viernes, 22 de abril de 2016

El charlatán (1ª parte)



Era una noche de sábado, el frío era helador como suele ser en el mes de Enero en Cáceres haciéndose sentir inmisericorde penetrando sin permiso por las rendijas de las desvencijadas ventanas de la taberna del barrio, que a simple vista y desde la calle  se mostraba como una de esas tabernas añejas y trasnochadas llegando a tener el aspecto lúgubre de tiempos antiguos,  para nada se parecía a las que se prodigan por el centro de la ciudad, las cuales suelen estar decoradas con una tenue iluminación, que con acierto proyectan las modernas pantallas que hacen del ambiente una atmósfera psicodélica  para que los clientes puedan confundir la realidad de la ficción después de haber ingerido unas copas de más.
En esta taberna de barrio la ostentación reinaba por su ausencia, en ella no cabía la sofisticación, pues tan sólo se alumbraba con la luz oscilante de una bombilla que pendía de una vieja viga del techo que solía balancearse  desde un largo cable grisáceo al compás de las ráfagas de aire que entraba por la puerta cada vez que esta se abría.
Allí, cada fin de semana y cómo por costumbre solía reunirse un grupo de amigos, esta reunión tabernaria tenía un propósito, que era el de mantener la ilusión de una hipotética espera que llenara sus vidas y les hiciera vibrar.
Para este grupo de amigos, esta taberna tenía una especial atracción, era como el imán y el hierro, y todos esos sentimientos se los despertaba una simple taberna que casi era un antro, pero ellos creían que cumplía las perspectivas que necesitaban para poder hacer una escapada virtual a una época que los transportara a un pasado donde a veces se veían ubicados, en ese ambiente, se sumergían para dejarse mecer hasta que sus almas entraban en el palacio de los sueños.
Y entonces, sólo entonces y alumbrados por la bombilla hipnotizadora y oscilante  eran felices.
Aquella noche, después de haber jugado unas cuantas manos a las cartas de repente se encontraron inmersos en sus propios sueños, obviando que sus antebrazos se habían pegado a la mesa,  al estar mugrienta hacía el efecto de una ventosa que los adhería para que no se levantaran.
Poco después y de repente deciden marcharse, se encontraban apáticos y sin haber tenido ni un solo atisbo de qué hacer para conseguir sus sueños. Entonces inesperadamente la puerta de la taberna se abrió bruscamente  de par en par empujada  por una virulenta corriente de aire que hizo impactó en la bombilla, que ante el choque le hizo ejercer de un improvisado péndulo y enloquecido se estrelló contra la pared desconchada quedando a la taberna a oscuras.
Unos pasos seguros en la oscuridad les hicieron sobrecogerse, parecían acercarse a la barra, mientras tanto el tabernero buscaba afanosamente  una palmatoria dorada que tenía preparada para estos casos con una vela, pero en su azoramiento no la encontraba.
Entonces enojado gritaba:
— ¿Quién ha sido el animal que acaba de entrar en mi bar  cómo si fuera un elefante?
Entonces se pudo oír en el silencio el roce de unas espuelas militares que sobre el suelo. Todos esperan expectantes a que el tabernero  encendiera la vela para poder conocer al individuo que había alterado la paz que allí reinaba, pero algo parecía flotar en el ambiente cuando el intruso sin hacerse esperar hizo sonar su voz cómo si fuera un trueno, era clara y :
— ¿Aquí se puede beber cerveza?
 El tabernero enojado por el contratiempo no oyó su petición y siguió buscando la palmatoria. En aquellos momentos por la taberna se esparció un intenso olor a quemado, los parroquianos se impacientan, algo especial les estaba sucediendo que no se podía tocar pero se sentía.
La voz de aquel desconocido seguía insistiendo en que le sirvieran la cerveza. Cuando el tabernero al fin encuentra la vela, se acerca a la barra, pasea la incipiente luz para conocer al inoportuno cliente, pero después de pasear la candela, no vio a nadie que no fueran los habituales clientes, entonces vio un sobre en el mostrador, era una carta dirigida a Eufrasio, Eugenio y Braulio. Incrédulo se acerca a los jóvenes, les entrega la carta con manos temblorosas y de repente y cómo una exhalación el tabernero se precipita hacia la puerta de la calle, la abre, asoma la cabeza, entonces pudo ver cómo se alejaba envuelto en una rara bruma una figura que aunque era difusa pudo apreciar que pertenecía a un hombre de aspecto atlético y que cubría su cuerpo con una capa blanca hasta los tobillos y en la cual tenía dibujada una cruz paté, roja, en la cabeza llevaba una maya gris. Enseguida se desvaneció entre las columnas del pórtico de la Iglesia de Santiago.






No hay comentarios :

Publicar un comentario