miércoles, 28 de abril de 2021

El descubrimiento

 

Anna tras cinco años de intenso trabajo de investigación en un laboratorio, creyó haber logrado su objetivo. Hacía quince días que había dado por terminado el trabajo con resultados sorprendentes, tras esta exitosa investigación quiso creer que fue la consecuencia producida por una pequeña piedra que encontró no hacía mucho en uno de sus viajes a Egipto, ese fragmento lo había recogido a los pies de una de las pirámides que visitó en el Valle de los Muertos.

 Desde que hizo aquel viaje, esa piedra había estado metida en el fondo de su bolso de viaje, sin llegar a darle la menor importancia. Cuando un día Anna se encontraba hurgando en el bolso, sin saber el motivo por el cual lo hacía, la rescató del fondo, aquella misma mañana y sin tener motivo aparente cuando tuvo la piedra en su mano, mirándola fijamente pensó que, quizás aquella piedra milenaria pudiera desvelarle algún secreto de los muchos que este pueblo era depositario.

Aquel mismo día decidió ir al laboratorio para estudiar aquella pequeña piedra, pues notó algo extraño en su contacto, eran unos raros estímulos que parecían tener la función de despertar su imaginación almacenada. Nunca creyó que unos miligramos de arena que habían sido desprendida de la piedra, y que se encontraban en el fondo del bolso,  pudiera contener una  energía tan poderosa que tuviera la capacidad de curar.

¿Curar, qué?

 Anna aquel día comenzó a sentir mientras manipulaba el microscopio un extraño reflejo, quizás, pensó, era sencillamente que creyó sentir desde hacía unos días una importante transformación que estaba segura necesitaba desde hacía mucho tiempo.

 Este hallazgo, que desde tan solo hacía unos días no supo lo que podía encerar, tan sólo lo compartió con sus dos más íntimos colaboradores del laboratorio, lo hizo así, porque siempre le parecieron serios, y respetados en la historia de la egiptología.

Mientras tanto Anna se dedicó a trabajar con la pequeña piedra, cada día, en su manipulación, y cuando para estudiarla  la colocaba bajo los focos,  notaba que esta se manifestaba con extrañas reacciones, pues parecía como si se desprendiera de pequeños y casi imperceptibles rayos luminosos, que la sorprendieron tanto, que desde el mismo instante en que esa energía se manifestó ante ella, empezó a oír una voz rara que ante sus oídos parecía estar distorsionada, pues le decía, es peligroso para ti lo que intentas descubrir, ten mucho cuidado, pues la ambición se encuentra acampando a sus anchas por doquier, y si tienes la intención de difundir los poderes de esta piedra, y de lo que es  poseedora, querrán llegar hasta mí, a través tuya, y estoy seguro que no podrán límites ni para llegar a mí, ni a ti, siendo capaces hasta de llegar a matarte.

Anna se intranquiliza, no entiende nada, sólo sabe que desde que comenzó a manipular aquella piedra, todo empezó a ser diferente para ella.

Pero aquella voz que creyó escuchar Anna, no consiguió que dejara el proyecto, y haciendo caso omiso siguió adelante con el mismo entusiasmo del que no quiere oír. Aquel trabajo de investigación era tan fuerte para ella, que llegó a agotarle sus energías.

 Anna aquel día, y después de una larga noche de hacer análisis sale del laboratorio, era ya muy entrada la mañana; una vez en la calle  se dirige a su apartamento sin tomar su habitual café mañanero, cuando abre la puerta se sorprende de que su fiel minino Míster, no salió a recibirla cómo tenía por costumbre, inmediatamente se dirige a su caseta, aliviada comprueba que se encontraba acostado, parecía abatido, Anna lo acaricia pasando la mano por su lomo, pero, Míster no podía ni siquiera abrir los ojos, Anna, desconcertada, recuerda haber guardado en su bolso un frasco con las pruebas que eran el resultado de  la esencia de su investigación. Sin dudarlo, acerca el frasco a la boca del minino, pero cuando la sustancia tocó la lengua del gato un rugido ensordecedor salió de su garganta, como si de una fiera salvaje saliese del cuerpo de aquel apacible animal, que da  un brinco tan descomunal que Anna, asustada, da un paso atrás  ante este inesperado descubrimiento.

 Poco después, el animal paseaba por el pasillo con el lomo encorvado desprendiendo vitalidad.

Ante esta inesperada reacción Anna inmediatamente vuelve al laboratorio, y enseguida llama a sus dos mejores compañeros para comunicarles la noticia, poco después se encontraban los tres analizan lo ocurrido. Dos meses después de un intenso trabajo, ya podían decir que habían descubierto una nueva  energía que podía ser aplicada  como fármaco en los procesos de enfermedades incurables, haciendo devolver a los enfermos la vitalidad necesaria para continuar con su vida habitual.

Poco después se comenzó a hacer algunos experimentos con resultados óptimos a algunos de los pacientes que se encontraban en estado crítico, y es entonces cuando decide junto a sus compañeros que aquellos documentos acreditativos se debían  guardar como el resultado de una investigación importante, por lo tanto debía meterse en una caja fuerte hasta que se diera el visto definitivo.

 Entonces fue cuando Anna decidió que aquel trabajo había concluido.

 Y como necesitaba descansar, hace las maletas para emprender un viaje de relax.

Una mañana se dirige al aeropuerto de Madrid Barajas Adolfo Suarez, con destino Nueva York, una vez allí, tomó otro vuelo que la llevaría  a Canadá, para dirigirse a una estación de esquí. Una vez en la estación de esquí, se sube al teleférico hasta llegar a lo más alto, cuando llega a la cima se apea del remonte, minutos después se vio como deseaba estar, sola en la cumbre mirando el panorama y recibiendo la primera sacudida de adrenalina que tanto estaba necesitando después de un intenso trabajo.

 En esos momentos Anna se veía libre, disfrutando de un cielo azul que sin proponérselo, y cuando clavo su mirada en aquella bóveda celestial se emocionó solo de pensar que podía sentir y hasta  tocar  con la punta de los dedos ese cielo inalcanzable, a sus pies una nieve tan blanca que por unos momentos la cegó.

Se ajusta las gafas, el casco, y encaja en su espalda la mochila para asegurarse que el airbag se encontraba en perfecto estado en el caso que sufriera una avalancha, se mira los pies , las tablas se encontraban bien ajustadas, una vez todo en orden se dispuso a bajar por una suave pendiente, necesitaba disfrutar de toda aquella esencia que le regalaba la naturaleza, ese día no había ni una bizna de viento, ni una pequeña nube que pudiera enturbiar su paz interior, y pensó que era el día perfecto para fundirse de lleno en el manto blanco.

Y siguió descendiendo, suave, plácidamente, mientras las tablas hacían surcos en ziz zaz, pero el ruido inesperado del rotor de un helicóptero rompió el silencio, aquel ruido parecía aproximarse al lugar donde ella se encontraba, entonces Anna, en su instinto de protección se echa en el suelo, al llevar un traje blanco pensó que pasaría desapercibida, la verdad es que le pareció muy raro que un helicóptero civil estuviera  sobre volando por las pistas donde se encuentran los esquiadores.

Se agazapa  hasta saber que era lo que estaba pasando, pues no deseaba que nada, ni nadie enturbiara su momento  de gloria cómo era el de deslizarse libremente por aquellas laderas.

 Curiosa y sorprendida espera unos momentos, entonces le sorprende  ver cómo el aparato se posa en una pequeña explanada muy cerca de ella sin apagar el rotor. Entonces y desde su otero ve como un hombre salta al suelo, después de abrir la puerta trasera del aparato de par en par, y para su sorpresa ve caer uno tras otro dos cuerpos que parecían inertes, Anna aterrorizada se da cuenta de que eran dos cadáveres, poco después el helicóptero levanta el vuelo. Anna por unos minutos duda si acercarse a lo que creyó que podía ser, pues no acababa de creer lo que había visto.

Cuando cree estar segura de que el aparato ha desaparecido, se pone en pie, las piernas le temblaban y, cuando  se encontraba a punto de lanzarse pendiente abajo, de nuevo es roto el silencio, aquel  helicóptero, parecía regresar para cerciorarse de que los cuerpos que habían arrojado a la nieve se encontraban aún donde ellos los habían dejado.

Seguirá




sábado, 10 de abril de 2021

Agustin de Betancur

San Petersburgo

Fue Bentacourt – bajo la supervisión del zar – quien diseñó el proyecto urbanístico de San Petersburgo, amén de proyectar y dirigir personalmente algunas de las obras más importantes de la ciudad como la reforma y ampliación de la Catedral de San Isaac,  el puente sobre el río Neva, la Columna de Alejandro I junto al Ermitage  y el  Canal Betancourt.

 

Numerosos prisioneros suecos trabajaron hasta sucumbir extenuados, y cuando terminó de construirse la capital nadie quiso ir a establecerse allí. Entonces el autócrata zar obligó a  boyardos y burgueses a abandonar sus domicilios moscovitas para construirse nuevas residencias en San Petersburgo. A pesar de tanto esfuerzo y sacrificio, para el pueblo ruso la nueva capital no representaba más que una “ciudad puramente artificial” comparada con Moscú, corazón de la Santa Rusia, consideración de la que Moscú gozó siempre,

 

Los materiales tradicionales no significaron nada para Pedro el Grande. Odiaba a Moscú, con sus edificios de madera y su aspecto asiático y quiso una nueva capital que mirara hacia Occidente proponiéndose aplicar la influencia europea en una Rusia a la  que consideraba un país atrasado. El lugar elegido no era prometedor: tierras inundadas del pantanoso delta por el que desemboca el río Neva en el Golfo de Finlandia. El río se helaba seis meses al año, estaba cubierto por la bruma y se desbordaba con los deshielos. Durante su construcción, la ciudad casi siempre estuvo bajo varios metros de agua. Para las cimentaciones, se arrojaron a los pantanos miles de troncos. En invierno, los lobos deambulaban por las calles, y en 1715 devoraron viva a una mujer.

 

 

Pese a las condiciones difíciles y a lo titánico del proyecto, se erigió una espléndida ciudad de edificios de piedra. Las obras se iniciaron en 1703, y para 1710 se terminó la primera etapa de construcción.  La ciudad ya tenía 34000 habitantes cuando el zar la declaró capital de Rusia y aunque las obras no estaban concluídas cuando Pedro el Grande murió en 1725, ya eran suficientes para impresionar a Europa.

 

La madera más utilizada fue el abeto, aunque también se usaron otras coníferas, castaños, hayas y robles. Los troncos de las isbas eran de 9 m de largo y 30 cm de diámetro y se colocaban horizontalmente, reforzando las esquinas con alguno de los varios tipos de uniones. Los techos eran inclinados para que resbalara la nieve. A veces, el piso quedaba elevado del suelo mediante tarimas de madera, ladrillo o piedra y se entraba por unas escaleras techadas.

 

Además de la habilidad para construir en madera, los rusos eran afectos a redecorar sus casas. No  dudaban en quitar puertas, ventanas e incluso paredes si con ello mejoraba la decoración. Toda cabaña estaba decorada con tallas de madera. Los extremos de los travesaños, alfardas de los techos e hileras se tallaban hábilmente, uno por uno. Las decoraciones de porches, aleros y marcos de ventanas imitaban los ornatos de piedra de los edificios principales: se colocaban balaustradas, frontones, y paneles tallados en las paredes y las casas más grandes tenían suelos de parqué.

 

Agustín de Betancourt

Históricamente en España el origen de la profesión de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos se asocia con Agustín de Betancourt (1758-1824) y  los orígenes militares de la propia Ingeniería Civil. Betancourt, nacido en el Puerto de la Cruz (Tenerife), marchó en 1778  a estudiar a Madrid y no regresaría ya a las islas. Sus primeros encargos para la corona en 1783 fueron la inspección del Canal Imperial de Aragón y el estudio de las minas de Almadén. En este mismo año y ante la Corte Real eleva por primera vez en España un globo aerostático.

A lo largo del siglo XVIII, el reino de Francia había inaugurado la tradición de formar una elite de militares especializados en la construcción, en las comunicaciones (caminos, puentes y puertos)  Y España había seguido los pasos de Francia. Aunque Agustín de Betancourt no cumpliera exactamente con los requisitos de la formación de un ingeniero militar acabó siendo un ingeniero en un sentido más parecido al de nuestro presente. En 1777 ingresó como cadete del Regimiento de las Milicias Provinciales y en 1779 en los Reales Estudios de San Isidro, donde pudo aprender cálculo, geometría y  mecánica.

 

 En 1790 presentó en la Academia de Ciencias de Paris su obra sobre “la fuerza expansiva del vapor de agua” y en 1792 se inaugura el Real Gabinete de Máquinas del que es nombrado director y presenta un catálogo con 270 máquinas, 358 planos y más de 100 memorias. En 1793 viaja a Inglaterra para investigar y dos años después presenta el diseño de una máquina para cortar hierba en río y canales. En 1796 firma el tratado de San Ildefonso entre Francia y España y presenta en Paris al Directorio el prototipo y los planos de un telégrafo óptico. Regresa a España y es nombrado inspector general de puertos y caminos. En 1802 consigue que se cree la Escuela de ingenieros de Caminos de Madrid y en 1803 empieza a escribir con Lanz “Ensayo sobre la composición de las máquinas”. En 1808 lo publicará en París y se convierte en un libro de texto de gran difusión en Europa. En 1807 es nombrado corresponsal de la Academia de Ciencias de París. Desde allí viaja a san Petesburgo donde proyectará la construcción de la ciudad.

 

La vida de Betancourt  fue un ejemplo de otras muchas que configuraron esta época tardía de la Ilustración española. Se trata de un periodo, el final del reinado de Carlos III y el reinado de Carlos IV, donde era evidente el interés de algunos españoles por la ciencia y la tecnología de su tiempo. Fue por aquel entonces cuando se terminó la construcción de las tecnológicamente avanzadas fortificaciones de Cartagena de Indias y se planteó la famosa expedición de Malaspina. En ese contexto desarrolló sus habilidades Agustín de Betancourt. La capital del reino sirvió de trampolín para sus aventureros viajes científicos a París, Londres y San Petersburgo.

 

Agustín de Betancourt donó a Rusia 16 años de fructífera labor y fundó la primera universidad técnica de este país: el Instituto de Vías de Comunicación: fue inspector del Instituto homónimo y se le nombró miembro de la Sociedad Imperial de Mineralogía de Rusia. No cabe duda de que siempre se le consideró un ingeniero adelantado a su tiempo y uno de los mejores y más destacados de Europa.

 

También en Rusia llegó a dirigir el Departamento de Vías de Comunicación, lo que hoy día se podría equiparar al Ministerio de Fomento. Entre sus obras – además de las  de San Petersburgo –, se encuentran la modernización de la fábrica de armas de Tula (cerca de Moscú), la fábrica de cañones de Kazán,  la Feria de la ciudad rusa de Nizhnyi Nóvgorod, la navegación a vapor por el Río Volga, sistemas de abastecimiento de aguas, ferrocarriles, etc. Con el objetivo de combatir las falsificaciones de dinero impresas de los franceses durante la ocupación, construyó la fábrica de papel moneda (Goznak) que imprimió los primeros rublos de calidad. En Moscú construyó la gran sala de ejercicios ecuestres Manezh, un edificio neoclásico  emblemático de la capital.

 

Considerado un personaje ilustre, su indiscutible labor fue reconocida con su nombramiento de Teniente General del Ejército ruso. Sus restos mortales descansan junto a los de otras personalidades ilustres  en el Cementerio de Lázaro del  Monasterio de Alexandr Nevski de San Petersburgo. La posteridad no ha sido justa con  Agustín de Betancourt, cuya vida y obra dan para estudios mucho más amplios que los hasta ahora realizados.

FINAL




martes, 6 de abril de 2021

La historia de un español 1º parte.





LA HISTORIA DE UN ESPAÑOL

 

 

AGUSTIN DE BETANCUR EL INGENIERO DEL ZAR.

 

Si en la novela “Miguel Strogoff” de Julio Verne fue este personaje el que prestó unos impagables servicios al zar Nicolás II,  no mucho menores fueron los que un ingeniero español, Agustín de Betancourt, prestó al zar Pedro el Grande en la construcción de San Petersburgo y otras muchas obras de ingeniería civil en la Rusia de principios del XVIII.

 

La transición del siglo XVIII al XIX fue un tiempo en el que el hombre abrió su mente a las máquinas. Un reducido grupo de científicos e inventores ideaban y construían los ingenios que moverían el mundo. Agustín de Betancourt fue un ingeniero  nacido en el Puerto de la Cruz (Tenerife), que creó máquinas, viajó por los países más avanzados para importar su recién nacida tecnología y terminó sus días en Rusia trabajando para el zar.

 

 En la primavera de 1701 el zar Pedro I se hallaba en condiciones de emprender de nuevo la guerra y  se lanzó contra las provincias suecas del Báltico, donde Carlos XII de Suecia  había dejado unas escasas guarniciones.  Pedro pudo lograr algunas victorias y consolarse de la derrota sufrida en Narva.  Ya en 1702, los rusos se apoderaron de la fortaleza de Noteborg, cerca de la desembocadura del Neva en el lago Ladoga y, al año siguiente, de otra plaza fuerte, Nyenskans, en la misma desembocadura del río. Apenas Pedro llegó al litoral del golfo de Finlandia fundó, en una pequeña isla del Neva, la ciudad de San Petersburgo, el primer puerto ruso sobre el Báltico y, casi inmediatamente, comenzó la tarea de construir una flota en aquel lugar.

 

San Petersburgo debía ser su nueva capital, aunque la comarca no fuese más que  una región pantanosa de clima insalubre. Su construcción  exigió enormes sacrificios tanto en dinero como en hombres; se reclutaron a la fuerza campesinos y obreros procedentes de todas partes del  imperio para el establecimiento humano de la nueva capital que el zar pretendía erigir tomando por modelo la ciudad de Amsterdam. En su diseño y construcción  intervendrá de forma determinante el ingeniero canario Agustín de Betancourt.

 

Unos años antes, el padre de Pedro, el zar Alejo I,  había invitado a Betancourt al país, donde dejó una importante huella en el ámbito de la tecnología. En aquella ocasión su estancia se prolongó seis meses, pues regresó a París, donde estaba afincado entonces. Poco tiempo después volvió a Rusia reclamado por Pedro I para su proyecto de  San Petersburgo y  permaneció al servicio de los zares el resto de su vida.

 

Rusia en la época de Pedro el Grande

La modernización a cualquier precio era la máxima de la política interior y exterior de Pedro I con su mirada puesta en Europa occidental, su cultura y sus costumbres. En la ejecución de sus proyectos reformistas, tomó algunas medidas de seriedad dudosa y más que discutible como la prohibición del uso de la barba y la imposición de la manera europea de vestir. No dejó, con todo, de aplicar ideas de mayor alcance, como la de abrir un camino hacia el Báltico (una especie de lago sueco desde la firma del tratado de Westfalia). Con tal objetivo inició la Guerra del Norte contra Suecia (1700), pero los suecos vencen en Narva e invaden  Rusia, amenazando Moscú. En la Batalla de Poltava (1709)  Pedro reacciona, logra batir a las tropas de Carlos XII y ocupa las provincias suecas del Báltico -Livonia, Ungria, Carelia y Estonia-.