorial, adónde cada lunes a las diez de la mañana y desde que se instaló en aquella casa,  cómo si se hubiera marcado un ritual,  acudía  a visitarlo.
 Aquel día, antes de entrar en el Monasterio, contemplaba por unos minutos la oscura fachada del edificio, intrigándole el motivo de su atracción; a veces, burlaba a los vigilantes y entraba a horas intempestivas. Al no ser sorprendida se adentraba por pasillos estrechos y laberínticos hasta llegar a uno de los claustros, dónde  sin  comprender el motivo sentía sensaciones especiales al encontrarse en contacto con aquel lugar, pues creía verse envuelta en un microcosmos que le hacía olvidar hasta su nombre.
Dentro de aquel edificio, cada paso que daba por los pasillos le demostraba que algo especial se escondía dentro de sus paredes un magnetismo que no sabía cómo explicar.
 ¿Sería acaso este lugar el llamado Ciudad de Dios?
Era notorio, y conocido por todos que era un lugar donde se encontraba el centro del conocimiento, no solo de libros pinturas y reliquias que allí se guardan, si no, en el diseño especial de una arquitectura que sin duda a Anna le parecía sagrada.
Anna pensó que algo extraño pasaba cada día en aquel edificio, pues supo que antes de su construcción alguien poderoso sugirió que éste debía ser su  enclave pues tenía que ser especialmente ubicado en aquella parcela, la cual y desde siempre, había sido clasificada con total secretismo hasta que en su día empezó la construcción, interviniendo en el proceso prestigiosos magos y cabalistas  dando así  por sentado que eran ciertos los rumores de que ese punto  geográfico era especial para el enclave de un edificio singular.
Anna después de unos momentos de reflexión sale del claustro y se une a un grupo de turistas, que cómo un rebaño de ovejas arrastraban sus pies por las galerías, interesándose por saber qué misterios guardaban esas pétreas paredes que parecían palpitar, querían saberlo todo, pues era uno de los requerimientos de los visitante.
 Para Anna sin embargo, sus visitas tenían otra intención, quitarse de la cabeza una obsesión que necesitaba  para reconciliarse con la vida normal.
El grupo de turistas hace una parada ante un tríptico, Anna mira la tabla y de repente su semblante cambió. Ante ella cómo una alucinación aparece El Jardín de las Delicias y ante esta inesperada aparición, se queda muda, siempre supo que había sido un pintor extraño pero lo realmente extraño era que ese cuadro se encontrase en un sitio sagrado, pues este pintor era contrario a la religión católica, hasta donde pudo saber Anna, El Bosco había pertenecido a una sociedad secreta llamados “Los Adomitas” los cuales tenían la peculiaridad de rezar desnudos  mientras creían esperar el fin del mundo.
También sabía que hubo rumores de que este pintor estaba  obsesionado con la muerte al igual que Felipe II.
 ¿Serían tal vez dos almas gemelas unidos por el deseo de encontrar algo que no se puede ver ni tocar?





Continuará...




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