A medida que Anna cumplía años, cada mañana y al despertar se
asomaba tras la ventana, su indolencia parecía denunciar que su destino era el de dejar
transcurrir los días con total desapego, pues ni siquiera la contemplación de
un frondoso parque frente a su casa le hacía feliz.
A veces veía pasar los días de manera vertiginosa y, otros lentos, porque para Anna
los días transcurrían como si estuviera a la espera de algo que estaba por
llegar.
Y llegó el día esperado, ese día en el que cumplió dieciocho
años, entonces supo que le había llegado la hora que desde siempre esperó con
ansiedad al tenerla gravada en su imaginación, quizás toda su ansiedad fuera
motivada por sentirse cautiva por las lecturas de historia y ciencias, que solía
devorar en sus noches de insomnio, pues gracias a las ciencias supo que
existían lugares en lo más recóndito y
oscuro de nuestro cerebro, que suele encontrarse dormido y, que a veces y, sólo
a veces, suele despertar, perturbando y desbocando nuestra imaginación.
Entonces esos diminutos
posos del pasado que duermen en nuestro cerebro, cuando se activan, lo hacen
con tan solo detectar una simple información, entonces es cuando estos diminutos
“posos” dormidos retornan a una vida anterior, una vida pasada que apenas puede
ser perceptible por la persona que lo ostenta.
Pero que esto puede llegar a pasar en cualquier momento. Pues, ni
siquiera los más avanzados científicos
han sido capaces de desvelar con total seguridad qué tesoros guardan nuestros cerebros.
Pero sí que es cierto que dentro de nuestro cerebro se
encuentra algo que por el momento es ininteligible pero que subsiste anidado
dentro de nuestra llamada masa gris, y que en cualquier momento de nuestra
existencia, puede explosionar para salir a la luz, y, que al salir, puede
expandirse con tanta virulencia que puede hacer que nuestro sistema nervioso
nos haga ver cosas insospechadas.
Para Anna lo más importante era el de buscar donde se
encontraban las civilizaciones perdidas de la antigüedad, pero, la que más mella
hizo en ella fue una de las civilizaciones antiguas, que era la de los Tartesios,
porque cada vez que leía estas historias, en sus lecturas creía encontrarse
aprisionada por los tentáculos de un pulpo gigante que no la dejaban escapar de
su embrujo.
Era el día seis del mes de Agosto, cuando Anna echa una
mirada a su pequeño reloj de pulsera, se pintó los labios, cogió su mochila, y
trotó escaleras abajo hasta llegar al garaje, no supo el motivo por el cual
paseo su mirada a su alrededor, pero no descubrió que tras una de las columnas
del garaje estaba siendo observada.
Pero ella ya había decidido hacer una incursión por
los lugares que siempre le obsesionaron, después de poner a punto su pequeño y viejo Seat 600 regalo de su padre
emprendió el viaje hacia esa ciudad enigmática.
Y aquella misma mañana y, una vez en la carretera la
dirección del coche no parece seguir sus instrucciones, el coche de pronto pareció tener vida propia pues por si solo cambió de ruta, dirigiéndose hacia Aliseda, un pueblo de la comarca de Cáceres
que se encuentra a unos treinta kilómetros de la capital.
Una vez en ruta, un ruido extraño le hace parar en la cuneta,
se baja, pero no ve nada anormal, y cuando pone de nuevo el coche en marcha
algo inesperado sucede en el asiento trasero, en él se encontraban dos personas
desconocidas que le sonrían, mientras miraban con admiración más que por
curiosidad cómo era conducido aquello que llamaron artefacto, Anna al verlos
permaneció por unos minutos inmóvil y, sin apenas respirar.
Sigue la conducción fantasma, cuando de repente una explosión
de uno de los neumáticos hace derrapar el coche mientras los dos ocupantes
reían a mandíbula abierta, Anna se frotó los ojos intentando desembarazarse de
aquella visión, que creyó solo se encontraba en su mente.
Se adentra en Aliseda, ante sus ojos aparece un vergel, el
bosque era según Anna de ensueño, pero de pronto los envolvió una niebla que lo
cubrió todo, impregnado el ambiente de un
olor a duendes.
Ante la niebla pareció relajarse, sin dudas se encontraba en
una gran ciudad, la capital de una hermosa civilización cuyo rey legendario era llamado
Argantonio, Anna entonces supo que había encontrado lo que siempre buscó.
Se adentro por un sendero donde los cúmulos que se
encontraban a la orilla del camino se iban convirtiendo en bellos edificios,
entonces supo que se encontraba dentro de una civilización poderosa y avanzada
que guarda misterios aun sin desvelar. Ante ella apareció un gran palacio donde
supo que vivía el mítico rey Argantonio, que vivió 120 años que llevó a su
pueblo a una larga prosperidad.


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