Fernando era el ausente, por lo
tanto sólo quedábamos mi hermano y yo ante los chispeantes destellos de la leña
al arder. Los dos nos miramos y, como si le hubieran puesto pilas, mi hermano
comenzó a hablar, parecía decir palabras incoherentes que para mí eran intranquilizadoras.
Me levanto, para saber cómo se
encontraban sus invitados, pero con una voz parecida a un trueno me lo impide,
yo le miré a los ojos, tengo que saber qué les pasa para saber si necesitan a un médico. Mi
hermano me miró con ojos desorbitados, ellos están muertos,"gritó" al igual que tenías
que haber estado tú, claro que fui torpe al no saber manipular los ingrediente para cambiar el color, "debí
hacerlo con amapolas"
Yo en esos momentos y ante el panorama de deshacernos de los cuerpos me quedo paralizado, él gritaba cada vez más, parecía desesperado, me tienes que ayudar a hacer desaparecer estos cuerpos, creo que debíamos tirarlos en la
Laguna del Circo.
Sigo sin saber cómo reaccionar, estoy
perplejo, me pedía que le ayudara a tapar su delito, pues había cometido en poco tiempo nada
menos que tres crímenes ¿Qué le pasaba a mi hermano? ¿Se había vuelto loco por
vivir en la soledad de la montaña? Lo miro aterrado y, con su voz ronca
habitual –dijo—si no me ayudas tú también irás con ellos al fondo de la laguna,
ya sabes en estos casos no se puede dejar ningún cable suelto.
Mis piernas temblaban, tanto, que
hasta se podían oír el tintineo de mis huesos, me sentía como una serpiente de
cascabel que han cortado la cabeza pero, que, el cascabel sigue sonando pero ya se encontraba inhabilitada para atacar.
Casi sin fuerzas caigo desplomado en el sillón, me encontraba sin fuerzas, abandonado, hago el intento de levantarme intento levantarme pero no puedo, mi hermano de pie ante mí me mira con desprecio, entonces sorprendido veo cómo con gran agilidad mete uno de los cadáveres en un saco que previamente tenía
preparado,( yo solo miro) así fue metiendo uno a uno. Miro a Tirso y unas lágrimas resbalan
por mis mejillas, mientras tanto él arrastraba con furia los sacos mortuorios desde la casa a la explanada.
Yo seguía sin mover ningún
músculo de mi cuerpo, cuando de repente veo atónito cómo mi hermano metía a uno
de los cadáveres en la embocadura de la chimenea, seguidamente lo rocía de
Keroseno, inmediatamente y ante mis ojos aquel cuerpo comenzó a arder como una tea.
Mi hermano de nuevo se puso ante mí
mirándome a los ojos, --me dijo—sabes que tenía que hacerlo mientras me empujaba al centro
del salón, entonces me obliga a sentarme, él se sienta a mi lado, mis nervios comenzaban a desatarse cuando comenzaron a explotar los órganos de aquel individuo cual traca de feria al calor de la lumbre.
¿Sabes qué ellos fueron los que
mataron a nuestros padres? Sus palabras sonaron a justiciero—tú no te
encontrabas aquí— dijo hiriente el día que murieron, los dos paseaban cerca de la cumbre, de
pronto aparecieron ante ellos, Faustino, Samuel y Fernando, pero, entonces –dije—Fernando
no se encuentra ahora entre nosotros—Bueno de ese me ocuparé en otro momento.
Como te estoy contando, invitaron a nuestros padres a que dieran un paseo en
barca por el lago incitándoles a adentrarse con engaños en una de las grutas que aún no habían sido
explorada, mientras navegaban por las
tenebrosas aguas, distraídos en admirar el misterio de aquella gruta, entonces fueron golpeados en la cabeza por estos desalmados dejándolos inconsciente, hasta caer de la barca y ahogarse.
No obstante, en aquel momento la
explicación de Tirso parecía verosímil.
Pero entonces intervine yo ¿Cómo has podido saberlo si
tú no te encontrabas allí?
Te equivocas, --dijo Tirso-- yo
me encontraba filmando a una banda de murciélagos, nadie me vio al
encontrarme protegido por la oscuridad, desde entonces cada noche sueño que no pude hacer nada por salvarlos, mientras miraba la tragedia supe de que había un quinto hombre
con ellos, que era el que parecía dar
las órdenes, pero, no le vi la cara, lo
resbaladizo de las rocas me impidió
acercarme—seguía narrando Tirso—
Ese hombre pude observar que llevaba una carabina
que asomaba por la grieta de una roca, parecía ser el que les apuntaba con el
arma para que ejecutaran sus órdenes. Al no poder verle la cara me desconcertó, pues no sé si él me vio a mí. Entonces supe que la muerte de nuestros padres podía ser algo
preparado ¿Pero por quién?
Desde ese momento, confesó Tirso, no dejé de pensar en la venganza, y guardé la cinta que había gravado hasta que llegara mejor
ocasión. Y hace unos días pensé de que había llegado la ahora de
desentrañar ese crimen.
Tirso en la soledad de la montaña proyectaba esa película una y otra vez, hasta descubrir que en uno de los salientes rocosos y pegado a la pared, había una mochila de color rojo, me intrigó tanto que volví inmediatamente al lugar para cogerla, pues supuse que en ella se guardaba el cuerpo del delito, pero, para mi sorpresa, ya la habían recogido.
Entonces pensé y estoy por
asegurar que los que mataron a nuestros padres fueron los mismos que cortaron la guía cuando mi equipo se
encontraba haciendo una incursión en la
profundidad de la gruta, y con la cara que suele poner un inocente le dije yo, y el licor,
¿Cómo lo conseguiste?
Por unos apuntes que encontré en
tu laboratorio, lo estudié durante un tiempo, y una vez conseguido, supe de que
había llegado la hora de ejecutar lo que me propuse, sólo consistía en esperar el momento oportuno para hacerlo.
Ahora que lo sabes todo tienes
que ayudarme. Entonces saqué fuerzas de flaquezas y me monté en el coche con mi
hermano, en aquel coche fúnebre donde llevábamos dos cadáveres, que habían
pagado sus crímenes.
El coche subía con dificultad la
empinada vereda, en la subida la espesa niebla nos engullía…
No sé por qué sentí una gran paz
espiritual, era casi inconcebible que yo pudiera tener esos sentimientos, sobre todo cuando miraba cómo los bultos de los cuerpos de aquellos
hombres enfundados en sacos de plásticos
se hundían lentamente hasta desaparecer en el fondo de la Laguna Grande
del Circo.
Cuando llegamos los dos a la casa
de regreso, nos dispusimos a retirar las cenizas de la chimenea, después de
limpia pusimos nuevos troncos de pino para que con su olor limpiara el ambiente,
los restos del cadáver los metieron en otro saco metiéndolo en el maletero para
tirarlo al río.
Nos hicimos un oloroso café,
sentados uno frente a otro, regocijándonos por haber vengado a nuestros padres.
Mi hermano Tirso, acepta la copa
de coñac que le ofrezco, me mira agradecido por la ayuda que le había prestado.
Un desvanecimiento de Tirso, hace le hace caer al suelo cerca de la embocadura
de la chimenea, que se encontraba en plena ebullición, sólo tuve que empujar el
cuerpo y enseguida empezó a arder como
una tea. De nuevo el Keroseno hizo su trabajo.
Poco después recojo las cenizas
esparcidas por el suelo, subo a mi alcoba, y recojo la mochila roja repleta de
minerales que esperaba me reportaran una
suculenta fortuna.
Tirso siempre fuiste un buen
hermano y, desinteresado.
Cierro la puerta de la casa, tiro
la llave por uno de los barrancos, pongo en marcha el motor del coche, en la
primera curva me esperaba Fernando, el que puso la excusa de no acudir a la
reunión.
Mientras, en mi rostro se
reflejaba una sonrisa de satisfacción, recojo a mi cómplice Fernando, y en una
de las curvas, y cuando el coche circulaba a gran velocidad al borde de la depresión del río Tiétar, el
coche desaparece.
Dos meses después, fueron
encontrados dos cadáveres que desconcertó a los forenses e investigadores, pues
en la cavidad de sus ojos y dentro de sus fosas nasales y boca, encontraron gemas por valor de
tres millones de Euros.
¿Quién de ellos vivió para hacer
perfecta la venganza?

