domingo, 16 de septiembre de 2018

Vivencias Segunda Parte

Como cada mañana y asida fuertemente por la mano de mi hermana Tini, a la salida de la calle de Caleros, subíamos a toda prisa la calle Hornillos estrecha y empinada, a veces hasta cansina, siendo el preludio de muchas más cuestas por subir hasta llegar a nuestro destino en los aledaños de la plaza de San Mateo, mis piernas eran ágiles como plumas de un Águila, pues sabían sin que ellas fueran consciente de ello que se iban a adentrar como cada día en un mundo mágico y con ello volver a exasperar a mi hermana al no poder seguir mi ritmo, también  pasábamos como una exhalación por el arco del Socorro, que para mi era algo peculiar—desconozco la razón-- también  me llamaba especialmente la atención al pasar por la calle Tiendas  el palacio de Carvajal, siendo uno de los muchos tesoros artístico que encierra esta especial ciudad.
 Recuerdo que en primavera siempre había alguien asomado al balcón de este palacio, un balcón muy singular, que a mí se me antojaba que un dragón le había dado un mordisco, rompiendo con su fuerte dentadura la elegancia armónica los muros de la edificación y, que al mismo tiempo y sin quizás pensarlo este dragón, con su travesura quedó para la posteridad  un extraordinario  balcón esquinado.
Eran cosas mías.
Mi hermana cansada de que tirara de ella por aquel desigual pavimento empedrado, a veces me dejaba ir, mientras ella se unía a otras niñas de su misma edad, yo mientras tanto, corría hacia un ventanuco que se encontraba un lateral del palacio de Mayoralgo-- Cuya fachada doy gracias hoy de que se encuentre intacta-- por aquel ventanuco  se podía ver parte de los despojos de esa casa señorial donde un fatídico día y a consecuencia de una disparatada guerra  sin sentido, lo hirió de muerte.
Mi imaginación ante aquello que parecía un desaguisado, se desbordaba a pesar de no haberlo vivido, pero  me imaginaba que podía haber sido una estancia donde posiblemente niños como yo jugaban cada día; un día entré por la puerta principal que se encontraba entre-abierta y vi qué, al igual a los demás palacios también poseía  un patio de columnas y el tradicional pozo en el centro, entonces me sorprendió  que en una de las esquinas del patio hubiera un busto que inmediatamente pensé que  se había librado de la destrucción, quizás por encontrarse unos metros alejado de aquel desatinado bombardeo, pero luego pensé.
 ¿Por qué aquel busto no tenía cabeza?
Esto era mi hacer diario, que creo que con mi conducta indisciplinada exasperaba cada vez más a mi hermana, que me propinaba de vez en cuando un soberbio tirón de brazo para que la siguiera, de nuevo las dos nos encontrábamos subiendo otra cuesta, la de la calle Manga, ya casi  sin resuello, porque  aquí nuestras prisas se atenuaban al final de la calle, siendo el lugar más divertido del itinerario colegial, pues había un nexo en que los estudiantes se unían para después tomar la  deriva a cada uno de su centro escolar, era la confluencia de cuatro calles, en las cuales se configuraba cada día, un digamos, tumulto infantil que alegraban el lugar con su normal algarabía, entre los colegios que se hallaban cerca de aquella esquina se encontraban, Cristo Rey, Corazón de Jesús, sito en la plaza de los Pereros frente al palacio llamado de la Generala, siguiendo de frente y, junto a la Iglesia de la Preciosa Sangre de los Jesuitas, adosado a ella y en la cuesta de la Amargura dentro de la Plaza de San Jorge se encontraba el Instituto de Bachillerato. Creo que había algún que otro centro de enseñanza más, pues yo  era pequeña y, aquel era un tramo tan transitado a las horas de entrada y salidas que  no recuerdo el nombre de otros centros docentes.
  Pero si recuerdo que era un tramo muy divertido.
A veces y en nuestro caminar mi curiosidad hacía que me asomara a la puerta de un palacio llamado El Mono, situado justo en medio de  esta confluencia juvenil, pues su esquina rompe con suavidad  la cuesta de Aldana, una tarde ya me encontraba con el pie en la puerta de este palacio me encontraba dispuesta a entrar,  cuando mi atrevimiento se frustró al ver la cara de mi hermana que se encontraba demasiado contrariada conmigo, yo pensé que era  por tener que aguantarme día tras día, pero podía mucho más mi curiosidad y seguí mirando, haciendo este gesto cuando tenía a mi alcance el mirar cualquier zaguán que tuviera sus puertas abiertas  y, pensé, algún día vendré sola y espiaré lo que hay dentro.
Y así fue y, no hace muchos días entré con un grupo turístico como oyente donde un historiador, hablaba sobre el solar del palacio del Mono, dando su clase de historia. El patio era diferente a lo que me había imaginado, creo que me impresionó su pétrea austeridad, en la barandilla de las escaleras, como remate del pasamano, se encontraba un mono encaramado y atado a un cordel, la mirada de aquel primate me sobrecogió, más tarde supe la historia de los moradores de aquella casa, que me hizo suponer debió ser aterradora.
 Pero ese detalle lo dejo para los guías, que saben hacer bien su trabajo.
A la salida, de este palacio, me puse frente a él para mirar mejor la fachada, ante mis ojos atónitos, pude apreciar unas esperpénticas gárgolas que penden del tejado amenazadoras, agudizo la vista, una de ellas representaba a una mujer doliente, no me gusta, --pensé-- no deseo volver a mirar, pero como siempre la curiosidad de nuevo me domina y descubro que, también están representados en diferentes gárgolas un anciano y un joven, y entonces supuse que podían ser los personajes que protagonizaron  la historia que encerraba esta casona, y supuse que la historia tenía tintes de haber sido tétrica y oscura, tanto que se me antojaba pudiera haber sido semejante a la mirada de aquel primate que desde su sitio privilegiado parece aún seguir  vigilando al intruso que osa entrar en la casa y, como era de esperar presidiendo la fachada se encuentra el escudo familiar flanqueado por dos leones.
Vuelvo a mis vivencias, paso la calle de los Condes, que parece presidir la calle su amplia fachada de casa fortaleza llamada de los Golfines de Arriba, la dejo a un lado, ni siquiera la miro, porque temo que  vuelva a llegar otro día tarde al colegio y la hermana portera, que la tenía mosqueada con mis retrasos, podía llamar a mi madre para que me echase una buena reprimenda.
Ya soy una mujer adulta y, de nuevo me encuentro como otras tantas veces parada en una esquina de la calle ancha, frente a mí, el palacio del Comendador de Alcuescar, impresionante fortaleza.
 Aquí voy a hacer un inciso.
 Esto, que cuento, pasó cuando en uno de mis juegos  junto con mis amigas de colegio, nos entramos en los palacios para jugar al escondite, aquella tarde, nos colamos en el palacio del Comendador de Alcuercar muy decididas, entramos,  a la izquierda del zaguán se encontraban las escaleras con su balaustrada de piedra, encontrándonos en la casi penumbra, frente el patio señorial, que con sus enormes macetas restaban claridad a las escaleras, pero ese detalle nos pareció en esos momentos que era perfecto para nuestros juegos haciéndolos más misteriosos, en el fondo de las escaleras y en una de sus esquinas, se encontraba una lustrosa armadura de tamaño natural que tapaba  la cabeza con un yelmo, dando la sensación de que no quería que le viésemos la  cara; yo que parecía ser la más osada del grupo, me puse tras la armadura para esconderme, pero una voz  como un trueno, hizo que todas mis amigas de juegos salieran corriendo menos yo, pues una de las cintas de mis trenzas se enganchó en algún saliente de la armadura, fue tan fuerte el impacto que sintió mi corazón que me quedé petrificada, pues creí que aquel guerrero me había atrapado con  garras de acero, el guarda de la casa me liberó; no volviendo a entrar hasta que este colosal palacio se convirtió en un elegante Parador Nacional.
Sigo caminando, como dispongo de tiempo libre mis pasos son lentos cuando enfilo la calle Ancha, indolente ante mis evocaciones, apoyo mi espalda en la pared bajo la luz mortecina de un farol de esta ciudad que sin dudas para mí, sigue siendo fascinante, al momento, pues sentí en mi espalda un hormigueo, doy un paso hacia delante pero  mi cuerpo sigue pegado a la pared, y de pronto siento que traspaso la dura piedra y entonces comienzo a notar cómo en  mi cabeza empezaban a bullir algo sobre aquellas querellas que eran propiciadas por las intrigas de aquellos moradores, que, ante mí asombro se fueron convirtiendo en un  murmullo donde pude escuchar voces de tiempos remotos, yo, en esos momentos creí estar contemplando  la actuación de un mago que se recrea en sacar a la luz las vidas  de personajes pertenecientes a la ficción. Entonces saque la conclusión de  que tal vez, aquellas voces discordantes podían ser la consecuencia de las disputas que frecuentemente  mantenían los vecinos  por conseguir el dominio absoluto de este territorio, llegando incluso a matarse por tan solo…  quizás para con ello disipar sus miedos  y manías de creer que le podían arrebatar su Mayorazgo.
De repente alguien me habla, pero no tengo nadie a mí alrededor, pero aquella voz insiste, pase Huesa merced, yo no podía entrar por aquella puerta, tampoco era una merced, miro extrañada a mi alrededor, no conocía a nadie, pero, al mirar de frente pude apreciar que una mujer de aspecto regio me miraba desde el fondo de un salón de paredes enteladas y piso alfombrado que hacían 







No hay comentarios :

Publicar un comentario