santuario de perfección
y belleza. El administrador, mientras manipula el cuadro, se afloja la bufanda
que parecía asfixiarlo
La incomodidad
por la postura que había tenido que adoptar bajo la mesa, le hizo sentir un
tirón en uno de los músculos de una de las piernas, haciendo que al chocar el
pie con la madera, ésta crujiera. Ninguno de los dos hombres oyó aquel ruido al
encontrarse abstraídos en comprobar si seguían allí aquellos lienzos que, desde
hacía cinco meses estaban haciendo el cambiazo y, que, estaba previsto vender
en el mercado negro. Con tan sólo una ojeada, el administrador, supo, que todo
se encontraba un perfecto orden: Tras aquel horrible cuadro se escondía, el
verdadero arte.
Salen los dos
hombres de aquel despacho, el administrador, habla algo entre dientes, el
guarda jurado, le sigue sumiso. Víctor, no pudo oír lo que le dijo, pero sí
estaba seguro de que después de estar allí tenía que averiguar lo que aquellos
dos hombres se llevaban entre manos. Cinco minutos después, sale del escondite;
de nuevo se oyen pasos que parecían acercarse al despacho, no tiene tiempo de
volver a meterse bajo la mesa, en la penumbra, descubre en una esquina una
columna de mármol que sostiene un busto de Napoleón; se pega a la pared para
poder ponerse tras ella, allí estuvo escondido casi sin respiración esperando
que aquellos pasos no entraran en aquel despacho.
En la espera
angustiada, nota que algo se desliza por su cabeza, para segundos después,
pararse en su cuello, se distrae unos segundos, no dándose cuenta, que los
pasos que antes había escuchado, ya estaban dentro del despacho; por lo tanto
tenía que seguir inmóvil escondido tras la columna; no podía quedarse a
descubierto; Víctor se había comprometido a sí, mismo, y desde ese mismo
instante, desenmascarar lo que estaba pasando en aquel palacio. Poco después,
de nuevo entra el administrador, esta vez estaba sólo, en sus manos, llevaba un
cilindro ó rulo de papel que parecía un manuscrito; abre uno de los cajones de
la mesa de despacho que se encontraba cerrado con llave, y deposita allí aquel rollo
de papel, ignorando, que dentro de aquel cilindro, había otro más pequeño que cayó al suelo.
Víctor cuando
estaba a puto de dar un brinco al notar en su cuello, que, el bicho, que le
andaba por la cabeza tenía más de dos
patas, entonces creyó que se trataba de
una araña de esas que suelen estar entre
los cajones de madera donde se guardan los lienzos que nunca fueron revisados
por los expertos y esperan encerrados que les llegue su momento de gloria. De
pronto suena el teléfono, el administrador, lo descuelga para volver a colgar
sin decir una sola palabra. Cuando, el administrador se acerca a la puerta para
salir, aparece otro hombre, que lo empuja hacia dentro, una vez los dos dentro,
el que fue el último en llegar, echa una mirada circular por aquel despacho, de
repente, Víctor expectante por no saber qué es lo que van a hacer aquellos
hombres, pues ninguno de los dos intentó
pulsar el interruptor de la luz, pero, encienden una linterna, que daba
poca luz, pero sus siluetas reflejadas
por la claridad que entraba del salón, les delataban, pues el detective pudo apreciar
cómo los dos hombres se miraban cara, a cara, entre los dos parecía haber un
odio que, traspasaba los límites de la oscuridad. En unos segundos, Víctor,
dejó de percibir la silueta del administrador, aquella linterna se apagó,
seguidamente pudo oír, un golpe seco, que, le hace sospechar, lo que allí
estaba pasando.
El hombre,
sale del despacho arrastrando el cuerpo inerte del administrador, en aquel
silencio, aparece un tercer hombre, entonces, pudo oír el chirrido de una
cadena deslizarse por una polea. Sale del escondrijo, y ve por la rendija de la
puerta, como aquella vitrina que le había parecido sospechosa y, que pendía del
techo, pudo contemplar, cómo bajaba para ser abierta, y que aquel hombre con la
pericia de un forzudo, dobla el cuerpo del que parecía ser un cadáver como si
se tratara de un pelele, para meterlo sin dificultad dentro de aquella vitrina;
de nuevo se dejó oír el ruido de la cadena que era izada de nuevo, para volver a ser colocada en
su sitio.
De nuevo
Víctor vuelve a su escondite, uno de ellos desaparece en la oscuridad, el que
parecía el ganado en aquella contienda
se queda; saca de debajo de su gabán un cilindro, y abriendo el cajón con una
ganzúa, hace el cambio, llevándose el que se encontraba metido en el cajón.
Víctor nunca se creyó un cobarde, pero supo que, estaba metido en algo que en
su contrato, le habían ocultado. Mientras ve impotente como el hombre sale del
despacho con total impunidad, con el cilindro bajo el brazo. Aquel hombre no se
dejo ver la cara, pero su figura a Víctor le pareció familiar. Espera el momento
oportuno para salir de allí, ya se empezaba a notar movimiento en aquel
palacio, Víctor decide serenarse, no podía perder la calma, tenía que pensar en
la manera de salir de allí sin ser sospechoso, en aquella terrible espera cree
volverse loco, ¿ Qué es lo que estaba pasando allí?. Aquel despacho, en un
momento le pareció, el andén de una estación de metro, donde entra y sale mucha
gente. De nuevo entra el guarda jurado, abre el cuadro de nuevo, coge, lo que
parecía un lienzo enrollado; lo extiende
cuidadosamente, encima de la mesa para meterlo en un tubo que parecía de
plástico. Sale tranquilamente del despacho con aquel tubo bajo el brazo.
Víctor, tenía que salir de allí cuanto antes, ya se oían los susurros de las
mujeres de la limpieza que empezaban su tarea diaria, sale del despacho antes
que una de ellas entre a limpiarlo, cuando baja las escaleras saluda a una de
las mujeres que limpiaba la alfombra, la saluda, y tranquilamente se dirige a
la puerta de salida.
Cuando Víctor
llega a su modesto despacho, mira con orgullo la placa de bronce que rezaba
Detective Privado. Suena el teléfono, al otro lado una voz cálida; le dice, has
conseguido hacer bien mi encargo…El movimiento del reloj que pende de la pared,
de aquel humilde despacho, parecía haber sido manipulado, pues le pareció a
Victor que estaba falseando la hora; y metiendo la mano en el pantalón, saca
aquel papel que por descuido del administrador había caído al suelo. Una
sonrisa de satisfacción iluminó su rostro, mientras decía para sí, nunca
pensaste que con un detective es difícil jugar al juego de las mentiras; se
sienta en su sillón y balancea una de sus piernas indolente, que había puesto
en el apoyabrazos, sabía que había descubierto algo, aunque la silueta de aquel “hombre” llevara con
gran elegancia, un sombrero de campana, sin saber que en un descuido había
dejado asomar levemente su melena morena
y brillante; menospreciando su sagacidad como detective, pero, sonríe al pensar
que ella ignoraba que, la tenía en sus
manos, pues, aquella cinta del sombrero, que él creyó en la oscuridad, que era
una de esas cintas que cierran los papiros, fortuitamente había caído al suelo justo al
lado del cilindro, que, poco después él recogió
. Aunque para él, supo poco después de
que aquella cinta era mucho más
importante, pues con ella tenía en sus manos la prueba de quien era el
instigador de aquellos robos.
Aquella mujer
que lo había contratado, quizás quiso que él fuera testigo de aquella
pantomima; por la voz parecía tranquila, porque desconocía que aquel “pobre”
detective la tenía en sus manos.

