jueves, 3 de agosto de 2017

La licenciada en arte, primera parte

La alcoba de aquel apartamento en el que se encontraba Anna, era una estancia que parecía emanar algo especial, por la ventana entraba una luz cálida y rosada  digna de un agradable  atardecer, por unos instantes se queda embelesada mirando  cómo a través de la cortina el sol antes de desaparecer por el horizonte dejó una pincelada en el limpio lienzo del cielo.
Sentada encima de la cama Anna observa con detenimiento el contenido de la maleta que yacía abierta encima de la colcha esperando ser cerrada. Antes de asegurar  la cerradura Anna mira a su alrededor, aquella decoración le parecía tan impersonal; por doquier había objetos  que denunciaban los viajes de su dueña, platos de cobre marroquíes, vasos de cerámica China, collares de Hawái, sombreros mexicanos.
Aquel apartamento se lo había cedido una amiga azafata por unos días al encontrarse ausente por su trabajo, hasta que se pudiera aclarar su situación laboral.
Al ser Anna licenciada en Arte, se trasladó a Nueva York para encontrar trabajo, durante unos días buscó sin descanso por todas las galerías  de la Urbe, hablo con varios marchantes, pero todo parecía inútil, parecía estar vetado para ella, nadie necesitaba aumentar su plantilla.
Agotada de tanto pensar en qué debía hacer para poder trabajar, se sienta en la cama y cree que tal vez no valía la pena  seguir en Nueva York, indolente se acerca a la ventana, al mirar hacia abajo siente vértigo, sonríe pues no estaba siendo consciente  de que se encontraba  en el piso 17 del edificio Flatirán, una mueca sale de su boca cuando piensa  en el nombre que le pusieron al edificio sólo por tener su estructura parecida a la de una plancha doméstica.
Cierra la maleta, mira de nuevo a su alrededor como si se dejara algo a lo que asirse para no sentirse tan perdida, se asusta al saber que no siente nada, se encontraba vacía, el destino que perseguía  se le antojaba inalcanzable y, suspiró mientras murmuraba Nueva York, Nueva York.
Recoge la maleta para salir, suena el teléfono duda si des colgarlo pero al comprobar  su insistencia lo coge: diga, al otro lado silencio, después un clip, habían colgado, espera unos minutos por si volvían a llamar.
Poco después abre la puerta, en el pasillo había dos hombres  que parecían hablar amigablemente, Anna pasa por su lado, pide el ascensor, y cuando la puerta está a punto de cerrarse, una mano fuerte se interpone para que no se cierre, entrando los dos hombres precipitadamente en el ascensor. Anna los mira, uno de ellos tenía aspecto de boxeador por tener un robusto cuerpo, el otro era un individuo largo, enjuto, que sólo miraba al techo  con ojos distraídos. Anna se inquieta  ante la extraña actitud del hombre, de repente el ascensor se para, el corazón de Anna se desboca cuando una voz por el intercomunicador –dice—“Quién carajos ha parado el ascensor”, Anna ya no piensa sólo tiembla ante una ambigua  realidad que propiciaron aquellos hombres con su conducta.
El más fuerte pregunta ¿Qué guardas en la maleta? A lo que respondió, mi ropa, el larguirucho le propone que la abra, Anna se siente  cada momento más intranquila, en esos momentos unos golpes dados con furia  en la  puerta  metálicas del ascensor que eran  acompañados por una voz de trueno, les hace desistir de su propósito, haciendo que uno de ellos volviera a pulsar el botón de funcionamiento.
Cuando llegan al portal, siente cómo se clavaba en su espalda un objeto metálico que la paraliza, una vez en la calle es empujada hacia un coche  de aspecto destartalado, la obligan a subir,  poco después abandonan el vehículo para montar en otro coche que les esperaba. Serpenteando. Llegan a la calle Gansevoor, en la 34 a la altura de la Décima Avenida, no tardaron en llegar a una estación de tren  donde la vía es elevada para poder cruzar el barrio Chelsea,  mientras tanto seguía escoltada en aquel tren por los dos hombres. No puede pensar, no se le ocurre nada para desembarazarse de sus verdugos y se distrae mirando cómo velozmente pasaban ante su vista los viandantes que paradojicamente paseaban por un parque tranquilo que se encontraba debajo del tren.
Anna no sabe a dónde la llevan, pero sí estaba segura de que había sido secuestrada.
 ¿Pero por qué motivo?
Ella no tenía dinero, estaban cometiendo una equivocación.
Bajan del tren encontrándose en el barrio bajo de Manhattan donde un nuevo coche los esperaba, después de un corto recorrido, aparcan ante una bella casa adosada.
Al entrar en la casa es conducida a una sala pequeña y claustrofobica, los dos hombres desaparecen, cuando estaba a punto de gritar, se abre la puerta, una mujer de mediana edad bien vestida, se pone ante ella, haciéndole una pregunta desconcertante.
¿Por qué te haces llamar Anna?
Anna abre los ojos espantada mientras dice, “Soy Anna”
Sí, dijo la mujer haciendo un gesto ambiguo, eso es lo que reza en tu documentación, por lo tanto sé dónde tienes tu domicilio y cuál es tu profesión, sí, todo parece encajar a la perfección menos tu nombre, ¿No te parece extraño? Ahora—dijo-- me toca hacerte una pregunta que tienes que contestarme con sinceridad, ¿Qué has hecho con el Monet? Ya sabes, el de Mujer con Sombrilla que tú bien sabes fue pintado en 1875. El que cambiaste por una burda imitación cuando entraste en el sótano nº1, ¡Ha! (dijo con sarcasmo) ya recuerdo ibas acompañada por el director del museo.
 ¿Acaso no es cierto?
Anna  contesta, sólo he visto algún cuadro de ese pintor en los catálogos, pero nunca he visto uno original, y mucho menos he tenido acceso a ningún sótano de ningún museo.
La mujer hace una leve señal para que la siguiese, se adentran por un magnífico pasillo  donde las paredes estaban cubiertas por bellas pinturas, que Anna al mirarlas supo que eran copias aunque muy bien conseguidas. Bajan unas oscuras y estrechas escaleras  las cuales no parecían tener salida, entonces Anna pensó ¿Estaría ante una de esas  habitaciones que se hacen llamar de pánico?
 Entonces vio cómo en un instante y como si de magia se tratara, una de las paredes desaparece ante sus atónitos ojos; expectante, espera a que la mujer diga algo, en unos instantes una luz indirecta y potente iluminaba la estancia, allí ante sus asombrosos ojos vio cómo las paredes se encontraban tapizadas por unos cuadros tan maravillosos que se quedó sin palabras, todos sin lugar a dudas eran auténticos; clavando sus ojos en el rostro de Anna,  la mujer espera su  reacción.
Veo que te ha impresionado lo que estás viendo.
Anna sigue muda.
¿Acaso has observado si alguno de estos cuadros es falso?
Anna contestó con balbuceo por la emoción, sólo tengo la carrera de arte, para saber si alguno de ellos es una copia había que hacer observar primero varias obras del autor, comparar su firma…
Sigue, sigue, dijo la que parecía la anfitriona, dame tu opinión.
También hay que estudiar la profundidad y el número de capas de pintura que es necesario cotejar para saber con seguridad  cómo alcanzar en esa analítica el color que es deseado por el artista.
Minutos después acercándose a uno de los cuadros le dice; ¿ves? dijo con una autoridad que le hizo temblar ¿Crees que éste es una copia?, bien, pues yo te digo que necesito aquí el auténtico inmediatamente en esta galería.
Y, cambiando de registro; ahora dime si el apartamento dónde te han encontrado mis amigos  es tuyo porque si no es así ¿De quién es?
De una amiga, si esa respuesta ya me la figuraba, entonces habrás ojeado lo que había en el apartamento ¿Viste algo que no fuera  corriente, por ejemplo en la decoración?, una lámina, una hornacina, algo que no es corriente que se pueda encontrar en un pequeño apartamento.
Anna comenzó a temblar, y si su amiga le había tendido una trampa, sin duda era porque  debía encontrarse metida en algún lío. Una vez terminado lo que parecía un interrogatorio, Anna es llevada  a aquella habitación claustrofobica de nuevo.


La alcoba de aquel apartamento en el que se encontraba Anna, era una estancia que parecía emanar algo especial, por la ventana entraba una luz cálida y rosada  digna de un agradable  atardecer, por unos instantes se queda embelesada mirando  cómo a través de la cortina el sol antes de desaparecer por el horizonte dejó una pincelada en el limpio lienzo del cielo.
Sentada encima de la cama Anna observa con detenimiento el contenido de la maleta que yacía abierta encima de la colcha esperando ser cerrada. Antes de asegurar  la cerradura Anna mira a su alrededor, aquella decoración le parecía tan impersonal; por doquier había objetos  que denunciaban los viajes de su dueña, platos de cobre marroquíes, vasos de cerámica China, collares de Hawái, sombreros mexicanos.
Aquel apartamento se lo había cedido una amiga azafata por unos días al encontrarse ausente por su trabajo, hasta que se pudiera aclarar su situación laboral.
Al ser Anna licenciada en Arte, se trasladó a Nueva York para encontrar trabajo, durante unos días buscó sin descanso por todas las galerías  de la Urbe, hablo con varios marchantes, pero todo parecía inútil, parecía estar vetado para ella, nadie necesitaba aumentar su plantilla.
Agotada de tanto pensar en qué debía hacer para poder trabajar, se sienta en la cama y cree que tal vez no valía la pena  seguir en Nueva York, indolente se acerca a la ventana, al mirar hacia abajo siente vértigo, sonríe pues no estaba siendo consciente  de que se encontraba  en el piso 17 del edificio Flatirán, una mueca sale de su boca cuando piensa  en el nombre que le pusieron al edificio sólo por tener su estructura parecida a la de una plancha doméstica.
Cierra la maleta, mira de nuevo a su alrededor como si se dejara algo a lo que asirse para no sentirse tan perdida, se asusta al saber que no siente nada, se encontraba vacía, el destino que perseguía  se le antojaba inalcanzable y, suspiró mientras murmuraba Nueva York, Nueva York.
Recoge la maleta para salir, suena el teléfono duda si descolgar el teléfono pero al comprobar  su insistencia lo coge: diga, al otro lado silencio, después un clip, habían colgado, espera unos minutos por si volvían a llamar.
Poco después abre la puerta, en el pasillo había dos hombres  que parecían hablar amigablemente, Anna pasa por su lado, pide el ascensor, y cuando la puerta está a punto de cerrarse, una mano fuerte se interpone para que no se cierre, entrando los dos hombres precipitadamente en el ascensor. Anna los mira, uno de ellos tenía aspecto de boxeador por tener un robusto cuerpo, el otro era un individuo largo, enjuto, que sólo miraba al techo  con ojos distraídos. Anna se inquieta  ante la extraña actitud del hombre, de repente el ascensor se para, el corazón de Anna se desboca cuando una voz por el intercomunicador –dice—“Quién carajos ha parado el ascensor”, Anna ya no piensa sólo tiembla ante una ambigua  realidad que propiciaron aquellos hombres con su conducta.
El más fuerte pregunta ¿Qué guardas en la maleta? A lo que respondió, mi ropa, el larguirucho le propone que la abra, Anna se siente  cada momento más intranquila, en esos momentos unos golpes dados con furia  en la  puerta  metálicas del ascensor que eran  acompañados por una voz de trueno, les hace desistir de su propósito, haciendo que uno de ellos volviera a pulsar el botón de funcionamiento.
Cuando llegan al portal, siente cómo se clavaba en su espalda un objeto metálico que la paraliza, una vez en la calle es empujada hacia un coche  de aspecto destartalado, la obligan a subir,  poco después abandonan el vehículo para montar en otro coche que les esperaba. Serpenteando. Llegan a la calle Gansevoor, en la 34 a la altura de la Décima Avenida, no tardaron en llegar a una estación de tren  donde la vía es elevada para poder cruzar el barrio Chelsea,  mientras tanto seguía escoltada en aquel tren por los dos hombres. No puede pensar, no se le ocurre nada para desembarazarse de sus verdugos y se distrae mirando cómo velozmente pasaban ante su vista los viandantes que paradójicamente paseaban por un parque tranquilo que se encontraba debajo del tren.
Anna no sabe a dónde la llevan, pero sí estaba segura de que había sido secuestrada.
 ¿Pero por qué motivo?
Ella no tenía dinero, estaban cometiendo una equivocación.
Bajan del tren encontrándose en el barrio bajo de Manhattan donde un nuevo coche los esperaba, después de un corto recorrido, aparcan ante una bella casa adosada.
Al entrar en la casa es conducida a una sala pequeña y claustrofobica, los dos hombres desaparecen, cuando estaba a punto de gritar, se abre la puerta, una mujer de mediana edad bien vestida, se pone ante ella, haciéndole una pregunta desconcertante.
¿Por qué te haces llamar Anna?
Anna abre los ojos espantada mientras dice, “Soy Anna”
Sí, dijo la mujer haciendo un gesto ambiguo, eso es lo que reza en tu documentación, por lo tanto sé dónde tienes tu domicilio y cuál es tu profesión, sí, todo parece encajar a la perfección menos tu nombre, ¿No te parece extraño? Ahora—dijo-- me toca hacerte una pregunta que tienes que contestarme con sinceridad, ¿Qué has hecho con el Monet? Ya sabes, el de Mujer con Sombrilla que tú bien sabes fue pintado en 1875. El que cambiaste por una burda imitación cuando entraste en el sótano nº1, ¡Ha! (dijo con sarcasmo) ya recuerdo ibas acompañada por el director del museo.
 ¿Acaso no es cierto?
Anna  contesta, sólo he visto algún cuadro de ese pintor en los catálogos, pero nunca he visto uno original, y mucho menos he tenido acceso a ningún sótano de ningún museo.
La mujer hace una leve señal para que la siguiese, se adentran por un magnífico pasillo  donde las paredes estaban cubiertas por bellas pinturas, que Anna al mirarlas supo que eran copias aunque muy bien conseguidas. Bajan unas oscuras y estrechas escaleras  las cuales no parecían tener salida, entonces Anna pensó ¿Estaría ante una de esas  habitaciones que se hacen llamar de pánico?
 Entonces vio cómo en un instante y como si de magia se tratara, una de las paredes desaparece ante sus atónitos ojos; expectante, espera a que la mujer diga algo, en unos instantes una luz indirecta y potente iluminaba la estancia, allí ante sus asombrosos ojos vio cómo las paredes se encontraban tapizadas por unos cuadros tan maravillosos que se quedó sin palabras, todos sin lugar a dudas eran auténticos; clavando sus ojos en el rostro de Anna,  la mujer espera su  reacción.
Veo que te ha impresionado lo que estás viendo.
Anna sigue muda.
¿Acaso has observado si alguno de estos cuadros es falso?
Anna contestó balbuceó por la emoción, sólo tengo la carrera de arte, para saber si alguno de ellos es una copia había que hacer observar primero varias obras del autor, comparar su firma…
Sigue, sigue, dijo la que parecía la anfitriona, dame tu opinión.
También hay que estudiar la profundidad y el número de capas de pintura que es necesario cotejar para saber con seguridad  cómo alcanzar en esa analítica el color que es deseado por el artista.
Minutos después acercándose a uno de los cuadros le dice; ¿ves? dijo con una autoridad que le hizo temblar ¿Crees que éste es una copia?, bien, pues yo te digo que necesito aquí el auténtico inmediatamente en esta galería.
Y, cambiando de registro; ahora dime si el apartamento dónde te han encontrado mis amigos  es tuyo porque si no es así ¿De quién es?
De una amiga, si esa respuesta ya me la figuraba, entonces habrás ojeado lo que había en el apartamento ¿Viste algo que no fuera  corriente, por ejemplo en la decoración?, una lámina, una hornacina, algo que no es corriente que se pueda encontrar en un pequeño apartamento.

Anna comenzó a temblar, y si su amiga le había tendido una trampa, sin duda era porque  debía encontrarse metida en algún lío. Una vez terminado lo que parecía un interrogatorio, Anna es llevada  a aquella habitación claustrofobica de nuevo.



La alcoba de aquel apartamento en el que se encontraba Anna, era una estancia que parecía emanar algo especial, por la ventana entraba una luz cálida y rosada  digna de un agradable  atardecer, por unos instantes se queda embelesada mirando  cómo a través de la cortina el sol antes de desaparecer por el horizonte dejó una pincelada en el limpio lienzo del cielo.
Sentada encima de la cama Anna observa con detenimiento el contenido de la maleta que yacía abierta encima de la colcha esperando ser cerrada. Antes de asegurar  la cerradura Anna mira a su alrededor, aquella decoración le parecía tan impersonal; por doquier había objetos  que denunciaban los viajes de su dueña, platos de cobre marroquíes, vasos de cerámica China, collares de Hawái, sombreros mexicanos.
Aquel apartamento se lo había cedido una amiga azafata por unos días al encontrarse ausente por su trabajo, hasta que se pudiera aclarar su situación laboral.
Al ser Anna licenciada en Arte, se trasladó a Nueva York para encontrar trabajo, durante unos días buscó sin descanso por todas las galerías  de la Urbe, hablo con varios marchantes, pero todo parecía inútil, parecía estar vetado para ella, nadie necesitaba aumentar su plantilla.
Agotada de tanto pensar en qué debía hacer para poder trabajar, se sienta en la cama y cree que tal vez no valía la pena  seguir en Nueva York, indolente se acerca a la ventana, al mirar hacia abajo siente vértigo, sonríe pues no estaba siendo consciente  de que se encontraba  en el piso 17 del edificio Flatirán, una mueca sale de su boca cuando piensa  en el nombre que le pusieron al edificio sólo por tener su estructura parecida a la de una plancha doméstica.
Cierra la maleta, mira de nuevo a su alrededor como si se dejara algo a lo que asirse para no sentirse tan perdida, se asusta al saber que no siente nada, se encontraba vacía, el destino que perseguía  se le antojaba inalcanzable y, suspiró mientras murmuraba Nueva York, Nueva York.
Recoge la maleta para salir, suena el teléfono duda si descolgarlo pero al comprobar  su insistencia lo coge: diga, al otro lado silencio, después un clip, habían colgado, espera unos minutos por si volvían a llamar.
Poco después abre la puerta, en el pasillo había dos hombres  que parecían hablar amigablemente, Anna pasa por su lado, pide el ascensor, y cuando la puerta está a punto de cerrarse, una mano fuerte se interpone para que no se cierre, entrando los dos hombres precipitadamente en el ascensor. Anna los mira, uno de ellos tenía aspecto de boxeador por tener un robusto cuerpo, el otro era un individuo largo, enjuto, que sólo miraba al techo  con ojos distraídos. Anna se inquieta  ante la extraña actitud del hombre, de repente el ascensor se para, el corazón de Anna se desboca cuando una voz por el intercomunicador –dice—“Quién carajos ha parado el ascensor”, Anna ya no piensa sólo tiembla ante una ambigua  realidad que propiciaron aquellos hombres con su conducta.
El más fuerte pregunta ¿Qué guardas en la maleta? A lo que respondió, mi ropa, el larguirucho le propone que la abra, Anna se siente  cada momento más intranquila, en esos momentos unos golpes dados con furia  en la  puerta  metálicas del ascensor que eran  acompañados por una voz de trueno, les hace desistir de su propósito, haciendo que uno de ellos volviera a pulsar el botón de funcionamiento.
Cuando llegan al portal, siente cómo se clavaba en su espalda un objeto metálico que la paraliza, una vez en la calle es empujada hacia un coche  de aspecto destartalado, la obligan a subir,  poco después abandonan el vehículo para montar en otro coche que les esperaba. Serpenteando. Llegan a la calle Gansevoor, en la 34 a la altura de la Décima Avenida, no tardaron en llegar a una estación de tren  donde la vía es elevada para poder cruzar el barrio Chelsea,  mientras tanto seguía escoltada en aquel tren por los dos hombres. No puede pensar, no se le ocurre nada para desembarazarse de sus verdugos y se distrae mirando cómo velozmente pasaban ante su vista los viandantes que paradójicamente paseaban por un parque tranquilo que se encontraba debajo del tren.
Anna no sabe a dónde la llevan, pero sí estaba segura de que había sido secuestrada.
 ¿Pero por qué motivo?
Ella no tenía dinero, estaban cometiendo una equivocación.
Bajan del tren encontrándose en el barrio bajo de Manhattan donde un nuevo coche los esperaba, después de un corto recorrido, aparcan ante una bella casa adosada.
Al entrar en la casa es conducida a una sala pequeña y claustrofóbica, los dos hombres desaparecen, cuando estaba a punto de gritar, se abre la puerta, una mujer de mediana edad bien vestida, se pone ante ella, haciéndole una pregunta desconcertante.
¿Por qué te haces llamar Anna?
Anna abre los ojos espantada mientras dice, “Soy Anna”
Sí, dijo la mujer haciendo un gesto ambiguo, eso es lo que reza en tu documentación, por lo tanto sé dónde tienes tu domicilio y cuál es tu profesión, sí, todo parece encajar a la perfección menos tu nombre, ¿No te parece extraño? Ahora—dijo-- me toca hacerte una pregunta que tienes que contestarme con sinceridad, ¿Qué has hecho con el Monet? Ya sabes, el de Mujer con Sombrilla que tú bien sabes fue pintado en 1875. El que cambiaste por una burda imitación cuando entraste en el sótano nº1, ¡Ha! (dijo con sarcasmo) ya recuerdo ibas acompañada por el director del museo.
 ¿Acaso no es cierto?
Anna  contesta, sólo he visto algún cuadro de ese pintor en los catálogos, pero nunca he visto uno original, y mucho menos he tenido acceso a ningún sótano de ningún museo.
La mujer hace una leve señal para que la siguiese, se adentran por un magnífico pasillo  donde las paredes estaban cubiertas por bellas pinturas, que Anna al mirarlas supo que eran copias aunque muy bien conseguidas. Bajan unas oscuras y estrechas escaleras  las cuales no parecían tener salida, entonces Anna pensó ¿Estaría ante una de esas  habitaciones que se hacen llamar de pánico?
 Entonces vio cómo en un instante y como si de magia se tratara, una de las paredes desaparece ante sus atónitos ojos; expectante, espera a que la mujer diga algo, en unos instantes una luz indirecta y potente iluminaba la estancia, allí ante sus asombrosos ojos vio cómo las paredes se encontraban tapizadas por unos cuadros tan maravillosos que se quedó sin palabras, todos sin lugar a dudas eran auténticos; clavando sus ojos en el rostro de Anna,  la mujer espera su  reacción.
Veo que te ha impresionado lo que estás viendo.
Anna sigue muda.
¿Acaso has observado si alguno de estos cuadros es falso?
Anna contestó balbuceante por la emoción, sólo tengo la carrera de arte, para saber si alguno de ellos es una copia había que hacer observar primero varias obras del autor, comparar su firma…
Sigue, sigue, dijo la que parecía la anfitriona, dame tu opinión.
También hay que estudiar la profundidad y el número de capas de pintura que es necesario cotejar para saber con seguridad  cómo alcanzar en esa analítica el color que es deseado por el artista.
Minutos después acercándose a uno de los cuadros le dice; ¿ves? dijo con una autoridad que le hizo temblar ¿Crees que éste es una copia?, bien, pues yo te digo que necesito aquí el auténtico inmediatamente en esta galería.
Y, cambiando de registro; ahora dime si el apartamento dónde te han encontrado mis amigos  es tuyo porque si no es así ¿De quién es?
De una amiga, si esa respuesta ya me la figuraba, entonces habrás ojeado lo que había en el apartamento ¿Viste algo que no fuera  corriente, por ejemplo en la decoración?, una lámina, una hornacina, algo que no es corriente que se pueda encontrar en un pequeño apartamento.

Anna comenzó a temblar, y si su amiga le había tendido una trampa, sin duda era porque  debía encontrarse metida en algún lío. Una vez terminado lo que parecía un interrogatorio, Anna es llevada  a aquella habitación claustrofóbica de nuevo.








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