domingo, 6 de enero de 2019

Grana y Oro

Aquella tarde y, cuando el sol se ocultaba tras la pequeña colina que se divisaba desde la ventana de su apartamiento, el teléfono sonó haciendo estremecer su cuerpo, era un seis de agosto y, durante todo el día el sol pareció que echaba lava y fuego  sobre la tierra de Extremadura.
Antes de descolgar el teléfono Anna, sacude con desgana su larga y bien cuidada melena morena, se encontraba desde hacía unos días deprimida y sin saber la razón de su estado anímico. Coge el teléfono, una voz inesperada y conocida, le dice desde el otro lado del hilo telefónico.
 Anna ¿cómo estás? Álvaro, ante un silencio prolongado, pregunta de nuevo.
 ¿Estás ahí?
 Para Álvaro, aquel silencio se le hizo insostenible.
Anna, no estaba segura de haber escuchar aquella voz, aunque ésta le llegara a través de un hilo telefónico, hizo que se desconcertara, no podía creer que fuera la misma persona con la que tantas veces había soñado y, que tantas veces en la soledad de la noche creía oír el timbre  de su voz, en esos momentos de confusión creyó que le hablaba muy quedo junto al  “oído” ¿Era realidad?. Sabía que aunque en esos momentos estuviera escuchando su voz,  que por supuesto era totalmente normal, que para ella oyéndola le pareció percibir una caricia, disimulada bajo un susurro y, así fue como Anna sintió aquella voz emitida por un hilo telefónico.
 Álvaro al otro lado del hilo en su espera se impacienta, Anna, me escuchas, acaso te ha molestado mi llamada.
 Pero Anna, no podía hablar, sólo podía escuchar con adoración, porque aquella voz la perturbó  desde la primera vez  que la escuchó.
De nuevo, Álvaro insiste, en que diga algo, esta vez con voz preocupada.
 Anna al fin contesta.
 ¡Sí! Estoy aquí—dijo—perdona, creo que tu llamada me ha pillado por sorpresa, me encontraba en estos momentos dormitando, ya sabes las consecuencias del calor—mintió—y siguió fingiendo una  voz calmada que no sentía, y dijo, dime, ¿necesitas algo de mí?
El motivo de mi llamada, está relacionada con una invitación que voy a proponerte---si te apetece, claro, ¿te gustaría acompañarme junto con tres amigos a visitar una dehesa? No, no te preocupes, no, está lejos de Cáceres, creo que puede ser interesante para todos los que vamos, sobre todo para ti cómo periodista taurina, también podías darme tu opinión sobre lo que vamos a ver, y de paso puedes escribir un artículo sobre los toros en libertad que acampan a sus anchas. 
Pero Anna aún incrédula preguntó, dime al menos para cuando está prevista esa visita y, al no saber cómo seguir la conversación, tengo que saber sobre que es de lo que tengo que opinar,  mientras sonreía de una manera que se hizo patente a través del teléfono.
Entonces,  ¿Aceptas venir? Dijo Álvaro.
Si por supuesto que acepto, iré con mucho gusto, ---bien dijo él—entonces te espero mañana  a las diez de la mañana junto al templete del paseo de Cánovas. Ah, se me olvidaba, creo que no hace falta que te diga la ropa que te tienes que poner para sentirte cómoda y, sobre todo no olvides  el calzado adecuados para andar por el campo.
Anna poco después supo que no se había enterado de casi nada de lo que le dijo Álvaro, tan sólo supo que disfrutó de la caricia de su voz, aquella voz masculina, que desde que lo escuchó hablar le robó el sueño. Anna cuelga el teléfono, mientras recordaba la primera vez que lo vio subido ante un atril disertando como ponente en una conferencia referente a la dehesa extremeña y a la  que ella asistió  y,  que  desde ese mismo instante su timbre de voz fue para ella una daga dorada e hiriente que se le clavó en el alma, no dejándole desde entonces tiempo para el sosiego.
A la mañana siguiente, al despertar sintió una excitación poco habitual en ella, abre el armario, lo cierra al no encontrar los pantalones que pensaba ponerse, busca de nuevo en otro armario encuentra los pantalones, una vez en sus manos, se precipita sobre el mueble zapatero, busca unas botas camperas, de la cómoda coge una camiseta que iba a tono con el atuendo, en la cabeza, pensó ponerse un sombrero de ala ancha de paja.
Aquella noche por supuesto no pudo dormir por la  excitación que supuso  aquella invitación… pero ¿Cómo había pensado en ella? Era nada menos que el famoso novelista que mencionaba en la mayor parte de sus novelas las tierras de Extremadura, entonces a su mente se precipitaron recuerdos de las veces que acudió para oírle hablar sobre tauromaquia en el aula de cultural de la calle Clavellinas,  y hablar de la vida de esos valientes novilleros que impulsan con su valentía a que su fácil pluma pudiera  escribir  sus avatares por los campos.  Y, siempre recuerda que finalizaba la disertación con palabras de aliento para que éstos maletillas siguieran persiguiendo sus sueños.
Anna mientras se tomaba un café con tostadas, lee en la presa uno de los muchos artículos sobre la absurda manía de tienen algunos nuevos políticos que es la de abolir las corridas de toros, estos,  articulistas que solo buscan la oportunidad de que alguien los lea, aprovechan el momento oportuno  de esta moda que queda en entredicho su cultura. Estos artículos la ponían de mal humor. Y cambiando de tema, se preguntaba ¿qué motivo habrá tenido para llamarme?, se levanta de la silla y cómo una niña desvalida  se acurruca en su bata de seda, mientras piensa ¿Habrá sido un sueño? al instante se oyó el teléfono ¿Estás preparada?
Anna en unos segundos  se encontraba junto a los amigos de Álvaro camino de la dehesa en un 4x4, en el trayecto desde Cáceres a Trujillo,  Anna parece perdida, allí, en aquel vehículo y, junto a ella, se encontraban tres escritores de prestigio venidos  de Latino América, Anna no se atreve a hablar se encontraba en estado de shock al sentir en su costado el roce del brazo de Álvaro cuando el coche se tambaleaba al pasar por los socavones de la  tortuosa calleja que los conducía a la dehesa.
La dehesa, como es habitual  en ella se encuentran reses pastoreando; Anna siempre que se encontraba en ese ambiente se emocionaba  allí, pues el campo para ella siempre tuvo un magnetismo especial pareciéndole que todo  se magnificaba cuando contemplaba la grandiosa panorámica que ofrece generosa la naturaleza, algo que es havitual en el variado paisaje extremeño.
 Se bajan del 4x4, caminan por una vereda de tierra que se encuentra  flanqueada por una  tupida alambrada que hace imposible la entrada en la dehesa.

A su llegada, son recibidos por dos jóvenes peones junto al propietario de la dehesa, poco después fueron obsequiados con un refresco para saciar la sed que produce el intenso calor,  después suben a una camioneta dispuesta para que fueran  trasladados hacia un tentadero, pero antes hacen una parada para subir a una torre encalada desde donde se podía divisar la finca que era  un inmenso  alcornocal de fondo, con un suelo limpio por estar barrido cada día por las reses evitando con ello los  incendios forestales. El paisaje no puede ser más duro y tierno a la vez, un binomio que quizás jamás tuvo ninguna tierra.



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