lunes, 5 de noviembre de 2018

La huida 1º parte


Anna había llegado a sus treinta años a vivir un momento dulce culminado al completar su vida cómo diseñadora de joyas. Aquella mañana, se levantó de la cama con una alegría que sobrepasaba su carácter de chica seria y reflexiva. Después del desayuno se dirige a una de las joyerías más prestigiosas de Madrid donde desde hacía poco tiempo era colaboradora en  diseños de vanguardias que allí se venden.
Al entrar en la tiendo se sorprende al no ver a la dependienta tras el mostrador, con paso seguro se dirige a la trastienda, pero, en esta ocasión no llama a la dependienta cómo tenía por costumbre para que ésta avisara al joyero,  cuando ésta no se encontraba en su puesto; antes de llamar y asir el pomo de la puerta del despacho para empujarla, se sorprendió ver al joyero, a través de la rendija de la puerta  al encontrarse ésta entre abierta, vio sorprendida que el joyero se encontraba sentado tras su mesa en posición de alerta con las dos manos encima de la mesa, que al verla, le hizo un gesto extraño con los ojos cuando los clavó en ella, Anna, en esos momentos intuye de que algo no va bien, duda si entrar, mira hacia atrás  ¿Pero dónde se encontraba la dependienta? pero su asombro fue cuando vio que alguien tenía en sus manos un tubo plateado que parecía apuntar hacia la mesa donde se encontraba sentado el dueño del establecimiento.
Anna entonces se da cuenta de la situación, y, da un paso atrás con todo el sigilo que permite un estado extremo de excitación, su zapato de tacón choca con la peana de una preciosa lámpara de bronce que se hallaba expuesta justo al lado de la puerta del despacho, el ruido se hizo tan perceptible para los que se encontraban dentro del despacho, que se desató la alarma haciéndoles salir precipitadamente tras el autor del ruido, para saber de quien se trataba,  pero Anna fue mucho más rápida, pues en unos segundos salió a la calle, mezclándose entre los viandantes que abarrotaban la céntrica calle.
Llega a su casa, presa del pánico no acertaba  pensar en lo que acababa de vivir. No se atreve a ir a la policía, tampoco sabía nada de los negocios de su jefe, y entonces decidió esperar  hasta saber algo en las noticias de las dos.
 ¿Qué podía haber pasado?
Se sienta ante el transistor que trasmitía en esos momentos una tertulia de esas que sólo hablan de tonterías que no van a ninguna parte, decide apagar la radio, pero su ánimo se encontraba tan excitado que parecía oponerse a todo lo que pudiera pensar en esos momentos al encontrarse inmersa en la idea de que aquella situación que estaba viviendo era como si de repente su vida se hubiera convertido en un ferrocarril en marcha y sin dirección, a punto de chocar con otro tren de mayor potencia, este pensamiento no le dejaba reaccionar ni ver claro cómo debía solucionar el problema, haciéndole creer que esta situación podía acarrearle quizás consecuencias impredecibles para ella, todos estos nefastos pensamientos le impedía que viera la realidad. Dudando  si  esperar hasta que llegara la hora en que emitieran las noticias, le consumía la ansiedad, poco después sobresaltada escucha un adelanto en las noticias, en la cabecera destacaba el suceso de un atraco a una joyería dónde el joyero propietario había sido asesinado en su despacho, también se buscaba el paradero de la dependienta que al encontrarse desaparecida sin lugar a dudas podía ser otra víctima.
 Al joyero lo habían encontrado muerto sentado ante la mesa de su despacho, el cuerpo tenía signo de haber sido sometido a tortura.
Anna aunque esperaba que la noticia no fuera muy  halagúeña,  si esperaba que pudiera haber sido un atraco sin mayores consecuencias, pero esto era totalmente diferente, un gemido de impotencia salió de su garganta, aquel asesinato podía ponerla a ella también en peligro, pues en esos momentos al estar citada con el joyero, éste debía tener sus bocetos encima de la mesa firmados por ella.
Anna se encuentra en un estado de excitación tal, que llegó a pensar que si el atracador la había visto  y podía ir tras ella, con intención de matarla al ser un posible testigo.
Poco después, llaman a su puerta de su apartamento, tarda en abrir se encontraba presa de pánico, una voz autoritaria-- dice-- sabemos que estás ahí, abre la puerta o estaremos obligados a tirarla, somos de la policía, mientras uno de ellos enseña su placa de identificación, minutos después Anna abre la puerta.
 Al flanquearles la puerta, nunca se sintió tan vulnerable, por su aspecto, parecía que había tenido un accidente de tráfico, ya, en el salón los policías le hacen algunas preguntas, que, a Anna no le parecieron coherentes, sobre todo por lo directamente escuetas que estaban siendo formuladas, por unos instantes le parecieron contundentes a pesar de presentarlas adornadas con un halo de solemnidad que a Anna  no le satisfizo pues parecían dar a entender que toda precaución era poca ante lo que tenían que comunicarle; el policía que parecía llevar la  iniciativa, vacila ante la pregunta que tenía que formular, pero al mirarla a los ojos, sólo pudo decirle que se habían encontrado indicios de que ella había estado en el lugar del crimen.
Poco después se encontraba en la comisaría, el comisario al verla entrar, la mira con una seriedad que rayaba a la tragedia. La invita a tomar asiento, después de unos segundos que a Anna le parecieron eternos, el comisario le pregunta directamente ¿Vio algo o a alguien cuando se encontraba dentro de la joyería? Anna con los nervios a flor de piel narra lo sucedido. De nuevo el comisario calla, y cuando abre la boca --le dice—que suerte tuvo usted al no a entrar en ese despacho. Ella no sabe que a pesar de encontrarse presa de su aturdimiento, presentía que lo que estaba pasando en aquella comisaría no era precisamente el resultado de su ofuscación, era  porque no entendía nada de lo que decían aquellos policías.
¿Pero, quién les dijo a los policías que ella no llegó a entrar en aquel despacho?
 Anna se alarma ante esta reflexión, y pone cara de perplejidad al mirar al comisario, pero el comisario  al comprobar su actitud comprendió que Anna empezaba a dudar entonces --le dice-- no se preocupe, tenemos en nuestro poder una cinta que se encontraba oculta en un cajón, en la cual está gravado todo lo que ocurrió aquel día en ese despacho.
Por el cual sabemos que mientras estaba siendo sometido a tortura, el joyero dijo su nombre. Anna abrió los ojos ¿LLevaba usted en su cartera alguna joya que fuera a entregar al joyero? La reacción de Anna fue un estremecimiento.  No se inquiete, aún no sabemos si fueron uno o dos los atracadores, solo le preguntamos, porque cuando llegamos pudimos ver encima de la mesa una ficha con todos sus datos y la hora en la que iba a ser recibida por el joyero para que le entregara su última creación, por lo tanto pensamos que pudiera llevar consigo alguna joya ya realizada de esas que suele hacer usted.  Anna temblaba, pero aún no era consciente de que aquello podía tener algún sentido.
El comisario de repente le dice, hasta no averiguar lo sucedido debe usted desaparecer de España, al tratarse de un caso extraño, al tratarse de que en el atraco no se llevaran ninguna de las valiosas  joyas allí expuestas.
Antes de salir de la comisaría, el comisario le vuelve a sugerir que debía irse lo más lejos posible de España, ahora la mirada del comisario pareció cambiar para decir con voz indulgente,  yo me atrevería sugerirle que hiciera un viaje a Asia, mis hombres le pueden escoltar hasta que salga de Madrid,  la comisaría ya se ha permitido  sacarle  un pasaje para mañana. Debe saber que tiene que hacer escala en el aeropuerto de Ataturk de Estambul, una vez allí, tomará el vuelo que le llevará a Kuala Lumpur. Anna lo mira perpleja, el comisario al verla tan perdida le anima,  sólo será una temporada hasta que se aclare todo. Anna contesta, pero, y mi vida, mi trabajo. El comisario con una voz que parecía decir, esto es lo que hay, le guste o no le guste tiene que aceptarlo, (Pero solo dijo) por ahora, es lo que hay,  necesitamos vía libre para la investigación, por lo tanto es importante que se crea que usted ha desaparecido.
No obstante antes de salir de la comisaría el comisario le dio una advertencia, no podía llamar a nadie por teléfono, ni mandar correos electrónicos, este gesto si lo hace, puede llevarle a la muerte.
Al día siguiente y sin despedirse de nadie sale inmediatamente de su apartamento, sin apenas equipaje se dirige hacia el aeropuerto de Barajas Adolfo Suarez, para  tomar el vuelo, que le haría hacer escala en  el aeropuerto de Atakurk en Estambul.  Una vez en Estambul, espera la llamada de su vuelo. Se entretiene mirando las exóticas tiendas del aeropuerto turco.
Mientras su estancia en el aeropuerto de Estambul, empezó a pensar  cómo iba a ser su vida desde el momento que llegara a su destino, parada ante una tienda de ropa, pudo ver en el reflejo del escaparate una cara que parecía mirarla con  insistencia, camina unos pasos, intenta tranquilizarse, ella era rubia de ojos azules, seguro que si la miraba era por resultarle exótica.

Sube al avión, al otro lado de su asiento, una mujer morena y de mediana edad, rechoncha que apoyaba sus brazos en sus enormes pechos, parece mirarla insistentemente. Una azafata le ofrece un kiosco de Internet, la azafata la mira extrañada al rechazarle el servicio, no obstante le informa de que puede mandar desde el aire todos los correos electrónicos a cualquier país que deseara. Anna  estuvo a punto de sucumbir a la tentación y aceptar esa proposición, se encontraba sola, perdida, entonces recordó lo que le dijo el comisario, que no debía ponerse en contacto con nadie, porque era necesario no ser descubierta.



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