viernes, 25 de junio de 2021

Semáforo

SEMÁFORO

 

 

 

Hacía tiempo que no se encontraba tan relajada, vivía dónde siempre había querido vivir, era un apartamento pequeño pero elegante lo había decorado con su sello personal, se encontraba ubicado en un antiguo edificio en el centro de la ciudad, frente a su ventana a la que tanto le gustaba asomarse se encontraba un gran parque sembrado con mucha variedad de plantas donde los abetos daban  sombra  a los paseantes, también plataneros y muchas más especies de árboles.

Aquella tarde en que Anna se encontraba asomada a su ventana parecía encontrarse mejor que nunca, mirando la calle se sentía feliz, sobre todo al saber que no formaba parte de aquel colectivo que caminaba con frenesí, y que pasaba sin cruzarse las miradas, ni tan siquiera notando cómo se rozaban sus brazo a modo de codazos, y todo este frenesí—pensó Anna-- es tan sólo para llegar al paso de cebra unas décimas de segundos antes que el semáforo se pusiera en rojo.

Anna se mira las manos, sonríe, su sonrisa era ambigua, cómo casi todo lo que  había hecho en su vida, su edad también era ambigua, unas veces aparentaba tener menos edad de que en realidad tenía, pero cuando llegaba para ella el temido invierno, su aspecto cambiaba, hasta llegar a ser tan diferente que ni ella se reconocía.

Hacía unas noches que no cesaba de tener pesadillas una tras otra, por la mañana al levantarse algunas veces, ni siquiera se atrevía a asomarse a su ventana.

Una de esas noches de tenebroso insomnio en un impulso se levantó de la cama, atreviéndose a salir a la calle, atravesó el paso de peatones y, se adentró en el parque; la brisa era desapacible, la copa de los árboles se mecían, los rosales Gladiolos y, las Dalias parecían despertar a su paso para mirarla, la gravilla que rodea a los parterres al ser pisada, crepitaba bajo sus pies.

Un resbalón inesperado le obliga a sentarse para descansar en uno de los bancos del parque, allí todo era silencio y soledad, pues no había nadie que corriera hacia el paso de cebra para coger el semáforo en verde.

Se levanta del banco cuando ya empezaba a amanecer, y el jolgorio de los trinos de los pájaros que empezaban a despertar, la pusieron de mal humor.

Y antes de regresar a su precioso apartamento decide dar un rodeo, solo para pararse en cada uno de los postes que sostienen los semáforos que encuentra en su camino.

Poco después entra en su casa, se toma una taza de café. Se acomoda cómo solía tener por costumbre ante la ventana, una ventana por donde cada noche y cuando la gente descansa,  tras los cristales se podía apreciar un suave aleteo que desprendía un aura granate.

Anna aquella mañana se encuentra distraída viendo como cada día aquel frenesí de idas y venidas de gentes ocupadas, un golpe a chapa machacada hace que los viandantes se olviden de sus prisas para volver las cabezas con curiosidad, un autobús urbano se había llevado por delante el maletero de un coche mal aparcado; los dos conductores emprenden una acalorada discusión  hasta ver llegar a un policía, de nuevo se hace oír un golpe que parece una explosión, que hace que el flujo de gente se pare en seco, olvidando por unos minutos que llegaban tarde a sus puestos de trabajo.

De pronto los encontronazos de coches se suceden, formándose un terrible caos, las gentes, no cesaban de correr desorientados pues al caos se sumó el sonido de las sirenas de los coches de policías, mientras tanto no cesaban de llegar más y más policías, ahora eran los motorizados. Por el reloj del parque los minuteros marcaban las diez de la mañana, pero ya nadie corría ni miraban sus relojes, las horas pasaban y todos olvidaron que tenían que ir a sus puestos de trabajo a tiempo. Siguen llegando vehículos de los servicios del Ayuntamiento, grúas para retirar los coches siniestrados, ambulancias, ante todos estos ruidos se sumaron las bocinas de los coches de los conductores que sin saber qué pasaba, cabreados no dejan de clamar vía libre para seguir circulando.

Estaba llegando la hora de comer, pero la aglomeración parecía estar en su más álgido momento, los conductores se bajaban de los vehículos  dejándolos abandonados, ya nadie pensaba en ir a trabajar, también era imposible transitar por las aceras al estar repleta de mirones.

De pronto el parque se llenó de improvisados paseantes, las rosas abrieron sus pétalos para obsequiarlos con su aroma para que no se sintieran tan desesperados, la brisa que mecía las copas de los árboles, desprendían su sabia sobre ellos, haciendo de benefactora calma.

Anna inmutable sigue mirando tras su ventana. Pero algo de repente cambió, los árboles del parque se encresparon con una gran agitación, el viento empezó a ser virulento que presagiaba una tormenta.

Anna distraída con aquel acontecimiento, de pronto nota que se impacienta, pues creyó haber oído pasos ante su puerta, se acerca, miró tras la mirilla, y entonces vio el reflejo de una luz que supuso podía ser de una linterna.

Mira de nuevo, se detuvo unos instantes para contemplar aquel rostro…aquel, rostro… suspiró profundamente, pero no por eso flaqueó

Poco después reacciona, y entonces supo el por qué, de hizo lo que hizo, pues había seguido las pautas de aquel hombre que le robó la voluntad y su energía, que son aquellas que trasmiten los sentimientos. Y supo desde que miró tras la mirilla que ya no estaba perdida. Se encontraba justo en medio del bien y del mal.

Se asoma de nuevo a la ventana, abajo seguía aquella locura sin razón que a veces invade al ser humano ante lo que se ignora, pero de repente todo cambió cuando  Anna de nuevo y mirando tras su ventana, pulsó un interruptor que hizo que de nuevo funcionaran los semáforos.

SEGUIRÁ




martes, 15 de junio de 2021

Neva

 ¿Pero qué era todo aquello?

Cuando Anna miraba desorientada aquel entorno, una garganta profunda, invisible—le dijo—yo soy una sombra que te sigue, Anna se quedó casi sin aliento, entonces, y sin pensarlo comenzó a correr desesperadamente por aquella plaza…..no podía ser, no se parecía en nada a la plaza Roja, que ella había visto en muchas publicaciones donde se hablaba de Moscú, Anna  recuerda el sinónimo en ruso que quiere decir , “bella” pero allí no se veía ninguna belleza, solo desolación, y gritos de desesperación.

En la cabeza de Anna empezó a bullir como en una hoya a presión episodios pasados que creyó que no le eran ajenos. Recuerda mientras corría hacia la nada, que todo aquello que estaba viviendo transcurrió en los siglos XVIII, Y XIX, en el que el hombre pudo al fin abrir su mente  a las nuevas tecnologías, mecanización, y un conjunto de  inventos científicos de unos cuantos ingenieros, entre ellos se encontraba un español llamado Agustín de  Betancourt que creó máquinas increíbles, y que viajó por muchos países para importar su reciente tecnología. Este ingeniero, terminando sus días en Rusia, al ser requerido por el Zar  Pedro I.

Agustín de Betancur fue requerido por el Zar para que lo acompañara al litoral del golfo de Finlandia. Para proponerle apenas llegar a Moscú, que deseaba que en una pequeña isla que se hallaba en la desembocadura del río Neva, se fundara una nueva ciudad que sería la nueva capital de Moscú, y que le pondría por nombre de San Petersburgo. El Zar le propuso a Betancourt que fuera el  arquitecto de su magno capricho, pues odiaba con todas sus fuerzas Moscú.

Pero aquella región donde se encontraba el río Neva tenía un grave inconveniente, era pantanosa y de clima insalubre. Cuando comenzaron las obras, Agustín de Betancourt, y aun a pesar de los enormes sacrificios de los hombres que morían cada día, tuvo que reclutar  a la fuerza, a campesinos y a obreros  por todo el imperio ruso. Cuando al fin se terminó la ciudad muy similar a la de Ámsterdam; que ese era el deseo del Zar.

Anna seguía corriendo sin entender que le estaba pasando, sus pies se movían inseguros al pisar los troncos flotantes que constituían la cimentación de una ciudad que clamaba justicia para sus muertos. El barrizal se convirtió en una ciénaga intransitable, pero Anna no podía echar marcha atrás, las casas de madera flotaban hacia el mar, uno de los troncos era llevado a gran velocidad por la corriente, estos troncos llevaban cadáveres adheridos a la madera como lapas, al igual que circulan las ballenas  por el mar.

Anna mirase donde mirase todo eran lamentos ¡Estaría atravesando el purgatorio! pero ella no era Virgilio ni Dante, ni tan siquiera estaba enterada de que hubiera hecho nada que fuera pecado, no tenía nada de qué redimirse, ¿Pero por qué había perdido la esperanza? Le pareció extraño que allí en aquel purgatorio que a Anna le pareció lo más profundo del infierno se encontrara  a tan  famosos poetas.

 ¿Poro de que los conocía ella?

Anna en medio de aquella ciénaga, había conocido por primera vez el purgatorio, pero también supo  que estuvo muy cerca de haber caído en el infierno, solo le faltó un ápice para entrar en el valle dónde se encontraba su otro yo… ¿Qué  le decía a ella el nombre de Agustín de Betancourt? pues no entendía el por qué se encontraba en esos momentos hablando en las mismas puertas del purgatorio, ni `porqué  hablaba con uno de los guardianes, y que este le pidiera indicaciones de su alma. Anna, poco después, se creyó libre de todo pecado al encontrarse de nuevo en la Plaza roja de Moscú, admirando de forma muy particular su grandiosidad.

 ¿Sería ese el Edén?

No olvides, le decía su conciencia, que ninguno de los actos que puedas hacer buenos, o malos, se quedan por pagar, es una factura intransferible. Anna desde ese momento recapacitó, ella no tenía nada de que reprocharse, ella nunca llevó el apellido Betancourt.

 ¿O  ese apellido Betancourt había desaparecido de su genealogía?

Pero, ¿Quién era Natacha?

Un destacamento de guardia se aproximaba a ella, que hacía vibrar el suelo con los cascos de sus caballos, de repente Anna es obligada a montar, una vez en el lomo del caballo empezó a sentir cómo su montura comenzaba a agitarse y tuvo que apretar los muslos y aferrarse a las riendas para no caer, y esperar a que pasara la comitiva que le predecía.

 ¿Quiénes eran los que formaban aquella comitiva? entonces Anna inspiró profundamente.

Unos años después, Anna regresa a Rusia en calidad de investigadora, una vez dentro del palacio de invierno de los zares recorrió las estancias como su fuera una turista más, al llegar a la galería de los retratos, su corazón se paró de golpe, allí estaba la que supuso era Natacha, pues al encontrarse frente a ella, y de la miraba que le prodigó desde aquel óleo, fue cómo si le estuviera desnudando su alma. Entonces supo que la estaba invitando a que entrase en el salón contiguo, Anna, se dirige hacia donde le indicaba aquella mirada, pero cuando empuja la puerta, asombrada pudo ver que en el fondo de aquel salón y, junto a una de las  ventanas por donde se podía ver el helado río Neva se encontraba su abuela, que charlaba animada con alguien que parecía un espectro, Anna no creyó lo que estaba presenciando, pero alguien, se acercó a ella para decirle, Natacha has tardado mucho en venir, ahora te toca a ti quedarte en este palacio, pues tu bisabuelo hizo ésta estancia pensando en que tu vivieras en él eternamente, sí, no dudes, tú eres  Natacha.

Pues éste es tu mausoleo. Anna se tapó los oídos con las manos pues allí se habían concentrado todas las agonías de aquellos hombres que hicieron posible el capricho de un zar, pues sin saberlo ella debía purgar al  llevar en sus venas la misma sangre de un hombre que fundó unas de las ciudades más bellas, del mundo.

FIN

 




martes, 8 de junio de 2021

Neva 1º parte

 

Anna residía en Cáceres, su edad era, se podía decir indefinida, pues no aparentaba más de veintitantos años:

Una mañana, recibe una carta que le sorprende al leer el nombre del remitente que le era totalmente desconocido para ella, había sido enviada desde Moscú, la remitente era una mujer llamada Natacha.

Anna rasga el sobre con curiosidad y, comenzó a leer la misiva.

Querida Anna:

No sabes cuánto me ha alegrado la noticia de saber que me vas a visitar en breve, te mostraré todo lo que te pueda interesar de Moscú. Pero debo decirte que desde que nos vimos aquella noche de ferias en una caseta cacereña que, por cierto bebimos hasta perder el equilibrio, confieso, que no tenía ni idea de que te acordaras de mí; a lo que se refiere a la capital moscovita; en todo caso me siento complacida de ser tu anfitriona, creo que hay demasiadas cosas en este país que “quizás” tu desconozcas.

Con mis mejores deseos, que tengas un feliz y agradable viaje.

Con afecto.

Natacha.

Anna perpleja  lee y relee aquella carta totalmente incrédula, las señas no estaban equivocadas, el nombre era correcto, la dirección escrita correctamente.

En unos momentos sin razón aparente Anna se olvida de la carta, tirándola a la papelera que tenía bajo la mesa de su escritorio.

Al día siguiente y mientras tomaba su segundo desayuno con una compañera de trabajo (por hablar de algo) le comenta la carta extraña que había recibido desde Moscú.

Su compañera de trabajo—le dice—y me dices que no conoces a la remitente.

No, para nada, pero la verdad no siento inquietud alguna, pues me ha parecido que está escrita en tono de amistad.

¿De veras no tienes idea de quién pueda ser?

No, por esa razón me parece un tanto extraño.

Cuando a las cuatro de la tarde llega Anna a su apartamento, abre el buzón como tenía por costumbre, y de nuevo fue sorprendida con otra carta que era de la misma remitente, al entrar en su apartamento, la deja encima del mueble de la entrada olvidándola.

Después de prepararse una taza de café, se acuerda de la carta, se dirige al recibidor y la coge, en esos momentos, no pudo descifrar los sentimientos que le produjo el tenerla en sus manos, tal vez pudo ser indignación lo que sintió por saberse implicada en algo que no tenía ni idea, pero también sintió curiosidad por saber qué era lo que guardaba aquella invitación que tan cordialmente le hacía una desconocida moscovita.

Querida Anna:

Solo unas letras más para decirte  que es un honor para mí y mi familia el que por fin hayas decidido viajar a este mi país precisamente en el mes de Agosto; creo que has elegido bien, pues en invierno es casi imposible transitar por la acumulación de nieve que hay en las calles añadiéndole el frio intenso al cual sé que no estas acostumbrada, añadiendo por esa fecha otro inconveniente que hay que sumar que es el intenso tráfico, aunque de eso no te debes preocupar, pues disponemos de una extensa red de metro que sin duda tendríamos que coger; de todas formas puedes venir cuando lo creas conveniente.

Mis mejores deseos.

Quedo a ti disposición.

Natacha.

Anna con la carta en la mano, de pronto, tuvo una negación de la realidad.

Se detuvo unos momentos en el pasillo antes de entrar en su pequeño estudio, en un impulso, de dos zancadas se puso ante su mesa de trabajo, y se dispuso a buscar la primera carta que había recibido el día antes, pero no la encuentra, desolada no recuerda haberla tirado a la papelera, la mira, pero la papelera se encontraba vacía.

Aquella noche le invadió una terrible inquietud no pudiendo pegar ojo en toda la noche, en el insomnio, su cabeza empezó a cernir  una gran incertidumbre que parecía hacerle de imán, un imán que la incitaba a aceptar aquella insólita invitación.

Por la mañana se encontraba extenuada ante el insomnio sufrido, se levanta de la cama con desgana, y al poner el pie en el suelo siente que se encuentra débil de cuerpo y alma, y empezó a dudar de todo lo que le rodeaba, achacando todo su mal a aquellas dos cartas que había recibido; algo le pasó, que de repente se vio que con precipitación era conducida hacia un purgatorio desde donde se podía ver el infierno.

Anna se horroriza ante los recuerdos de uno de los pasajes de la novela de La Divina Comedia, ¿estaría acercándose al infierno?  Pero en esta travesía no tenía a nadie que le acompañara, ella no era Dante, ni tampoco Virgilio, porqué ella, precisamente ella, caminaba por laderas escalonadas y redondas atravesando el purgatorio.

Sin apenas saber qué era lo que hacía, decidió averiguar quién le había escrito aquellas misivas que habían desconcertado su vida, pues se veía atrapada por un ente invisible.

Poco después se encontró conduciendo su pequeño utilitario hacia el aeropuerto-- Madrid Barajas  Adolfo Suarez-- para embarcar rumbo a Moscú.

No supo cómo pero de repente se encontró en una plaza rusa lo supo por el idioma, allí en aquella plaza que le pareció inmensa, se encontraban carros amontonados, llenos de mercancías para vender recién traída de los campos los labradores, algunos se encontraban llenos con sacos de heno, verduras, animales en venta, todo cabía en aquella enorme plaza.