Siguió caminando el ruido de unas ruedas de hierro que circulaban por unos raíles
se hacía patente el acercamiento de un convoy, Anna se encontraba en la
estación, entonces ve cómo un tren de mercancías que venía de Cádiz, le seguía otro que hacía escala en Aliseda procedente de Huelva.
Eran vagones venidos de las minas españolas repletos de bronce, plata y oro, y entonces pudo ver cómo ante sus ojos los obreros se
acercaban para descargar lo que era una
gran riqueza, pues era allí, en Aliseda, donde se hacían las armas que serían
llevadas por el río Guadalquivir hasta el Mediterráneo, Anma ante tanta
actividad de mercancías no apreció que unos hombres extranjeros la miraban,
pero ella seguía ensimismada ante aquella ciudad donde los sirios los fenicios
convivían junto con los tartesos, todos llegados desde lejanas tierras para probar fortuna haciendo su entrada en la península por el
Mediterráneo Oriental.
Anna pregunto a uno de los hombres que se encontraban descargando la
valiosa mercancía, de donde se trae estos minerales, del valle del
Guadalquivir, contestó uno de ellos, también de Huelva, otros de Río tinto también
algo de Badajoz.
Sus ojos ante tanta maravilla, brillaron denunciando que en
su interior había un fuego de inquietud que contrastaba con su serenidad
aparente, entonces vio un letrero con unos símbolos de fertilidad. De repente
descubrió a su madre que se movía entre las gentes que invadían la calzada.
¿Qué demonios hacía allí su madre?
Su madre no parecía haber cambiado en nada pues seguía como
siempre con esa mirada lánguida, pasiva, que al pasar junto a ella no hizo
ningún gesto de acercamiento hacia ella, pero si su madre había fallecido según
le contaron cuando ella nació.
Todo parecía demencial, pues supo que se encontraba en donde
debía estar, aunque todo le parecía diferente, las gentes sin dudas parecían
muy felices, entonces creyó encontrarse en el Paraíso.
Anna en esos momentos comprendió que en aquella enorme cuidad Tartesa
la llamada Aliseda, era donde se encontraban los mejores artesanos, los cuales
hacían los más bellos ajuares funerarios, y de casamientos principescos.
Sin dudas era un pueblo adelantado a los tiempos.
En uno de los bancos de aquella avenida Anna tuvo que
sentarse, se encontraba tan trastornada y, como estaba entrando el atardecer, miró al cielo
que empezaba a cubrirse de fulgurantes estrellas, la incipiente luna goteaba su
claridad como si fueran chorros de leche
sobre las montañas, eran las montañas Tartesas.
No podía creer en tanta belleza y armonía, pero de repente se
desencadenó una tormenta, y en medio del vendaval que se produjo, el viento
depositó junto a Anna un niño.
Anna solo pudo pensar que ¿Quien de aquella comarca podía saber que ella siempre tuvo
la ilusión de ser madre de un niño?
¿Pero qué clase de ciudad era esa? De
repente aparecieron unos danzarines que cogiendo al niño, se lo llevaron.
¿Era un rito?
¿Un sacrificio?
¿Un misterio?
De pronto Anna oye pronunciar su nombre, vuelve la
cara y se encuentra frente a frente con su padre, que sin decir nada la coge de
la mano y la lleva a su casa, una vez hubo saludado a la familia, con su padre de la
mano y la familia como cortejo, se adentran en una cueva escavada bajo la casa,
una vez allí, es vestida 

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