martes, 31 de enero de 2017

El regalo llamado "La perla de Italia" (2ª parte)

 La información que la condesa pasaba al gobierno piamontés fue esencial para que la casa de Saboya se impusiera en todo el territorio italiano. Así Italia, aprovechando la favorable coyuntura que con sabiduría había urdido la condesa, consiguió recuperar gran parte de los territorios ocupados por los franceses.
Estas informaciones que iban llegando a la corte española, verificando la clase de persona que era la elegida por el rey, puso a los ministros tan nerviosos que, se afanaron con todas sus fuerzas en buscar una candidata para Alfonso que se ajustara a la corte con los cánones requeridos y de acuerdo con la Iglesia Católica. Todo parecía estar a punto de estallar en forma de un tremendo escándalo, los cortesanos no tenían sosiego pensando que si se realizaba esa boda, sin duda sería aprovechado por los antimonárquicos para su beneficio.
Cuando después de varias reuniones, nadie se ponía de acuerdo con las candidatas expuestas encima de la mesa, el ministro Cañizares, sale de la sala de juntas con un tremendo dolor de cabeza.
Pasea por los anchos corredores de palacio como una fiera que acababa de ser apresada, de repente frena sus pasos precipitados, una luz se iluminó en su cerebro, había una candidata perfecta, volvió sobre sus pasos volviendo de nuevo en la sala de juntas.
Y entrando cómo una tromba en la sala, gritó más que dijo:
    ¡Ya la tengo!
Todos lo miraron cómo si hubiera perdido la cordura.
Después de exponer a su candidata Cañizares, habla con Cánovas del Castillo, después de la conversación mantenida entre ambos, sabían que tenían que utilizar todos los medios disponibles para deshacer aquella locura, aunque ya de antemano sabían que iban a tener que utilizar muchas argucias, pues el amor que había despertado en el rey la condesa italiana se había desfigurado, llegando a ser nocivo para su persona al desarrollarse dentro de él como una gangrena, que sin apenas notarlo se había anidado con fuerza, quedando atrapado como una mosca en una telaraña, llegando a olvidar sus  obligaciones como monarca; pues inconscientemente sin meditarlo, se había adentrado por un sendero, que solo le podía conducir por regiones tan limítrofes que le podían llevar a graves consecuencias, hasta podía llegar a descender al mismísimo infierno, porque su amor, era  un amor platónico, pero enfermizo.
 Mientras, en la condesa tan sólo anidaba un amor diferente, era, el mismo amor que siempre sintió por los hombres poderosos, las ansias de poderes materiales.
 El rey se encontraba ajeno a todo lo que no estuviera relacionado con su amada pues seguía viviendo en un sueño.
En esos momentos, en el Parlamento y a puertas cerradas, se pedía con energía que se cumplieran las normas de la constitución.
Habían pasado tres meses del comienzo de los rumores que no gustaba en la corte y aún no habían  concretado nada al respecto y el rey, por supuesto lo desconocía. En una de las ocasiones en la que se encontraba de viaje, es requerido por sus ministros su regreso  con urgencia a España, pues se sabía con toda certeza que se encontraba  haciendo sus habituales visitas a la ciudad romana.
A su regreso es requerido con premura por la junta de gobierno que lo esperaba en la sala de audiencias. El rey sonrió al percibir entre sus colaboradores un gran secretismo y fue cuando sorprendido, recibió la noticia de que todo se hallaba dispuesto para que se desposara con su prima María de las Mercedes de Orleans, una joven de sangre real pero de aspecto débil.
Nunca se supo el por qué el rey aceptó esta proposición de boda sin protestar.
La boda no tardó en celebrarse, en los festejos no se escatimó de nada, pues se prepararon   grandes fastos. Esos días, el pueblo llano de España ardía de felicidad por los contrayentes.
Pero a muchos kilómetros de Madrid, una mujer despechada, una noche de luna llena se adentraba por un bosque en busca de consejo.
Ya había pasado un mes de la boda, cuando el rey recibe un presente, la remitente era Virginia Oldini, condesa de Castiglione. Este presente no fue motivo de alarma para los ministros, pues el rey se le veía contento con su joven esposa. Por lo tanto fue entregado el presente al  rey como uno más de los muchos que aún seguía recibiendo.

El rey lo acepta al saber el nombre del remitente y lo recibe con gran emoción sintiéndose regocijado; pues su ego se creció al pensar que aún era amado por la condesa italiana.

                                                Condesa de Castiglione





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