martes, 16 de enero de 2018

Detective

Víctor  hacía más de un mes que recorría la Piazza de Navona y la Piazza de Venecia en Roma: Desde fuera, cada día estudiaba la estructura de uno de los palacios que configuraban la plaza, poniendo especial atención en el llamado Capitolino, este es un palacio barroco, que era poco visitado por los turistas a pesar de estar declarado cómo museo.
Este palacio, se encontraba situado en la Vía del Corso, el cual había pertenecido aún príncipe del siglo XVII, cuyos descendientes y, aún de los años transcurridos se encontraban en un interminable litigio con el gobierno por la potestad y explotación de las obras de arte que allí se atesoraban y, que habían pertenecido a sus antepasados.
Víctor, había entrado en aquél palacio por un agujero inmundo,  después de haber recorrido parte del subsuelo  de la ciudad por malolientes alcantarillas y, hacerle dudar ante los peligros que tenía el tener que  atravesar recodos traicioneros que  esconden fosas  insondables. Víctor  llegó a la hora que había previsto. Estaba empezando a anochecer cuando el palacio se encontraba desierto. Después de haber escondido en el sótano la ropa que había usado en su recorrido; se pone un mono negro, minutos después llega  al punto exacto, donde estaba previsto que tenía que encontrar las instrucciones a seguir.
Aún no había recobrado el dominio de sus nervios, pero a pesar de todos sus temores, ya se encontraba dentro de aquel palacio. Después de subir las escalinatas que conducen al piso principal; intenta situarse, se encontraba desorientado, las luces de emergencia  no daban para mucho, pero ese detalle ya lo había previsto; no era el momento de flaquear, tenía que mantenerse lúcido y con grandes dosis de astucia, hasta que sus ojos fueran adaptándose a la escasa luz. Ahora, tenía que confiar sin ninguna duda y plenamente en el plano que previamente había confeccionado después de ojear archivos clandestinamente haciendo algún que otro soborno a los funcionarios que eran mal pagados.
El palacio como todos los del siglo XVII era complicado en lo a arquitectura se refiere. Una vez dentro, sigue fielmente las instrucciones del plano, que lee alumbrado con una diminuta linterna pero enormemente eficaz. Se introduce en un salón que le hizo pensar que era de grandes dimensiones, y  que, se,  encontraba en el sitio adecuado  de lo que estaba buscando. Sus ojos, al poco tiempo de encontrarse allí, se adaptaron a la poca luz que desprendían unos pequeños ojos rojizos que salpicaban caprichosamente el techo.
De repente, encontró en la oscuridad y a la luz de su linterna, surgidos como de un mundo de tinieblas, aparece ante él, un hermoso sueño, la incredulidad le hizo dudar, no podía alejarse de su cometido por aquella belleza que tenía ante él,  aunque las paredes de ese inmenso salón, se encontrara tapizado de cuadros con maravillosas pinturas;  ilumina con su linterna, el entorno; el primer cuadro que tiene ante sus ojos, estaba firmado por Haus Memling, entusiasmado, sigue alumbrando con su linterna, allí también había cuadros de Tiziano, Rubens, Tintoretto, Caravaggio; Víctor tiene que coger aire, sus pulmones, se encontraban escasos de oxígeno por la emoción, ahora empezaba a comprender el encargo que le habían hecho no debía dejarse enredar, su misión era otra, aunque tampoco cuando le hicieron el encargo  le dijeron con exactitud qué era lo que en realidad tenía que investigar aunque ahora parecía que todo empezaba a encajar. Ante él se encontraba los más grandes maestros de la pintura de todos los tiempos. Aquel palacio, guardaba un gran tesoro.
Víctor, empieza a darse cuenta de lo arriesgado que empezaba a ser todo aquello; recorre la vista tras su linterna, y encuentra una puerta, a su lado un armario de acero, que estaba previsto estuviera, Víctor deduce que esa era la puerta por donde tenía que entrar. Era la entrada al despacho del administrador y cuidador de todo el palacio; antes de entrar echó una mirada de desconfianza hacia una vitrina que colgaba del techo, esa vitrina, no estaba recogida  en su plano cuando le dieron el encargo; reacciona, no podía perder ni un segundo en cavilaciones, ya pensaría más tarde lo que tenía que hacer al respecto. La noche, le estaba pareciendo mucho más corta que de costumbre; no obstante, mira de nuevo hacia el techo, aquel nuevo elemento que había aparecido colgado; llegó a ponerlo nervioso, y si era…entonces tuvo el impulso de encaramarse al armario de acero para poder ver de cerca de qué se trataba y qué función desempeñaba  aquella inesperada vitrina. De repente empezó a sentir un miedo que no sabía cómo dominarlo.
Ya parecían asomarse los primeros albores del día, tenía que terminar su trabajo antes que los cristales de las vidrieras inundaran de color aquella sala. Por su olfato de detective, supo que se encontraba sólo, y eso le satisfizo. Sorpresivamente, le pareció que el trabajo le estaba resultando quizás demasiado fácil; entra en aquella habitación, que en su plano rezaba como el despacho del administrador, la puerta se encontraba entreabierta, dentro se mueve con mucha precaución, todo se mantenía en la más absoluta oscuridad. Cuando decide encender la linterna, se oye una alarma, esto hace que tenga que buscar un escondite a ciegas, palpando logra meterse bajo una mesa. Desde aquel ridículo escondite, ve entrar a un guarda jurado seguido por el que supuso podía ser el administrador, que por su aspecto desaliñado y su mal humor parecía le habían fastidiado algo de lo que estaba disfrutando, dedujo,  que, precisamente no venía de un sitio muy recomendable.
Desde su escondrijo, pudo oír para su sorpresa, cómo el administrador le decía al guarda con voz cascada ¿estás seguro que no ha entrado nadie aquí?, el hombre pareció encogerse, desapareciendo por unos instantes aquella apariencia de hombre duro ante aquella pregunta inesperada. El administrador, cada vez más contrariado, arremete contra el guarda jurado ¿sabías acaso, que aquí tú prioridad es mantener este despacho fuera de cualquier ojo que no sea el mío y, como si lo único que le importara fuera su despacho, en dos zancadas, se planta ante un cuadro que lo presidía, Víctor sorprendido pudo ver cuando el cuadro fue alumbrado por la linterna que, portaba el guarda y,  que, aquel cuadro, era una muy mala copia del retrato del Papa Inocencio X, una sonrisa casi le hace toser, al pensar que sí lo viera Velázquez seguro que le daba un soponcio.
El hombre pulsa un botón, el cuadro se abre cómo si fuera la hoja de un libro, Víctor, mira la pared, para su sorpresa allí no había nada parecido a  ninguna caja fuerte, estaba demasiado cerca y, entonces pudo ver con total claridad, que lo que allí se guardaba, eran lienzos que parecían estar pegados en el dorso de aquel cuadro, que, por cierto, de nuevo  le da la risa, ante la contemplación de aquella pintura esperpéntica, sobre todo por encontrarse en aquel 
 











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