lunes, 28 de septiembre de 2020

Vivencias 3º


Y así fue y, no hace muchos días entré con un grupo turístico como oyente donde un historiador, hablaba sobre el solar del palacio del Mono, dándonos una magistral clase de historia. El patio era diferente a lo que me había imaginado, creo que me impresionó su pétrea austeridad, en la barandilla de las escaleras, como remate del pasamano, se encontraba un mono encaramado y atado a un cordel, la mirada de aquel primate me sobrecogió, más tarde supe la historia de los moradores de aquella casa, que me hizo suponer debió ser aterradora.

 Pero ese detalle lo dejo para los guías, que saben hacer bien su trabajo.

A la salida, de este palacio, me puse frente a él para mirar mejor la fachada, ante mis ojos atónitos, pude apreciar unas esperpénticas gárgolas que penden del tejado amenazadoras, agudizo la vista, y una de ellas representaba a una mujer doliente, no me gusta, --pensé-- no deseo volver a mirar, pero como siempre la curiosidad de nuevo me domina y descubro que, también están representados en diferentes gárgolas un anciano y un joven, y entonces supuse que podían ser los personajes que protagonizaron  la historia que encerraba esta casona, y supuse que tenía tintes de haber sido tétrica y oscura, tanto que se me antojaba pudiera haber sido semejante a la de aquel primate que desde su sitio privilegiado parecía seguir  vigilando al intruso que osara entrar en la casa y, como era de esperar presidiendo la fachada se encuentra el escudo familiar flanqueado por dos leones.

Vuelvo a mis vivencias, paso la calle de los Condes, que parece presidir la calle su amplia fachada de casa fortaleza llamada palacio de los Golfines de Arriba, la dejo a un lado, ni siquiera la miro, porque temo que  vuelva a llegar otro día tarde al colegio y la hermana portera, que la tenía mosqueada con mis retrasos, podía llamar a mi madre para que me echase una buena reprimenda.

Ya soy una mujer adulta y, de nuevo me encuentro como otras tantas veces parada en una esquina de la calle ancha, frente a mí, el palacio del Comendador de Alcuescar, impresionante fortaleza.

 Aquí voy a hacer un inciso.

 Esto, que cuento, pasó cuando en uno de mis juegos y junto con mis amigas de colegio, entramos en los palacios para jugar al escondite, aquella tarde, nos colamos en el palacio del Comendador de Alcuercar muy decididas, entramos,  a la izquierda del zaguán se encontraban las escaleras con su balaustrada de piedra, encontrándonos en la casi penumbra, frente el patio señorial, que con sus enormes macetas restaban claridad a las escaleras; pero ese detalle nos pareció en esos momentos que era perfecto para nuestros juegos haciéndolo más misterioso, en el fondo de las escaleras y en una de sus esquinas, se encontraba una lustrosa armadura de tamaño natural que tapaba  la cabeza con un yelmo, dando la sensación de que no quería que le viésemos la  cara; yo que parecía ser la más osada del grupo, me puse tras la armadura para esconderme, pero una voz  como un trueno, hizo que todas mis amigas de juegos salieran corriendo menos yo, pues una de las cintas de mis trenzas se enganchó en algún saliente de la armadura, fue tan fuerte el impacto que sintió mi corazón, que me quedé petrificada, pues creí que aquel guerrero me había atrapado con  garras de acero, el guarda de la casa me liberó; no volviendo a entrar hasta que este colosal palacio se convirtió en un elegante Parador Nacional.

Sigo caminando, como dispongo de tiempo libre mis pasos son lentos cuando enfilo la calle Ancha, indolente ante mis evocaciones, apoyo mi espalda en la pared bajo la luz mortecina de un farol de esta ciudad que sin dudas para mí, sigue siendo fascinante, y nada más apoyar mi espalda en la pétrea pared, sentí en mi espalda un hormigueo, doy un paso hacia delante pero  mi cuerpo sigue pegado a la pared, de pronto siento que traspaso la dura piedra empezando a notar cómo en mi cabeza empezaban a bullir algo sobre las querellas que eran propiciadas por las intrigas de los antiguos moradores.

Seguirá




domingo, 20 de septiembre de 2020

Hola amigos os recuerdo que tengo una nueva novela en Amazon que seguro os gustará en de espias, con mucha imaginación que hara que paseis un rato de ocio delicioso, no lo olvideis, UN AGENTE LLAMADO SCOTT Y TODO COMENZÓ EN MIELEC. Siempre a vuestra disposición, pues sólo deseo haceros felices.





Vivencias 2ª Parte


 El itinerario que hacía cada día dentro del calendario escolar hasta llegar a mi destino, era para mí como si me adentrase en otro mundo, un mundo diferente, tanto, que a veces creía encontrarme inmersa en un enorme museo de piedra, piedras que me hacían sentir a cada paso que daba y, a veces, cuando mi diminuto cuerpo de niña se rozaba con algunas de las paredes  que configuran los palacios, yo creía sentir el palpitar de la piedra, ahora lo comprendo, pues es como si mi subconsciente hubiera creado en mí una conjunción  entre las piedras y el corazón mientras las contempla con respeto, era un sentimiento que han sido muchos los que lo han sentido, y que sin pretenderlo ha hecho que con ese boca a boca, se forjara  la historia de Cáceres, siendo de esa manera que se pudiera escribir con tinta de oro nuestra historia.

Como cada mañana y asida fuertemente por la mano de mi hermana Tini, a la salida de la calle de Caleros, subíamos a toda prisa la calle Hornillos estrecha y empinada, a veces hasta cansina, siendo el preludio de muchas más cuestas por subir hasta llegar a nuestro destino en los aledaños de la plaza de San Mateo, mis piernas eran ágiles como plumas de Águila, pues sabían sin que ellas fueran consciente de que se iban a adentrar como cada día en un mundo mágico y, con ello volver a exasperar a mi hermana al no poder seguir mi ritmo, también  pasábamos como una exhalación por el arco del Socorro, que para mí era algo peculiar—desconozco la razón-- también  me llamaba especialmente la atención al pasar por la calle Tiendas  el palacio de Carvajal, siendo uno de los muchos tesoros artístico que encierra esta especial

 Recuerdo que en primavera siempre había alguien asomado al balcón de este palacio, un balcón muy singular, que a mí se me antojaba que un dragón le había dado un mordisco, rompiendo con su fuerte dentadura la elegancia armónica de los muros de la edificación y, que al mismo tiempo y sin quizás pensarlo este dragón, con su travesura quedó para la posteridad un extraordinario  balcón esquinado.

Eran cosas mías.

Mi hermana cansada de que tirara de ella por aquel desigual pavimento empedrado, a veces me dejaba ir, mientras ella se unía a otras niñas de su misma edad, yo mientras tanto, corría hacia un ventanuco que se encontraba un lateral del palacio de Mayoralgo-- Cuya fachada doy gracias hoy de que se encuentre intacta-- por aquel ventanuco  se podía ver parte de los despojos de esa casa señorial donde un fatídico día y a consecuencia de una disparatada guerra  sin sentido, lo hirió de muerte.

Mi imaginación ante aquello que parecía un desaguisado, se desbordaba a pesar de no haberlo vivido, pero  me imaginaba que podía haber sido una estancia donde posiblemente niños como yo jugaban cada día; un día entré por la puerta principal que se encontraba entre-abierta y vi qué, al igual a los demás palacios también poseía  un patio de columnas y el tradicional pozo en el centro, entonces me sorprendió  que en una de las esquinas del patio hubiera un busto que inmediatamente pensé que  se había librado de la destrucción, quizás por encontrarse unos metros alejado de aquel desatinado bombardeo, pero luego pensé.

 ¿Por qué aquel busto no tenía cabeza?

Esto era mi hacer diario, que creo que con mi conducta indisciplinada exasperaba cada vez más a mi hermana, que me propinaba de vez en cuando un soberbio tirón de brazo para que la siguiera, de nuevo las dos nos encontrábamos subiendo otra cuesta, la de la calle Manga, ya casi  sin resuello, porque  aquí nuestras prisas se atenuaban al final de la calle por estar cerca la hora de entrada al colegio, pues aquel lugar era el más divertido del itinerario colegial, pues había un nexo dónde los estudiantes se unían para después tomar la  deriva a cada uno de su centro escolar, era la confluencia de cuatro calles, en las cuales se configuraba cada día, un digamos, tumulto infantil que alegraban el lugar con su normal algarabía, entre los colegios que se hallaban cerca de aquella esquina que eran, Cristo Rey, Corazón de Jesús, sito en la plaza de los Pereros frente al palacio llamado de la Generala, siguiendo de frente y, junto a la Iglesia de la Preciosa Sangre de los Jesuitas, adosado a ella y en la cuesta de la Amargura dentro de la Plaza de San Jorge se encontraba el Instituto de Bachillerato. Creo que había algún que otro centro de enseñanza más, pues a las horas de entrada y salidas que  no recuerdo el nombre de otros centros docentes.

  Pero si recuerdo que era un tramo muy divertido.

A veces y en nuestro caminar mi curiosidad hacía que me asomara a la puerta de un palacio llamado El Mono, situado justo en medio de  esta confluencia juvenil, pues su esquina rompe con suavidad  la cuesta de Aldana, una tarde en que ya me encontraba con el pie en la puerta de este palacio y cuando me encontraba dispuesta a entrar, mi atrevimiento se frustró al ver la cara de mi hermana que se encontraba demasiado contrariada conmigo, yo pensé que era  por tener que aguantarme día tras día, pero podía mucho más mi curiosidad y seguí mirando, con este sencillo  gesto tenía a mi alcance mirar cualquier zaguán que tuviera sus puertas abiertas  y, pensé, algún día vendré sola y estudiaré y descubriré la historia que guarda dentro.



jueves, 10 de septiembre de 2020

Vivencias de una cacereña 1º parte

 

Esta cierta afición por caminar por la parte antigua de Cáceres, surgió en mi desde muy tierna edad, todo comenzó a suceder al parecer como algo que estaba destinado a ser previsible, por supuesto, desconociendo por mi parte  el motivo por el cual disfrutaba cada día cuando inconscientemente me adentraba en las entrañas de algo que, sin apenas percibirlo estaba marcando las pautas que más tarde perfilarían mi forma de ser y pensar.

Será mejor que descubra ante vosotros estas vivencias que dejaron mella en mí:

Cuando un día ya adulta me encontraba paseando por mi querida Ciudad Monumental, era… recuerdo, uno de esos  tranquilos  atardeceres  de otoño, un otoño melancólico, que yo me encontraba pisando con devoción esos cantos rodados de las calles encajonadas de esta parte de mi Cáceres mágico. Como siempre suele suceder en este entorno. En esos momentos me encontraba justo cuando el sol comenzaba a ocultarse, y mi imaginación pudo adivinar cómo entre las torres desmochadas el sol al ir desapareciendo iba dejando con su estela mortecina un camino lleno de misterio hasta desaparecer por el horizonte.

Yo, al contemplar este adagio natural, fue para mí como si de un rito se tratara, pues sabía que el sol cedía paso a la luna.

En esa contemplación de pronto sentí en mí cómo percibía y al mismo tiempo aceptaba ese ejercicio natural, y a esa hora, parecía ser  obligatorio y propicio que el ambiente penetrase en mis sentidos, haciéndome sentir algo especial al comprobar que de la nada pudiera surgir la magia.

 Pero antes que la oscuridad truncara mi paseo, un hechizo me poseyó, y entonces me vi amparada bajo la  débil luz de un farol  de esquina, mis piernas parecían negarse a seguir caminando y, me quedé varada bajo la misteriosa luz tintineante, no sé cómo pudo suceder pero apoyada en aquella esquina me vi contemplando extasiada la más alta torre que se encuentra en aquel entorno, la cual domina como una diosa el hermoso recinto de la plazuela de San Mateo, que, no es casualidad que no se encuentre desmochada.

 Pues ante mis ojos  la vi erguida, erguida como una cigüeña desafiando al abismo-de ahí su nombre—y desde mi perspectiva vi que parecía encararse a la tímida luna que osaba posarse en sus almenas.

Que ante este contraste de piedra y luna, mis ojos se agrandaron al notar como algo parecido a un hechizo se apoderaba de aquella mole que lucía triunfante ante los avatares sufridos, mientras ella y ante de una y belleza atemporal se mantiene imperturbable con el paso de los siglos.

 Entonces, ante esta contemplación fue cuando comencé a evocar aquello que viví de niña y, que sin dudas fue el despertar de mi imaginación aún prematura; pues debía contar tal vez…siete años, quizás nueve; y vinieron a mi memoria que por aquel entonces tenía por costumbre correr por estas mágicas callejuelas, a veces en mis carreras desenfrenadas, que eran tan alocadas daba la sensación a cualquiera que me hubiera visto de que hubiera visto algo fuera de lo cotidiano.

 Más tarde supe, que todo en la vida tiene su por qué.

Y en mi inocencia, hasta más tarde no supe que tuve una revelación que me dijo, que no me sintiera preocupada por los sentimientos que me invadían, pues desde siempre y, al no ser consciente de ello, había sido atrapada por ese encanto especial que solo ellos, aquellos que estuvieron antes que yo, supieron quedarnos con su impronta el testimonio de que estuvieron aquí, y que ellos fueron los que nos enseñaron a vivir en armonía entre estas murallas hechas de barro y paja donde habitaron nada menos entre esos muros tres civilizaciones, que al echar sus raíces aquí y, al formar parte activa de esta ciudad, nos quedaron como testimonio  estas calles, estas casas, que son la esencia de esa  idiosincrasia  que nada más entrar en ellas notas cómo te sugestiona, haciendo sin proponértelo que sientas una presencia incorpórea latente que al mismo tiempo embarga el aire que se  respira y que te hace  sentir como la sangre comienza a licuarse hasta llegar a fluir con generosidad por las venas; en ese instante, es cuando sientes el abrazo y la entrega de unas vivencias, que aunque pasadas, no  puedes llegar a comprender de donde viene esa reacción que  nos ha propiciado con tan sólo pisar una de esos zaguanes.

Más tarde y mientras camino con paso lento  por las calles siento como si un hechizo me poseyera como una especie de nirvana que hace entregarte sin ataduras al encanto del entorno sin llegar a  entender tu propia reacción.

 Es un mundo que se presenta ante el paseante de forma quizás incomprensible; pero cuando ves que ha pasado el delirio del momento, viene la comprensión, que es sencillamente dejar que   la imaginación vuele y entonces todo el entorno se nos presenta como algo fuera de lo cotidiano, y sientes cómo te abandonas dando pábulo a que tú imaginación se desborde como si de un río caudaloso se tratara derramando todas tus fantasías.

 Cuando de nuevo  vuelvo a  la realidad, entonces, sin querer  pienso que he sido  transportada  a un mundo que fue real, pues nada más tocar las piedras, éstas te transmiten esas vivencias que dominadas por impulsos naturales, incomprensiblemente te dicen que aquellos primitivos moradores que siguen ahí mirándonos, contemplándonos.  

Cada día y, en mi etapa de niña, a la salida del colegio Carmelitas sito en la calle Olmos y, encontrándose este inmueble integrado en el conjunto monumental; una vez terminadas las clases, yo como siempre me escaqueaba de la autoridad de mi hermana para dedicarme a husmear los patios de los palacios que encontraba a mi paso que, por aquel entonces se hallaban muchos de ellos habitados.

Esos palacios con sus columnas y patios peristilos y donde en algunos de ellos se  perfila un estilo de adornos y alegorías  moriscas y romanas, siendo para aquel que lo visita una inyección de historia salpicada de señorío.