Armando llevaba más de una década
buscando un lugar donde poder vivir con su familia, una familia que solo tenía
en mente crear, porque aún y a pesar de haber cumplido los cuarenta, no había
logrado encontrar esa mujer que llenaba sus sueños desde que era adolescente.
El coche descapotable que
conducía de color rojo pasión de dos plazas, a lo lejos, a alguien lo asemejó a
una mariquita que con su caparazón rojo y manchas negras, ascendía y descendía
como cuando un niño juega con ella haciéndola caminar por los dedos de sus
manitas a la velocidad que le permitían
sus cortas patitas sobre todo cuando se acercaban a las pronunciadas curvas de
los dedos, mientras este observador al
mismo tiempo que lo seguía con la mirada, tenía la opción de poder admirar las irregulares cumbres de
las montañas.
Armando se encontraba
desilusionado al no encontrar un lugar adecuado, pero de pronto, sus
pensamientos se interrumpen al divisar a lo lejos la torre casi desmochada y
caso derruida de un castillo, aquella
enorme mole se hallaba al parecer construida al borde de un acantilado,
escarpado y vertiginoso, Armando pone el coche casi a punto muerto, se acerca
despacio, en esos momentos sólo le interesaba el grado de deterioro en el que
se encontraba aquel castillo que le pareció haber salido de la nada, una vez
arriba se acercó por el ala norte, desde esa perspectiva daba la sensación de
que aquella mole estuviera pegada al acantilado esperando el momento oportuno
para precipitarse al vacío. Ante ésta panorámica, se sintió identificado, pues
él siempre estuvo viviendo al borde del abismo.
Aquel castillo parecía estar
construido con magia por haber sabido soportar los vientos implacables y la
gravedad durante cuanto… Armando no supo precisar el siglo en el que podía
haberse construido. Después de merodear llega a la entrada principal después de
pisar la enrejada puerta que se hallaba oculta por la hierba, sus pasos lo
llevan al llamado patio de armas, que se encontraba lleno de escombros y
piedras que fueron desprendidas de las
paredes cuando fueron azotadas por el
viento. Se dirige a las escalinatas que supuestamente dan acceso a la vivienda,
dentro del recinto se hallaba un pilón de granito de forma rectangular que,
Armando supuso era usado para lavar los
cadáveres antes de ser sepultados, mirándolo siente ansiedad, y entonces mira a
lo alto y vio que en el último peldaño de las escaleras destacaba la figura de
un hombre que solícito parecía esperarlo.
Supongo --dijo el caballero que
lo esperaba en lo alto de las escaleras—que desea visitar las dependencias del
castillo, Armando asintió haciendo una inclinación de cabeza para comentar,
espero que no le sea inoportuna mi presencia, pues lo vi desde la carretera, y
me pareció interesante al estar buscando una morada para mi familia, y pensé
que tal vez ésta se encontrara en venta.
Con voz que parecía atemporal el
hombre respondió, espero que podamos ponernos de acuerdo con el precio que me
solicite; Armando dejó pasar unos minutos antes de contestar, el hombre bajó
los peldaños de las escaleras que los separaban y, le ofreció su huesuda mano.
¿De dónde viene? Pues por aquí no
suele acudir gentes que venga a visitarme y mucho menos por temas mercantiles
¿Me confundo? Armando sigue sin saber qué contestar; en aquella ancha escalera
azotaba el viento despeinándolo. Después de una larga pausa, contestó a su
pregunta aunque esta fuera a destiempo, soy de Cáceres, y por lo tanto
acostumbrado a convivir entre castillos y casonas que abundan por la ciudad,
pero no he tenido la fortuna de que alguna de ellas se encontrara en venta.
Armando tuvo a su vez que
soportar un significativo silencio por parte del que supuso era el dueño del
castillo, y ante el silencio a su respuesta—dijo—debo confesar que tiene mejor
aspecto por dentro de lo que se puede
apreciar por fuera. Mientras tanto caminaban atravesaban un patio rectangular
flanqueado por columnas dóricas, desde cuyas bases surgían hojas puntiagudas
que no parecían tener ni siquiera la función de ornamentar el recinto; en uno
de los laterales se podía observar un hueco que escondía unas desiguales
escaleras por donde supuso Armando podían conducir a un sótano, el hombre
advierte su curiosidad sin hacer comentarios.
En su caminar tras aquel hombre,
se distrae inspeccionando todo lo que se encontraba a su paso, mientras tanto
recordaba algunas palabras que en su día pronunció su madre cuando él sugirió
la venta de la casa familiar. Hijo, siempre se ha dicho y, quiero que tú lo
tengas presente para que no cometas equivocaciones, que en la casa donde se
habita es sin lugar a dudas un espacio esencial de la existencia del ser
humano, porque en ella se encuentran implicados diversos aspecto de nuestra
vida como los materiales, sin olvidar
los inmateriales, pues la energía de la que estamos hechos, parte de ella se queda pegada en sus muros, tal vez sea
porque se encuentren esperando que llegue el momento de actuar con su nuevo
inquilino, según haya sido la forma de vida del individuo, tormentosa,
humillante, aquí hay una larga lista que
son las que configuran los linajes y en su conjunto las comunidades.
¿Qué fue lo que quiso decirme mi
madre en aquel consejo?
En aquel momento una de las
piedras que configuraban la puerta de entrada comenzó a moverse hasta caer al
suelo quedando un hueco, Armando con indiferencia la aleja con un puntapié, sin
percatarse de que se encontraba manchada de sangre, Mientras, en aquel espacio
de la antesala del castillo se pudo oír
una voz de psicofonías que parecía estarle advirtiendo de algo que estaba por
llegar. Que para Armando, pasa también desapercibida, no despertando en él ni asombre
ni perplejidad, al encontrarse abstraído en sus pensamientos pues creyó que lo que acababa de pasar podía ser
algo relacionado con la mística de aquel castillo.
Armando seguía en sus trece ¿Por
qué tenía que recordar precisamente en aquellos momentos en lo que un día le dijo su
madre, si casi no la conoció porque murió muy joven? Entonces se le ocurre poner toda su atención en aquel hombre enjuto
y extraño que se estaba comportando como anfitrión al invitarle a recorrer el castillo, en su
ensimismamiento no advierte que el hombre va dejando a su paso unos folletos
explicativos donde se podían leer
pequeños retazos de la historia del castillo.
Entonces Armando se sorprende
ante la pregunta que de sopetón le hace
aquel hombre ¿Cómo se llama? Dudó un
instante antes de rescatar su nombre de
los pliegues de su memoria ¿Cuál era su verdadero nombre? Poco después no supo cómo pudo reaccionar de esa manera
pero, su voz al pronunciar el nombre de Armando, hizo paralizar los pasos de
aquel hombre, Armando al comprobar que su potente voz había sido escuchada con
respeto entonces recordó que ese tono de voz la había utilizado con harta
frecuencia.
Sin apenas darse cuenta de lo que
hacía fija su mirada en cada piedra de aquellas paredes por las que pasaba,
pues estaba seguro de que cada una de ellas en sus diversas formas, guardaban
la esencia de sus antiguos habitantes incluso se podía llegar a deducir a qué
partido político habían pertenecido quedando de esta forma y manera al descubierto
todo su pasado, y por qué no, también se podía leer en ellas un presente oculto, porque el futuro aunque no se
haya escrito siempre queda un hueco entre
sus muros para que quede impreso en
ellos lo que queda por llegar y pueda perdurar la historia completa hasta el
derrumbamiento total del edificio, aunque, con los avances de la ciencia, todo se puede modificar en cualquier momento.
Llegan a la puerta de un gran
salón rectangular, donde la chimenea vomitaba
calor y fuego por la combustión de los leños. Armando reacciona de una
forma nada usual en él al descubrir un retrato suyo subido en un caballo en posición de galope, en su mano derecha una
bruñida espada de acero.
El calor que se hallaba
concentrado en aquel salón le hizo
casi perder el equilibrio por
aspirar la mala combustión de la
chimenea.


Muchas felicidades por el premio que recoges esta tarde, estoy segura de que llegarás muy lejos. Talento, trabajo y tesón son tus lemas. un beso
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