sábado, 8 de octubre de 2016

La expedición (2ª parte)

Se horroriza al pensar que ella pudiera algún día formar parte  de ese submundo, dónde estaba segura de que nunca tendría cabida. Se mira las manos, unas manos que jamás habían probado un trabajo; y con toda tranquilidad, se dice para sí misma como si nada de lo que le rodeaba fuera importante, que nunca se sometería a seguir ninguna regla de juego que no fuera la suya.
Entonces decide escribir las sensaciones que estaba experimentando, saca del bolso un bloc que desde siempre llevaba consigo, lo pone encima del velador, busca un bolígrafo, pero no lo encuentra, nerviosa como una posesa rebusca por los rincones sin obtener resultado, abre una, dos cremalleras y cuando decide  voltearlo encima de la mesa con ira contenida por el contratiempo, siente un pinchazo en la palma de la mano como si se hubiera clavado un punzón afilado. De un tirón  saca a la superficie el bolígrafo y con gesto desafiante  mira a su alrededor, no deseaba sentirse observada, se remueve en el asiento al descubrir a dos jóvenes que se encontraban en el velador de al lado. Anna, mira sorprendida,  no podían ser los mismos que ella creyó que podían ser.
 Los jóvenes ajenos a lo que pensaba Anna mantenían una conversación que parecía interesante, Anna ante esta situación de desconcierto que sintió al mirarlos decide jugar al despiste. Necesitaba escuchar algún fragmento jugoso de aquella conversación para poder atar cabos y sacar conclusiones, pues  tal vez pudieran estar hablando de ella y si fuera esto cierto se podía ver en una situación difícil en el caso de que descubrieran algo que ella misma desconocía de sí. Pero a pesar de saber que se encontraba desmemoriada desde hacía tiempo, en ese caso estaba segura de que sabría cómo manejar este hipotético asunto. Entonces duda en abrir el bloc, aunque en esos momentos ya no lo creía  necesario,  porque se distrae ante aquel avistamiento urbano que le estaba brindando una oportunidad única y que supo con agilidad mental convertirlo  en entretenimiento disipando por unos momentos la angustia que le atenazaba.
Anna se pone tensa cuando intenta analizar la pregunta que formula uno de ellos.
—Dime la verdad Juanjo, aún estás a tiempo.
 Anna se remueve en el asiento, ese nombre… intenta calmarse, después de esa frase necesitaba más que nunca  saber qué se estaba cociendo entre los dos jóvenes. Entonces  los dos, como inicio de una disputa  empezaron a culparse el uno al otro, parecían no saber cómo aclarar un asunto que preludiaba ser escabroso, pues ambos en esta contienda parecían ser cómplices de una conspiración.
Entonces decide escuchar hasta el final, pues tenía que saber de qué se trataba todo aquello. La conversación empezó a subir de tono, sin darse cuenta estaban cambiando el registro de sus voces, esas voces que a Anna le parecieron voces inmateriales, sobre todo cuando empezaron a mezclar acusaciones mutuas jugando a confusión que parecía derivar en  amoríos inconfesables que Juanjo intranquilo, intentaba solazar con elegancia  y un toque de grandeza.
Anna agudiza el oído, no estaba dispuesta a desperdiciar ni un gesto ni una palabra que pudiera darle una pista que la llevara a esclarecer lo escuchado. Entonces  expectante mientras recupera  la compostura  que parecía estar perdiendo, supo que los jóvenes no parecían tener sospecha de estar siendo escuchados, pues con seguridad pensó se hubieran marchado inmediatamente de allí.
Se tranquiliza cuando uno de ellos pide al camarero que les sirva otro refresco. Anna ante este gesto templa los nervios, ahora tenía la certeza de que retomarían la conversación. Pues es sabido que ante una copa o un refresco cuando éste  se toma en compañía de un amigo, se puede reír, pero también es propicio para hacerse toda clase de confidencias si te encuentras deprimido, haciendo sentir una paz interior al saber que eres escuchado, disipando así cualquier duda que nos atormenta; es como si se estuvieras en un confesionario laico, donde se puede contar sin temor alguno tus cuitas a sabiendas de que éstas no se pueden difundir, pues lo que cuentas a un amigo es con la intención de  descargar todo aquello que angustia y oprime.
Uno de ellos saca una pitillera, enciende un cigarrillo, ignorando por unos minutos  a su compañero de mesa, su mirada es distraída, dando el aspecto de que se encontraba en otra galaxia. Anna contiene la respiración esperando la reacción que pudiera tener cuando dejara de mirar hipnotizado las volutas de humo que salían de su garganta ¿estaría pensando cómo terminar aquella conversación?
Anna  deja de observarlos y retorna a su anterior reflexión. ¿Para qué otra cosa pueda servir las cafeterías de las terrazas de verano, si no para que la gente se siente a hacerse confidencias? Por algo es la arteria principal de las ciudades, sin las terrazas las cafeterías en verano, no serían nada. El fumador seguía mirando al infinito, expeliendo con lentitud un humo que parecía estar nublándole la razón.
Poco después dice con voz impersonal:

    Quizás no lo sepas, pero siempre he sentido una gran curiosidad por saber algo de ella. Creo que aún la quiero — esta frase parecía aún más solemne, porque miraba a su amigo de hito en hito y al mismo tiempo pensativo — ¿supiste alguna vez que ella fue mi amor loquísimo y que cada vez que me encontraba cerca de ella la sentía como si fuera una incendiaria que me quemaba todo lo bueno que había en mí, sin importarle de que me quemara la autoestima haciéndome cenizas, para poco después verter el contenido del  cenicero al wáter?

Continuará...



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