martes, 26 de julio de 2016

Almas en las sombras (1ª parte)



Con movimientos  lentos,  el detective se encontraba en la soledad de su oficina rozando con la yema de su dedo índice  una caja de madera que guardaba una joya de extraño diseño. Era un collar de extraordinaria belleza del que pendían tres moscas de oro, este encargo hacía escasas horas  había llegado a su despacho por mensajería y en una carta se especificaba que debía averiguar su antigüedad.
Eladio empezó a encontrarse inquieto ante este trabajo ya que desconocía la razón por la cual ese trabajo se lo encomendaran a él. Desde que llegó  esta joya a su despacho, algo raro empezó a sentir que  le estaba produciendo un gran desasosiego y comenzó a pensar de que todo era muy extraño, siendo  cómo era él un detective que tan sólo se dedicaba  a resolver crímenes que estaban salpicados de extraños signos rituales que nadie los deseaba.
Cada una de las tres moscas se encontraba coronada por pequeñas gemas de diferentes colores en la cual parecían realzar unas siglas, que para cualquier profano como él, eran totalmente ininteligibles. Después de observarlo durante largo rato  sin conseguir tener nada en claro, siguió sin atreverse a sacarlo de la caja, se enojó consigo mismo al no tener la valentía necesaria para llegar a una solución. Después de cerrar la caja, pensó que era totalmente contradictoria, pues la madera no parecía pertenecer a ninguna especie arbórea conocida y lujosa, era de diseño corriente, no tenía visos de que hubiera sido su primitivo estuche.
Eladio se quedó por unos momentos pensativo y por un instante creyó ver la luz, todo en su mente  fue tan rápido que decidió que esa investigación se le podía haber presentado como un reto que tal vez le catapultara a realizar en un nuevo trabajo mejor remunerado y por supuesto mucho mejor que el de perseguir a criminales que a veces y después de una urda investigación llegaba al resultado de que eran historias inventadas o bulos tan rocambolescos que algunos llegaban a ridiculizarlo.
Esta nueva etapa que veía Eladio en su vida se la imaginaba brillante, pues creía ser merecedor  después de haber pasado  tantas penurias ¿sería que le había tocado la mano de Dios? Sabía de antemano que todo presagiaba que  tener trazos de ser difícil de resolver.
Eladio le daba mil vueltas a la cabeza con respecto a la caja pues  podía ser la clave, desde el primer momento que la observó  tuvo la sospecha de que ese desfase que se apreciaba entre la conservación de la caja y la antigüedad de la joya le alertaba de que pudiera estar la joya  involucrada en algún robo importante o tal vez en alguna trama que podía desembocar en un asunto turbio.
El detective ante esta incógnita, hizo una llamada telefónica y colgó satisfecho. Poco después, Matilde entraba en la calle, una calle que le pareció no tenía principio ni fin y buscando encontró el edificio donde se había citado con su amigo; el edificio era antiguo con una fachada áspera, erosionada por falta de atención y cuidados, entró en el portal, ante ella un ascensor de jaula el cual se encontraba abrazado por unas claustrofóbicas escaleras desde donde se podía apreciar la desolada agonía del edificio en el cual trabajaba su amigo.
Llamó a la puerta, Eladio la recibió con una sonrisa de agradecimiento:
    Pasa, espero me puedas ayudar, pues tengo un encargo que supone para mí un enigma y necesito que me ayudes a resolver, pues sé que siempre te interesaron las antigüedades.
Matilde era una de esas jóvenes modernas  y con un atractivo especial al poseer una abundante melena de color del cobre, en esos momentos vestía una falda exageradamente corta, jerséis ajustado que realzaba su busto, unas botas altas hasta taparle medio muslo, consiguiendo con este atuendo que fuera aún más llamativa.
Matilde con la simpatía que siempre la caracterizó, con desenvoltura, se acercó a la mesa:
— ¿Dónde está ese tesoro?
El detective le muestra la caja, la abre, Matilde, nada más ver la joya y sin haberla tocado, sin tener conciencia de ello articuló unas palabras que al salir de su boca tronaron  como si fuera  una voz extraña que ella desconocía; confusa buscó una silla para sentarse, cuando se serenó. Pudo decir:
    Siento comunicarte que en este caso no voy a poder ayudarte, no me veo con el suficiente conocimiento cómo para desvelar de qué siglo puede ser esta joya, sí que puedo decirte que el diseño es único, jamás había visto uno igual, ni tan siquiera es parecida a ninguna de las muchas fotografías que he visto en las revistas especializadas.
Eladio al verla tan reticente, insistió para que la mirara con calma:
    Sabes de que no puedo llamar a nadie que no sea de mi entera confianza, pues mi trabajo requiere el más absoluto secreto, por favor, no me falles—le suplicó—sólo confío en ti.




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