sábado, 4 de agosto de 2018

Las nieves de Gredos final

Fernando era el ausente, por lo tanto sólo quedábamos mi hermano y yo ante los chispeantes destellos de la leña al arder. Los dos nos miramos y, como si le hubieran puesto pilas, mi hermano comenzó a hablar, parecía decir palabras incoherentes que para mí eran intranquilizadoras.
Me levanto, para saber cómo se encontraban sus invitados, pero con una voz parecida a un trueno me lo impide, yo le miré a los ojos, tengo que saber qué les pasa para saber si necesitan a un médico. Mi hermano me miró con ojos desorbitados, ellos están muertos,"gritó" al igual que tenías que haber estado tú, claro que fui torpe al no saber manipular los ingrediente para cambiar el color, "debí hacerlo con amapolas"
Yo en esos momentos y ante el panorama de deshacernos de los cuerpos  me quedo paralizado, él gritaba cada vez más, parecía desesperado, me tienes que ayudar a hacer desaparecer estos cuerpos, creo que debíamos tirarlos en la Laguna del Circo.
Sigo sin saber cómo reaccionar, estoy perplejo, me pedía que le ayudara a tapar su delito, pues había cometido en poco tiempo nada menos que tres crímenes ¿Qué le pasaba a mi hermano? ¿Se había vuelto loco por vivir en la soledad de la montaña? Lo miro aterrado y, con su voz ronca habitual –dijo—si no me ayudas tú también irás con ellos al fondo de la laguna, ya sabes en estos casos no se puede dejar ningún cable suelto.
Mis piernas temblaban, tanto, que hasta se podían oír el tintineo de mis huesos, me sentía como una serpiente de cascabel que han cortado la cabeza pero, que, el cascabel sigue sonando pero ya se encontraba inhabilitada para atacar.
Casi sin fuerzas caigo desplomado en el sillón, me encontraba sin fuerzas, abandonado, hago el intento de levantarme  intento levantarme pero no puedo, mi hermano de pie ante mí me mira con desprecio, entonces sorprendido veo cómo con gran agilidad mete uno de los  cadáveres en un saco que previamente tenía preparado,( yo solo miro) así fue metiendo uno a uno. Miro a Tirso y unas lágrimas resbalan por mis mejillas, mientras tanto él arrastraba con furia los sacos mortuorios  desde la casa a la explanada.
Yo seguía sin mover ningún músculo de mi cuerpo, cuando de repente veo atónito cómo mi hermano metía a uno de los cadáveres en la embocadura de la chimenea, seguidamente lo rocía de Keroseno, inmediatamente  y ante mis ojos aquel cuerpo comenzó a arder como una tea.
Mi hermano de nuevo  se puso ante mí mirándome a los ojos, --me dijo—sabes que tenía que hacerlo mientras me empujaba al centro del salón, entonces me obliga a sentarme, él se sienta a mi lado, mis nervios comenzaban a desatarse cuando comenzaron a explotar los órganos de aquel individuo  cual traca de feria al calor de la lumbre.
¿Sabes qué ellos fueron los que mataron a nuestros padres? Sus palabras sonaron a justiciero—tú no te encontrabas aquí— dijo hiriente el día que murieron, los dos paseaban cerca de la cumbre, de pronto aparecieron ante ellos, Faustino, Samuel y Fernando, pero, entonces –dije—Fernando no se encuentra ahora entre nosotros—Bueno de ese me ocuparé en otro momento. Como te estoy contando, invitaron a nuestros padres a que dieran un paseo en barca por el lago incitándoles a adentrarse con engaños en una de las grutas que aún no habían sido explorada, mientras navegaban por las tenebrosas aguas, distraídos en admirar el misterio de aquella gruta, entonces fueron golpeados en la cabeza por estos desalmados dejándolos inconsciente, hasta caer de la barca  y ahogarse.
No obstante, en aquel momento la explicación de Tirso parecía verosímil.
Pero entonces intervine yo ¿Cómo has podido saberlo si tú no te encontrabas allí?
Te equivocas, --dijo Tirso-- yo me encontraba filmando a una banda de murciélagos, nadie me vio al encontrarme  protegido por la oscuridad, desde entonces cada noche sueño que no pude hacer nada por salvarlos, mientras miraba la tragedia supe de que había un quinto hombre con ellos,  que era el que parecía dar las órdenes, pero,  no le vi la cara, lo resbaladizo de las rocas  me impidió acercarme—seguía narrando Tirso—
Ese hombre pude observar que llevaba una carabina que asomaba por la grieta de una roca, parecía ser el que les apuntaba con el arma para que ejecutaran sus órdenes. Al no poder verle la cara  me desconcertó, pues no sé si él me vio a mí. Entonces supe que  la muerte de nuestros padres podía ser algo preparado ¿Pero por quién?
Desde ese momento, confesó Tirso, no dejé de pensar en la venganza, y guardé la cinta que había gravado hasta que llegara mejor ocasión. Y hace unos días pensé de que había llegado la ahora de desentrañar ese crimen.
Tirso en la soledad de la montaña  proyectaba esa película una y otra vez, hasta descubrir  que en uno de los salientes  rocosos y pegado a la pared, había una mochila de color rojo, me intrigó tanto que volví inmediatamente al lugar para cogerla, pues supuse que en ella se guardaba el cuerpo del delito, pero, para mi sorpresa, ya la habían recogido.
Entonces pensé y estoy por asegurar que los que mataron a nuestros padres fueron los mismos que cortaron la guía cuando mi equipo se encontraba haciendo una incursión en la  profundidad de la gruta, y con la cara que suele poner un  inocente le dije yo, y el licor, ¿Cómo lo conseguiste?
Por unos apuntes que encontré en tu laboratorio, lo estudié durante un tiempo, y una vez conseguido, supe de que había llegado la hora de ejecutar lo que me propuse, sólo consistía en  esperar el momento oportuno para hacerlo.
Ahora que lo sabes todo tienes que ayudarme. Entonces saqué fuerzas de flaquezas y me monté en el coche con mi hermano, en aquel coche fúnebre donde llevábamos dos cadáveres, que habían pagado sus crímenes.
El coche subía con dificultad la empinada vereda, en la subida la espesa niebla nos engullía…
No sé por qué sentí una gran paz espiritual, era casi inconcebible que yo pudiera tener esos sentimientos, sobre todo cuando miraba cómo los bultos de los cuerpos de aquellos hombres enfundados en sacos de plásticos  se hundían lentamente hasta desaparecer en el fondo de la Laguna Grande del Circo.
Cuando llegamos los dos a la casa de regreso, nos dispusimos a retirar las cenizas de la chimenea, después de limpia pusimos nuevos troncos de pino para que con su olor limpiara el ambiente, los restos del cadáver los metieron en otro saco metiéndolo en el maletero para tirarlo al río.
Nos hicimos un oloroso café, sentados uno frente a otro, regocijándonos por haber vengado a nuestros padres.
Mi hermano Tirso, acepta la copa de coñac que le ofrezco, me mira agradecido por la ayuda que le había prestado. Un desvanecimiento de Tirso, hace le hace caer al suelo cerca de la embocadura de la chimenea, que se encontraba en plena ebullición, sólo tuve que empujar el cuerpo y enseguida empezó a arder  como una tea. De nuevo el Keroseno hizo su trabajo.
Poco después recojo las cenizas esparcidas por el suelo, subo a mi alcoba, y recojo la mochila roja repleta de minerales  que esperaba me reportaran una suculenta fortuna.
Tirso siempre fuiste un buen hermano y, desinteresado.
Cierro la puerta de la casa, tiro la llave por uno de los barrancos, pongo en marcha el motor del coche, en la primera curva me esperaba Fernando, el que puso la excusa de no acudir a la reunión.
Mientras, en mi rostro se reflejaba una sonrisa de satisfacción, recojo a mi cómplice Fernando, y en una de las curvas, y cuando el coche circulaba a gran velocidad  al borde de la depresión del río Tiétar, el coche desaparece.
Dos meses después, fueron encontrados dos cadáveres que desconcertó a los forenses e investigadores, pues en la cavidad de sus ojos y dentro de sus fosas nasales y boca, encontraron gemas por valor de tres millones de Euros.
¿Quién de ellos vivió para hacer perfecta la venganza?