miércoles, 7 de junio de 2017

Río neva


Anna residía en Cáceres, su edad era, se podía decir indefinida, pues no aparentaba más de veintitantos años:
Una mañana, recibe una carta que le sorprende al leer el nombre del remitente que le era totalmente desconocido para ella, había sido enviada desde Moscú, la remitente era una mujer llamada Natacha.
Anna rasga el sobre con curiosidad y, comenzó a leer la misiva.
Querida Anna:
No sabes cuánto me ha alegrado la noticia de saber que me vas a visitar en breve, te mostraré todo lo que te pueda interesar de Moscú. Pero debo decirte que desde que nos vimos aquella noche de ferias en una caseta cacereña que, por cierto bebimos hasta perder el equilibrio, confieso, que no tenía ni idea de que te acordaras de mí; a lo que se refiere a la capital moscovita, en todo caso me siento complacida de ser tu anfitriona, creo que hay demasiadas cosas en este país que “quizás” tu desconozcas.
Con mis mejores deseos, que tengas un feliz y agradable viaje.
Con afecto.
Natacha.
Anna perpleja  lee y relee aquella carta totalmente incrédula, las señas no estaban equivocadas, el nombre era correcto, la dirección escrita correctamente.
En unos momentos sin razón aparente Anna se olvida de la carta, tirándola a la papelera que tenía bajo la mesa de su escritorio.
Al día siguiente y mientras tomaba su segundo desayuno con una compañera de trabajo (por hablar de algo) le comenta la carta extraña que había recibido desde Moscú.
Su compañera de trabajo—le dice—acaso no conoces a la remitente.
No, para nada, pero la verdad no siento inquietud, pues  parece que está escrita en tono de amistad.
¿De veras no tienes idea de quién pueda ser?
No, por esa razón me parece extraña.
Cuando a las cuatro de la tarde llega Anna a su apartamento, abre el buzón como tenía por costumbre, y de nuevo fue sorprendida con otra carta que era de la misma remitente, al entrar en su apartamento, la deja encima del mueble de la entrada olvidándola.

Después de prepararse una taza de café, coge de nuevo la carta, en esos momentos, no pudo descifrar los sentimientos que le produjo el tenerla en sus manos, tal vez sintió indignación por saberse implicada en algo que no tenía ni idea, pero también sintió curiosidad por saber qué era lo que guardaba aquella invitación que tan cordialmente le hacía una desconocida moscovita.







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