lunes, 2 de enero de 2017

La pirámide de La Luna (final)


Después de arrastrar su cuerpo por un estrecho y angosto túnel, sube unos cuantos peldaños de escaleras de piedra primorosamente pulidas, en los zócalos de los lados había murales de sacrificios. Anna siente que su corazón se acelera cuando al entrar en una gran sala ve a la derecha de la puerta una figura antropomorfa, con dos orejeras rodeadas de  numerosas cuendas de obsidiana, en una de las esquinas y como elemento principal en aquella sala destacaba un gran caracol marino que dedujo podía ser la cuna de un bebé, de nuevo se asombra cuando el trozo de cráneo que llevaba en la mano salta hacia aquella hipotética cuna.
En esos momentos la cámara empezó a llenarse con personajes  vestidos con ricas vestimentas y adornados con bellos collares de perlas de colores y plumas en la cabeza, haciendo que el ambiente pareciera festivo. De repente reinó el silencio, al aparecer un nuevo personaje que hace su entrada vestido con una capa de piel de lince, la cabeza tocada con una sola gran pluma de la cual colgaban perlas doradas que relucían cual luciérnagas en la noche, tras él una mujer de gran hermosura vestida de gala, que al entrar se acercó al caracol y extendiendo sus brazos  sacó un bebé que abrazó con ternura,  el bebé sonreía a Anna.
Aquello parecía una reunión familiar perfecta, hasta que uno de los allí presentes llamados por todos Chamán, se dirigió a Anna y sin miramientos le embadurnó la cara con betún rojo, dos mujeres entraron en el salón con ropas de ceremonia, se acercaron a Anna y la desnudan para vestirla con las ropas que ellas llevaban. Una vez hecho esto que parecía un rito, salen todos procesionalmente dirigiéndose hacia un cenote y tras una ceremonia  animada por cánticos, Anna es arrojada al cenote cómo sacrificio ocupando el lugar que estaba predestinado fuera para el bebé.
Más tarde cuando Anna abre los ojos, se ve en el fondo de un profundo pozo donde los huesos de los sacrificados parecían punzones dispuestos a castigar con sus afiladas agujas a cualquier ser que hubiera tenido vínculo con sus verdugos.
Anna  mira a sus compañeros sorprendida:
— ¿Qué está pasando aquí?
— Perdona Anna —dijo el que se encontraba al mando de la expedición— sólo tu ignorabas lo que te iba a suceder, nosotros lo supimos cuando recorrimos la Calzada de los Muertos por primera vez, que por cierto, tú no quisiste venir.
Entonces fue cuando supimos que te iban a sacrificar en el lugar de un bebé.
Anna sigue sin saber nada de lo que le hablaban.
Uno de los arqueólogos dijo:
    Gracias a los últimos temblores que se han producido en esta parte de la necrópolis, el agua del Cenote de los sacrificios se desvió milagrosamente quedando el cenote reducido a casi un charco.
Anna los mira asustada.
    He podido matarme.
    Tranquilízate, sabíamos que tenía la suficiente agua como para que no te despeñases.
    Temblores, pero qué temblores ¿de qué me estáis hablando?
    No te has dado cuenta de nada, pues sabemos que cuando caíste no eras consciente de lo que estaba pasando a tu alrededor al encontrarte bajo el efecto de los narcóticos, pero debes alegrarte, porque gracias a ti hemos descubierto la  misteriosa entrada que nos da acceso a las entrañas de la pirámide.
Anna, los mira cómo si los viese por primera vez, pues, seguía ajena a lo que decían sus compañeros.
Poco después, el aspecto de aquella ciudad dormida cambió, seguía muerta pero ante los ojos de esta expedición parecía más hermosa que nunca.
Para la expedición era un importante descubrimiento y suponía el reconocimiento por parte de los arqueólogos más prestigiosos.
Anna una vez en su casa cacereña abre el bolso y asombrada descubre que guardaba un objeto desconocido para ella, lo coge, eran bolas de obsidiana que al tocarlas se unieron haciendo la figura de un sonajero de bebé.


 



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